Benedicto XVI, las religiones y la violencia

Los comentarios del Papa, Benedicto XVI, en la Universidad de Ratisbona han provocado airadas reacciones de los dirigentes religiosos islámicos. En El Cairo, en la Meca, en Teherán, en Palestina, diferentes autoridades de esta religión expresaron su condena a las palabras del Papa y en más de un caso profirieron amenazas veladas o directas. En algunas ciudades de Europa los musulmanes se han movilizado denunciando una nueva cruzada de la Iglesia Católica, situación que no se modificó con el posterior pedido de perdón por parte del Pontífice.

Ante la extensión de las reacciones importa preguntarse qué fue lo que dijo Ratzinger en la universidad para que los dirigentes islámicos estén tan molestos. El Papa habló en un claustro universitario y su discurso fue dirigido a un grupo de académicos; luego de algunas consideraciones sobre el origen y desarrollo de las religiones, mencionó el tema del terrorismo y trató de encontrarle una explicación histórica.

En otro tramo de su intervención insistió en los beneficios de la paz, condenó la guerra y el terrorismo y destacó, una vez más, que ninguna religión puede pretender ganar adeptos a partir de la violencia. En definitiva, el Papa dio una clase sobre las relaciones entre la fe y la razón, un tema que ha estudiado en profundidad y que está presente en muchas de sus publicaciones.

Habría que recordar que este Papa es respetado por su formación intelectual. Se sabe que Ratzinger no improvisa sus intervenciones, que posee una larga experiencia en materia de conferencias y polémicas con intelectuales que piensan diferente -el caso de Habermas es un ejemplo- y que, en los últimos años, ha defendido con entusiasmo el diálogo ecuménico con otras confesiones.

No hay motivos entonces para creer que la Iglesia Católica haya decidido cambiar su estrategia y lanzarse a una suerte de guerra de religiones. Por el contrario, su insistencia a favor de la paz es permanente: su reclamo al diálogo está presente en la mayoría de las declaraciones oficiales y no oficiales.

Admitiendo, incluso, que Benedicto XVI haya dicho una palabra de más, una frase incorrecta, no se justifica que los líderes religiosos musulmanes reaccionen con tanta violencia y pierdan de vista las posiciones que en los últimos años ha sostenido la Iglesia Católica.

Lo que llama la atención es la celeridad de la reacción islámica, su extensión, su fervor y su agresividad. Más allá de la interpretación de las palabras del Papa, importaría saber qué opinión tienen los líderes del Islam respecto de las actividades terroristas que se desarrollan en su nombre porque, en definitiva, lo que el Papa planteó fue un debate alrededor de estos temas.

Sería deseable que la misma velocidad y entusiasmo que los mahometanos demuestran a la hora de refutar las declaraciones supuestamente imprudentes del Papa, se ponga de manifiesto para condenar al terrorismo islámico y tomar medidas para que no se asesine en nombre de Mahoma y en violación de su doctrina. Por último, habría que recordarles a los religiosos islámicos, que su verdadero enemigo es el que mata invocando el nombre del profeta.