Por Pablo Ingberg
En esa dirección apunta algo que ha sido propuesto y discutido reiteradamente: que Edipo rey es, en cuanto a su argumento, un policial. Curioso policial, que, veintitantos siglos antes del surgimiento del género, ya lo trastoca. Puesto que Edipo es, al mismo tiempo, el investigador del asesinato y el asesino. Parece absurdo marcar los aspectos que desencuadran a Edipo rey del género policial moderno: Sófocles no se propuso hacer un policial (entre otros motivos, porque el policial no existía en su época). Por lo tanto, proponer o discutir semejante encuadramiento es una manera de no hablar de Sófocles.
Lo que hay de "policial" en Edipo rey es, sencillamente, el hecho de que ha habido un asesinato y la acción se organiza en torno de la investigación de ese crimen y a las consecuencias que ésta acarrea. De tal modo, la intriga está claramente imbricada con la forma en que se dosifica la información. Un solo personaje conoce toda la verdad (pasada y futura): el adivino Tiresias. Pero, además de que en principio se niega a revelarla, y, cuando lo hace, sus palabras están ligeramente teñidas, en algunos puntos (quienes son los verdaderos padres de Edipo), de la oscuridad propia de los mensajes oraculares, la irrupción de esa verdad por su boca resulta tan prematura, sorprendente y terrible que da lugar a que no se le crea, y a que resulte sospechado de otro incidente "policial": estar actuando bajo soborno. En semejantes situaciones se evidencia el extraordinario manejo dramático de Sófocles, porque la nueva información no agrega solamente el conflicto que ella misma representa, sino que el proceso en el que surge es en sí conflictivo (primero por la negativa de Tiresias a hablar, luego por la sospecha de soborno). Una vez resuelta la "intriga policial", tiene lugar el único monólogo de cierta extensión en que se relatan hechos, ya no antiguos sino recientes: el suicidio de Yocasta y el autocegamiento de Edipo. Pero allí está el coro para oír y sufrir la noticia, y el relato del mensajero de palacio, con un patetismo poético difícilmente igualable, es en sí vivido y se transmuta en acción al asumir los actos y, en estilo indirecto, las palabras de los personajes que llevaron a cabo esos hechos de los que él fue testigo.
Fuera del anciano adivino, el que conoce la verdad es el público (y si alguien no la conoce, aparece temprano Tiresias para hacérsela saber), lo cual acrecienta notoriamente el dramatismo de los hechos. Los demás personajes conocen todos alguna parte de la verdad, y la verdad completa va siendo revelada y construida en la interacción, como un rompecabezas a cuyo armado todos contribuyen con alguna pieza.
A diferencia de otros personajes trágicos, como el Prometeo de Esquilo, que tienen una actitud monolítica de principio a fin, los personajes de esta obra de Sófocles van modificándose en, con y por la acción. Y nada se enuncia de sus caracteres, sino que resultan delineados por su propios actos. Edipo hace un largo recorrido desde la piedad, la diligencia y la magnificencia, pasando por la soberbia (algo de eso hay, incluso, en sus ansias de saber), hasta la humildad del desdichado. Yocasta, de la ternura conciliadora a la desesperación y el suicidio. Lo mismo se advierte hasta en los personajes menores. La negativa inicial de Tiresias a hablar es piadosa, y luego termina hablando no sólo con cólera, sino hasta se diría que con malicia, gozando al hacerlo. El mensajero de Corinto comienza interviniendo con la alegría y la inocencia de quien trae buenas nuevas, pero termina implicándose en la más terrible indagación de la verdad (el efecto que produce este personaje, que llega a traer una buena noticia y termina dando la peor, es, según Aristóteles, el mejor ejemplo de "peripecia", cambio de la acción en sentido contrario).
Otro tanto puede decirse del coro, cuya actitud no es uniforme a lo largo de la obra sino que responde en todo momento a los vaivenes de la acción. Por lo demás, su participación está también sujeta a una estricta economía dramática: sus partes en los diálogos son absolutamente funcionales, y los estásimos son breves y están ligados directamente con la acción en curso, ajenos a cualquier pretensión de emitir juicios de validez general. Así describe esta cuestión Aristóteles: "En lo que hace al coro, debe considerárselo como uno de los actores, ser parte del conjunto y contribuir a la acción, no como en Eurípides sino como en Sófocles. En los demás (autores) , lo que se canta no es en absoluto más propio del argumento que de otra tragedia".
La condensación dramática en la participación del coro es correlato de la que se advierte en la distribución de los personajes. Sófocles hace que el viejo sirviente de Layo que llevó a Edipo niño al monte Citerón sea el mismo que escapó cuando Edipo, ya grande, mató a Layo y a su comitiva, con lo cual un único testigo puede brindar dos testimonios igualmente fundamentales; y también hace que el pastor que recibió al niño y lo dejó en manos de Pólibo sea el mensajero que viene a comunicar la muerte de ese rey, con lo cual un único personaje puede dar la noticia actual y la información antigua. (Por otra parte, los caracteres de estos dos personajes menores resultan claramente delineados y diferenciados entre sí por su modo de obrar: el mensajero de Corinto, ignorante de lo que está sucediendo en ese momento en Tebas, llega alegre, optimista y parlanchín; el otro, testigo de los hechos más terribles, es sombrío, lacónico, renuente).
Cuando, en el pasaje final de la Poética, Aristóteles postula la superioridad de la tragedia por sobre la epopeya, toma como ejemplo Edipo rey, y lo hace precisamente por su condensación.
Otro célebre pasaje de la Poética ejemplificado con el Edipo es el que trata, muy a propósito, de la construcción de la fábula (mythos). Ha dado lugar a arduos debates la interpretación de los postulados de Aristóteles en el sentido de que los hechos en una tragedia deben inspirar el temor y la compasión que conducirán al espectador a la catarsis (temor por lo que le sucede a un semejante y, por lo tanto, podría sucederle a uno mismo; compasión por el infortunio de quien en principio no lo merece). Sin entrar en la complejidad de tales debates, baste con señalar que la descripción que hace Aristóteles en el pasaje de marras apunta claramente al efecto dramático de los hechos presentados en la tragedia. Al respecto sostienen que el tipo de personaje más apropiado para producir temor y compasión es "el que ni se destaca por su virtud (areté) y justicia, ni va a dar en el infortunio por su maldad y bajeza sino por algún error (hamartía), siendo de los que contaban con gran prestigio y buena fortuna, como Edipo... (Así) una fábula que esté bien... pasará no a la buena fortuna desde el infortunio sino, por el contrario, de la buena fortuna al infortunio, no por bajeza sino por un error grande..." Edipo, pues, al comenzar la acción mantiene en alto su prestigio y su buena fortuna (en lo personal, ya que su reino padece una peste). Pero ha cometido antes un error o falta (hamartía) que, sin que nadie lo sepa (excepto el dios Apolo y su servidor Tiresias), incide en la situación que lo rodea (la peste). Lo que da, entonces, dramatismo a los acontecimientos es ese contraste, realzado más que mitigado por el hecho de que la falta de Edipo no fue cometida a conciencia: mató a alguien que lo había provocado, y sin saber que se trataba de su padre, y se casó con su madre, pero ignorando que lo era.