Alguien que sabía mucho, no solo porque estudió si no porque vivió lo que quiso, decía: "Todos tenemos un precio, solo falta saber cuál es". Y quizás tenía razón. ¿Acaso nos hemos preguntado cuál es el nuestro? ¿Somos capaces de ponernos a prueba para descubrirlo? La definición de precio aclara que es el "valor monetario en que se estima algo". Entonces dejemos por un momento de lado lo que sabemos, que en realidad no somos "algo", y preguntémonos: ¿Si somos personas, cuánto valemos? ¿Cuánto creemos que valemos?
Nuestro "valor" o "precio", acaso pasa por la importancia que le damos a nuestra compañía; a nuestro desempeño laboral; al amor que sentimos hacia el otro; un acto solidario que nos reconforta por aquello de "la buena acción del día"; el billete de menor denominación que entregamos por la limpieza del parabrisas en un semáforo; el asiento que no ocupamos esperando que otro no lo haga; todos los gracias que se traducen en uno o ninguno al final de la jornada; la cantidad de saludos por WhatsApp reenviados en lugar de un audio con un simple pero esperado "¡Hola!".
¿Cuál es nuestro precio, nuestro valor? Más allá del que un salario pretende adjudicarnos, sin poner en balanza que no dejamos pasar las horas tomando mate y criticando al compañero que se "enfermó" o la que supo cómo "ganarse" una categoría, está el que nos debemos, ese que nos conduce a buscar otro rumbo. Perfeccionarnos, no ponernos límites. Ser puntuales; esmerarnos en la comida que preparamos; sostener la puerta para quien ingresa o sale tras nuestro; encontrar el tiempo para reemplazar en la atención de un ser querido incapacitado; frenar para aventar a un conocido aunque no haya hecho seña; son solo pocos de miles de actos que nos hacen sentir reconfortados o para reflexionar. Todas ellas, acciones por las que no esperamos devolución porque llevarlas a cabo nos prueba que valemos y es el precio que nos ponemos, por el que nadie puede pagar.
¿Cuánto vales, cuánto tienes? (Don Quijote ll)
En un mundo que gira sin detenerse a compadecerse del dolor ajeno, puede más la sorpresa momentánea de la noticia que nos llega de un empresario asesinado y la herencia que se repartirán propios y apropiados que la investigación conducente a descubrir al victimario. ¿Vale más el alumnado que no pertenece a una clase social "baja" (de pocos recursos), en un taller que proyecta a través de guiones mostrar realidad y fantasía? ¿Vale más el cliente que saca su tarjeta de crédito y no pregunta cuánto es ni pide ticket? ¿Vale más un apellido de antepasados que hicieron historia y de políticos que saltan de una ideología a otra en procura de no perder la "tajada de la torta", aun sabiendo que los pobres no llegarán a tiempo para pelear por las migajas?
Parece que todo vale, menos lo nuestro, así hagamos todo lo posible para destacarnos: servir y ser cordiales; dar explicaciones del por qué o para qué decimos o hacemos esto o lo otro; refrendamos un testamento para evitar chispazos entre los que "quedan"; con sutileza le pedimos al vecino que no deposite su basura en nuestro cesto; colaboramos en campañas equis...el mundo sigue andando y cualquier extraño rodeado de cómplices y tan o más corruptos, pone precio a todo lo que nos rodea.
Desde un paquete de fideos hasta el pasaje que jamás podremos comprar para evadirnos unos días hacia otra realidad; la vacuna que nos prolonga la vida; la luz que permite a un abuelo no morir en la oscuridad a la que tanto teme, es el Valor que tiene todo, el que se nos impone cual hierro caliente como la marca en un cuero animal. Todo vale… y el mundo que sigue girando da vueltas sobre su mismo eje: el de la maldad, la inconciencia y la impunidad.
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