Ramón Pedrosa (EFE)
Como comenta Pilar Ordovás, directora de arte contemporáneo y de posguerra de la casa de subastas británica Christie's, en Hong Kong "los visitantes se acercan y me preguntan: `¿Cuánto dinero hay colgado de las paredes?'. Aquí, en lugar de mirar el cuadro, miran la etiqueta". Lo cual no sería tan grave si las obras que cuelgan de la pared no fueran otras que la "Mujer sentada en un sillón", de Picasso o "Casa en el Jardín", de Cézanne.
Hong Kong, la cosmópolis inteligente donde acaba China al Sur, es una ciudad de lujos infinitos. Y para los que cuentan con un Rolls-Royce, tres pisos en un rascacielos frente al puerto de Victoria y un yate enorme anclado en Deepwater Bay, una obra de arte es una adquisición imprescindible.
Una buena compra podría ser ese autorretrato de Francis Bacon, o la escultura "Elogio al Vacío V", del español Eduardo Chillida, que podría venderse por más de un millón y medio de dólares y que estos días también está expuesta en el Centro de Convenciones, a sólo unos pasos del resto de piezas contemporáneas.
"La abstracción no les preocupa, les atrae; lo que les preocupa más es una figuración que no alcanzan a entender", explica Ordovás. "Venimos a Hong Kong a invertir hacia el futuro y a enfocarnos hacia el mercado de China".
Según muchos analistas, el dragón tiene las mismas posibilidades de convertirse en el futuro en lo que representó Japón, para el mercado del arte, durante los años '80 y '90.
Las grandes casas de subastas se han dado cuenta de ello, y no hay año que Christie's y Sotheby's no traigan una colección cada vez más grande hasta el Centro de Convenciones y Exposiciones de Hong Kong.
A pesar de la presencia de piezas occidentales, los compradores de esta parte del mundo siguen interesados, sobre todo, en el trabajo que están desarrollando los pintores contemporáneos chinos, por quienes está apareciendo un interés repentino en todo el mundo.