La memoria sometida a juicio
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En la primera escena, ella y él cantan "La marcha de San Lorenzo". En la segunda, después de escuchar el silbido de los patos sirirí, imitado por él, el agua los invade. Ella canta "La mar estaba serena" y dice "...yo qué sabía que iba a pasar esto... Mirá, no dejó nada". El agua que invade a los protagonistas de "Mamushkas" -la obra de Marisa Oroño, Fabián Rodríguez y Daniel Vitale estrenada por el Grupo Exit en La Abadía- no es el agua de Juanele Ortiz o Ricardo Supisiche. Es el agua del Salado, que todo lo invade, lo corroe y que se lleva la ilusión, los recuerdos y hasta la esperanza.
La intención de los autores es contar la realidad, mostrar cómo ven la vida. La vida en su inalterable belleza, en su más cruel miseria y, por supuesto, en el sexo y en la muerte, en el esplendor de esa dualidad que hay en todo. Expresan su visión del mundo, de algo que transforma el placer en dolor muy rápidamente y viceversa, continuamente también, y que todo tiene dos caras y todo está presente al mismo tiempo, aunque muchas veces sólo veamos una. El texto resulta ante todo acariciante y poético, excesivo y perturbador, sin miedo a nada, y con una visión muy especial de la existencia.
Los autores conocen bien el inmenso paisaje que regalan en su obra. Una llanura inquietante, donde los protagonistas están muy vivos. O muy muertos. Como en las anteriores propuestas del Grupo Exit -con diez años de labor en la escena santafesina-, sus integrantes no defraudan, sino que refirman su lugar. Como ya dijimos, es una obra de una gran belleza y de alto contenido poético. Su totalidad toma prestados los textos "Autoinfidelidad", de Javier Villafañe, e "Historia del lagarto que tenía por costumbre cenar a sus esposas", de Eduardo Galeano.
La totalidad se vuelve dramáticamente solvente gracias a la labor del director Daniel Vitale. Los diálogos que reproducimos al principio son, en realidad, reflexiones intercambiadas. Como si fuese un ping-pong de monólogos. Aunque los textos apropiados son de una cadencia exquisita y muy descriptivos, podrían convertirse en un abrazo al tedio si no fuese por la mano hábil de un director que, evidentemente, sabe por qué caminos conducir a los actores.
El tiempo es un elemento recurrente no porque sí, sino como referente del valor de la vida, de la verdad y de la justicia. Básicamente, "Mamushkas" hurga en estos puntos en forma inteligente, ya que no enuncia interrogantes sino que los traslada al espectador. Aquí la memoria es sometida a juicio y la justicia misma es señalada por esa memoria. Sobre el final, ambos personajes se encuentran en los sueños y en los recuerdos y esa posibilidad los traslada a un mundo certero y dolorosamente real. En el medio, hay que decirlo, sobrevuela en forma permanente un humor muy gracioso pero al mismo tiempo lacerante, que se hunde como un escalpelo en nuestra memoria.
Las actuaciones son impecables. Marisa Oroño saborea la textura poética del texto en una composición honda. Se entrega al juego del humor y también gana, a partir de un trabajo de indiscutible entrega. Pero es Fabián Rodríguez el que se lleva las palmas. Lo descubrimos en este caso como un actor realmente excelente, que sabe cómo utilizar tanto las palabras y las acciones como herramientas para su finalidad interpretativa. Rodríguez maneja además los muñecos realizados por él mismo y cuando sus manos aparecen sobre la escena la magia se instaura. Ambos actores manejan cuerpo y voz en forma perfecta.
Los rubros técnicos son también impecables y es de significación estructurante el objeto escénico de Mario Pascullo, de fuerte carga simbólica. Vestuario, luces y música son elementos fundamentales para plasmar un texto que, tal vez, un poco más acotado, sería perfecto. No es éste un lunar en una totalidad que apuesta a un teatro inteligente, que divierte y obliga a la reflexión.