Por Rogelio Alaniz
Se fue respetando hasta el último minuto su estilo discreto y reservado. Nunca le gustaron las exageraciones y tenía muy desarrollado el sentimiento de la vergüenza como para consentirse papelones o aflojadas. Se fue como había vivido, tratando de no molestar a los otros y de llamar lo menos posible la atención.
Aunque muchos no lo crean, Tito era un tipo muy respetuoso de su intimidad y no aceptaba ni intromisiones ni fiscalizaciones moralizantes. Su sentido del humor podía ser exquisito. Si se lo proponía, su ironía podía ser demoledora. En sus mejores momentos inventaba giros verbales y aforismos que sólo los podían entender quienes conocían su universo intelectual y político.
Su lenguaje y su estilo eran más santafesinos que los alfajores, los lisos y los mosquitos. Se paseaba por la peatonal con su estampa de Quijote vencido y le gustaba tomarse un café en los bares de calle San Martín o en la terminal de ómnibus.
Como buen santafesino se interesaba por apellidos, linajes y genealogías. Su memoria era admirable. Hablaba de sus hijos naturales y de sus amores con mujeres conocidas. Contaba de sus visitas a los prostíbulos de General López al fondo y de sus relaciones con el hampa santafesina.
Fundamentalmente fue un santafesino del centro, pero de vez en cuando ampliaba su recorrido y entonces era posible ver su frágil figura caminando por algún barrio de las orillas. Siempre el cigarrillo en la boca, el desplazamiento lento, los hombros caídos, los modales pausados.
A veces, muy de vez en cuando, se tomaba un colectivo y se iba a alguna ciudad de Entre Ríos. Se bajaba en la terminal, saboreaba un café en algún bar cercano a la plaza y después regresaba a Santa Fe. Cuando la plata escaseaba prefería irse a Santo Tomé. Se tomaba la "ele" se bajaba en la plaza. Una breve caminata, el infaltable cafecito y de vuelta a su casa de la calle Crespo.
Era respetuoso del tiempo de los otros e incapaz de cometer una grosería o un exabrupto. Las charlas con Tito siempre fueron breves y frescas. Decía dos o tres de sus frases, se fumaba un cigarrillo, hacía algún comentario ligero de la realidad política y se retiraba.
Escribía como hablaba y algunos de sus relatos pueden llegar a ser excelentes aguafuertes santafesinas o el testimonio descarnado de un tiempo y de una ciudad que ya están desapareciendo. Su mundo mítico se había congelado en la década del cincuenta y los primeros años del sesenta. La facultad de Ingeniería Química, el Colegio Industrial, el Club Universitario, las casas y los centros de estudiantes, la Revolución Libertadora, las relaciones de los intelectuales con la izquierda, están presentes en sus textos y formaban parte de su lenguaje cotidiano.
Borges, Tuñón y Arlt fueron sus debilidades literarias. Con Saer mantuvo un duelo interminable. Tito aseguraba que su obra era superior a la de su paisano residente en Francia. "Yo soy más famoso y más querido que Saer" repetía hasta el cansancio. "Las únicas novelas buenas que escribió fue las que me incluyó a mí como personaje", afirmaba.
Dicen que dicen que hasta el último día continuó reclamando una deuda real o imaginaria. Saer por su parte lo acusaba de oportunista y de haber capitulado ante la propuesta conservadora de Angeloz. Tito respondía que Saer recurría a esos golpes bajos porque se quería hacer famoso a su costa. Ahora el debate quedó inconcluso.
Fue el primer grafitero de la ciudad y tal vez el primero del país. Así se lo reconocieron los grafiteros cuando lo declararon el fundador del oficio y pintaron frente a su casa: "Tito, tu corazón es de tiza". Su consigna a favor del rey Simeón de Bulgaria fue sin dudas premonitoria; su llamado a cortar cabezas como racimos de uva en día de vendimia, fue leída y comentada por todos los santafesinos; el apoyo de la UCRA a Viola en 1979 movilizó a los servicios de inteligencia de la ciudad que no sabían quiénes eran los que se habían atrevido a romper la veda política.
El Partido Obrero Stalinista fue otra de sus creaciones políticas y literarias. El POS podía apoyar a Onganía o criticar a Fidel Castro, también podía darse el lujo de declarar la insanía mental de Videla o reclamar la asociación de Argentina a USA. No sé por qué motivos era muy crítico de los trotskistas, al punto que sin exageraciones podría decirse que los trotskistas y los psiquiatras eran sus auténticos y permanentes enemigos.
A veces le gustaba disfrazarse de enfermero y decía que estaba autorizado para ordenar redadas y encerrar locos. Le temía a los psiquiatras pero toleraba a los psicoanalistas: "Esos son inofensivos...curan de palabra, en cambio los psiquiatras te meten los fierritos", afirmaba con su ironía demoledora.
Adelantándose a Foucault y a los disidentes soviéticos, consideraba que el centro de la represión en las sociedades modernas no estaba en el ejército o la policía, sino en los psiquiátricos. "Alaniz... no asuste a los burgueses... yo cada vez que lo hice me encerraron en el Psiquiátrico", me aconsejaba.
Los estudiantes de tres generaciones aprendieron a respetarlo y quererlo. La presentación del "Libro Rojo de Tito" en 1988 convocó a estudiantes, profesionales, políticos y autoridades académicas. Nunca el aula Vélez Sarsfield estuvo tan poblada y nunca el libro de un escritor santafesino despertó tantas expectativas.
Me consta que los chicos lo querían. Mis hijos y los amigos de mis hijos lo frecuentaron y aprendieron a conocer su extraño y maravilloso universo. ¿Fue desgraciado, triste, desdichado? No lo sabemos, pero los que lo conocimos nos consta que con su estilo y su clase brindó preciosos instantes de alegría y felicidad a muchos y que nunca hizo nada para que nadie sufra por su causa.