Jacques Chirac aprendió que los errores de cálculo se pagan. El veterano político francés creyó en su momento que el referéndum iba a fortalecer su poder. Sus asesores le advirtieron sobre los peligros de jugar a cara y ceca su popularidad; le informaron que una inmensa mayoría del electorado no iba a votar por una Constitución europea que no conocen, no entienden, ni les interesa, sino que lo iban a hacer para criticar su gestión. Le dijeron, en definitiva, que si ganaba no ganaba mucho y si perdía, podía perder todo.
El hombre no hizo caso y los resultados están a la vista: la derrota del SI en Francia es la derrota en primer lugar de Chirac y luego el de una futura Unión Europea regulada por una Constitución moderna. ¿Se podía hacer otra cosa? Por supuesto que se podían hacer muchas cosas más, pero había que hacerlas con tiempo. Estimulado por las encuestas, Chirac decidió una vez en su vida comportarse negando su condición de conservador, es decir, apostando al todo o nada cuando existían otras posibilidades.
En Alemania, en Holanda, en Suecia, en Finlandia, los dirigentes han tomado otro tipo de recaudos: o la Constitución se aprueba por vía parlamentaria o el referéndum no es vinculante y la decisión última queda en manos del parlamento. ¿Antidemocrático? Para nada. Una instancia tan mediada como una constitución europea no es obligación someterla al sufragio directo. Entre la indiferencia y la ignorancia constitucional, entre el oportunismo de los opositores y los propios errores del oficialismo, lo que en definitiva se terminó votando fue cualquier cosa menos la aprobación o el rechazo a una Constitución.
En 1826, el diputado Gorriti criticó a los caudillos que se habían opuesto a la Constitución nacional impulsada por Rivadavia, y dijo que no la cuestionaron por ser unitaria o federal, la cuestionaron por ser una Constitución. Algo parecido podría decirse respecto de quienes impulsaron el voto por el NO: no criticaron los aspecto normativos de la Constitución, ni siquiera la tuvieron en cuenta, les importaba otra cosa y atendiendo a la calidad ideológica de algunos de sus opositores -no todos- me atrevería a decir que lo que les molesta de la Unión Europea no son sus errores sino sus aciertos.
Estuve en España cuando se realizó el referéndum en el que ganó el SI. Fue un domingo apacible, frío y lluvioso. Salvo los aparatos políticos, nadie se desveló por comicios que decidían temas muy lejanos para la cotidianeidad de la gente. La sensación que tuve entonces es que la Constitución europea es necesaria, pero no es un tema que le importa al ciudadano medio inmerso en sociedades consumistas, atemorizados por los inmigrantes, el paro y las pérdidas de conquista sociales.
Conversando en enero con algunos amigos en París, ellos me adelantaron que el voto iba a ser favorable al NO, que así lo señalaban las encuestas y que en esa magna empresa iban a coincidir, por motivos distintos claro está, ultraderechistas y ultraizquierdistas con tránsfugas de los partidos tradicionales que se quedaron sin cargos o sin puestos.
El ciudadano medio francés no fue a votar o votó atendiendo sus propios prejuicios. La calidad normativa de la Constitución para la que fue convocado, no le hizo perder el sueño. La gran paradoja de esta elección, lo que hace injustificable el error de Chirac, es convocar a votar por un tema que a nadie le importa demasiado y darle espacio a quienes se aprovechan de la jornada para llamar a votar en contra de Chirac, o en contra de la pobreza, o en contra de los inmigrantes, o en contra del ingreso de productos argentinos, por ejemplo, que compitan con los sobreprotegidos productos agrícolas franceses.
En Francia la desocupación supera el 10 por ciento, la invasión de inmigrantes dispuestos a trabajar por salarios bajos alarma a los trabajadores nativos, la globalización pone en tela de juicio las bondades del estado de bienestar. Ante semejantes peligros, el ciudadano francés reacciona como lo ha hecho siempre: con una mentalidad conservadora y nacionalista.
Los únicos opositores que propugnaban el NO con argumentos consistentes fueron los clericales, molestos por el carácter laico de la Constitución europea. Los comunistas y los fascistas, aprovecharon el referéndum para impugnar el gobierno de Chirac. Hoy las banderas rojas de la izquierda se confunden con las negras de los fascistas y las moradas de los clericales. Los estandartes ondean por las calles de París festejando no se sabe muy bien qué cosa.
Diría que los ganadores internos han sido los ultraderechistas de Le Pen. La izquierda, una vez más, operará como higiénico y descartable preservativo de la extrema derecha. No es la primera vez que lo hacen, ni tampoco creo que sea la última. Sus abuelos ideológicos decían hace setenta años en Alemania: Hitler al gobierno, después venimos nosotros.
¿Y es importante una Constitución europea? Lo es. Las instituciones son necesarias para regular la vida social y mucho más cuando esa vida incluye a veinticinco naciones. La Unión Europea es un proyecto que se viene construyendo desde hace cincuenta años. Los padres de la criatura han sido Alemania y Francia.
La propuesta es económica, pero atiende consideraciones históricas de primer nivel. Los grandes dirigentes de Europa han entendido que si no se marchaba hacia una unión económica y política la posibilidad de una nueva guerra siempre estaría abierta. Recordemos que después de la guerra franco-prusiana de 1870, y de las dos grandes guerras mundiales, a todos les quedó claro que era necesario diseñar un nuevo estilo de convivencia que impida reiterar los desastres conocidos.
La Unión Europea, además, es importante en el siglo XXI porque permite poner límites a la hegemonía norteamericana y, de alguna manera, es importante para los países latinoamericanos porque diversifica los bloques de poder. En ese contexto, la Constitución era necesaria para asegurar con normas claras su funcionamiento, precisar los derechos y garantías de las naciones y los ciudadanos. ¿Liberal? Por supuesto que lo es y está bien que así lo sea, sobre todo cuando las supuestas alternativas superadoras remiten a Mussolini, Hitler o Stalin.
¿Es perfecta la Unión Europea? No lo es, por supuesto, pero expresa un esfuerzo de convivencia colectiva civilizada y progresista en la que participan conservadores, liberales, socialistas y democristianos. Es verdad que algunos votos a favor del NO pueden estar bien fundamentados en tanto hay serias críticas que hacerle a ciertos aspectos de la llamada burocracia de Bruselas, pero no son los seguidores de Le Pen o los defensores de la dictadura del proletariado y los gulags los que disponen de autoridad moral y política para criticar estos vicios.
Por último; habría que decir que en estas elecciones hubo un gran ganador, alguien muy interesado en que el NO se imponga y se debilite el esfuerzo de construcción colectiva, ese gran ganador, que seguramente festejó en privado mientras se prepara para cosechar los beneficios de su triunfo, es nada más y nada menos que George Bush, muy satisfecho en su intimidad por la derrota de sus rivales europeos que con tanta saña criticaron sus aventuras militares en Irak.