­Y no se agotan!

Con más años, y más humor y calidez que nunca, fue un placer poder ver nuevamente a este verdadero orgullo santafesino llamado Musicanthropus.

Los cinco incurables de siempre, Cánaves, Céspedes, Hillar, Ruscitti y Weidmann, logran en el público lo que siempre se han propuesto, establecer en la sala un alto estado de humor, casi constante, que no se basa en el chiste liviano ni en la fácil grosería. El clásico relato de Collodi da pie a una comedia musical donde el humor reina cómodamente, sustentándose en momentos de altísima ternura, como el nacimiento de Pinocho o el sacrificio que ofrecen Polichinela y Arlequín para salvarle la vida. Pero en el relato no falta el dramatismo, planteándose una escena casi bíblica en la casi muerte de Pinocho, resuelta con alta calidad vocal.>

Con más de hora y media en escena, el ritmo nunca decae y todo fluye a través de situaciones musicales hilarantes, que permiten apreciar la altísima calidad vocal del grupo, como también el lucimiento del afiatado grupo musical (Céspedes, Maglianese, Spinosi, Valls) que acertadamente los acompaña en escena. Voces y músicos proponen un calidoscópico popurrí musical que cubre innumerables tipos de música, con algunas citas que en sí mismas crean el humor.>

Los 500 kilos que se ven, como ellos mismos dicen con referencia a su exuberante presencia corpórea, no les impiden moverse en el escenario de una manera notable. Las coreografías planteadas (Claudia Correa) se resuelven con una mezcla de elegancia y torpeza, que nunca puede saberse si es planificada o espontánea.>

El relato original dio pie a uno nuevo, donde situaciones de actualidad demuestran que las alegrías, penas y debilidades del hombre no han cambiado demasiado. Sin embargo, lejos está de plantearse una situación de moralina o de autocrítica, sino que el humor y el absurdo permiten observarlo todo en una salsa de endorina (sic) que la cómplice sonrisa de la platea demuestra que funciona a alto vuelo.>

Difícil resulta establecer valores individuales o puntos más o menos altos en un espectáculo que mantiene tanta calidad de principio a fin. La distribución de los personajes entre los cinco irreverentes parece, más que una sesuda elección, una clara relación entre actor y actuante. Salvo Cánaves, con su tierno e inefable Pinocho, los otros cuatro despliegan personajes variados con los cuales ponen a prueba su funcionalidad, como el Relator Televisivo de Céspedes, la hilarante Hada Protectora de Hillar, el tonante Grillo Parlante de Ruscitti o el histriónico Tragafuegos de Weidmann.>

La estética general del espectáculo merece un párrafo aparte. La escenografía, medida, pero no por ello menos espectacular, es excelente y la propuesta del vestuario básico es agradabilísima. Los personajes se resuelven con toques que los acreditan con certeza, bellas máscaras y capas, chalecos, bastones... Siempre son toques sutiles que permiten al público la rápida ubicación y a los actores, sostener el ritmo impecable que otorgan al espectáculo.>

El Teatro Municipal se mostró como un hábitat ideal para esta puesta. El sonido, generalmente un invitado complejo en este tipo de espectáculos, merece un larguísimo aprobado, ya que estuvo siempre presente con toda corrección, sin intentar el protagonismo que muchas veces debe sufrir el público. La planta de luces ofreció algunos momentos de debilidad con ciertos desajustes en momentos en que el texto pedía claramente su colaboración.>

En definitiva, una puesta para todo público, donde se puede garantizar un espectáculo probablemente único en nuestro país, en el cual el espectador sale agradecido y admirado por lo que vio y oyó. Digamos, una perla más de esta increíble leyenda conocida como Musicanthropus.>

Beatriz Zurbriggen