Por Claudia Solvis
Sócrates cuenta lo conversado en una casa en la que es huésped Protágoras de Abdera, un reconocido sofista. Se discute sobre la virtud y la posibilidad de adquirir o comprar el conocimiento (Protágoras "vende" su saber). Protágoras trae a colación el mito de Epimeteo y Prometeo, y la necesidad que el hombre tuvo de que se le transmitiera cultura y organización política. Sócrates defiende el diálogo, contra la transmisión "monologada" del saber (comparando algunos oradores públicos a los libros, que si se los quiere interrumpir e interrogar no responden).
Si conclusión hay en este diálogo complejo y con diversas derivaciones e interludios es que todas las virtudes se reducen a una: la sabiduría (sophía). Quien conoce el bien lo seguirá indefectiblemente; el mal sólo es patrimonio de la ignorancia. Y dado que la virtud esencial es la sabiduría, la virtud es susceptible de ser enseñada y aprendida.>
"Protágoras" se resuelve en lo que se ha dado en llamar "ironía compleja", con posiciones aparentemente intercambiadas entre Sócrates y Protágoras en relación con lo que sostenían al comienzo del diálogo.>
En un cierto momento se plantea el problema del placer y de lo racional, del hedonismo y la incontinencia. Tal como resume Marisa Divenosa, a cargo de la introducción y traducción de esta impecable edición del diálogo: "Dado que hay placeres que aparentemente tienen mucha fuerza aunque sean momentáneos, se le presentan al hombre como preferibles. Si es así, la solución a la incontinencia reside en analizar bien la situación y no dejarse engañar por tal fuerza aparente de los placeres cercanos; la razón está en condiciones de esperar la llegada futura del placer mejor, porque ningún hombre tiene en su naturaleza la búsqueda del mal para sí mismo". >
Esta tesis, junto a la exégesis de un poema de Simónides, el relato del mito de Prometeo y la puesta en escena del diálogo, constituye una de las magias parciales del "Protágoras".>