Si difícil es entender cómo un personaje se transforma en mito también lo es definir cuándo una actriz deviene en diva y más si aceptamos que un personaje imaginario se convierta en heroína.
Mecha Ortiz fue una de las divas del cine argentino junto a Zully Moreno y Laura Hidalgo, pero su personificación de la Rubia Mireya la transformó en un verdadero mito de la noche porteña. Su voz profunda, sus rasgos de mujer distante, su perturbadora sensualidad en la piel de Safo, la convirtieron en una de las mujeres más bellas de nuestra pantalla.
Nació como María Mercedes Varela Nimo Domínguez Castro. En el libro "Familias argentinas" de Herrera Vegas y Jáuregui Rueda, afirman que tanto ella como sus hermanos eran hijos naturales de Rufino Varela, uno de los nietos de Florencio Varela. Lo cierto es que Mecha se casó muy joven con Julián Ortiz, emparentado con el presidente Ortiz, un productor agropecuario con el que tuvo un hijo, Julián, que luego fue guionista y traductor.
Pero la adversidad marcó su vida cuando su esposo, a raíz de un accidente al caer de un caballo, quedó totalmente impedido con daños irreversibles en la médula y el cerebro.
Mecha se trasladó a Buenos Aires y trabajó como empleada pública, pero decidió retomar una vocación postergada. Ingresó en el Conservatorio de Música y Declamación. Comenzó a trabajar en el mundo del cine pero guarda celosamente el secreto de su vida personal. Fabricó un personaje y no permitió que nada ni nadie interfiriera en su drama hogareño. Con su esposo internado en diferentes establecimientos, jamás hubo otro hombre en su vida. Se dedicó por entero a cuidarlo y a dar vida a la mujer casi distante que de a poco fue ganando un lugar en la pantalla nacional.
Sus primeros papeles fueron en teatros vocacionales. Pero en 1937, bajo las órdenes de Manuel Romero, encarnó en la pantalla a esa mujer mezcla de malevaje y tango, de honda raigambre francesa: la Rubia Mireya. Mecha se metió en la piel del personaje, haciéndolo inmortal en la historia de nuestro cine. La Mireya no podía soñar con alcanzar la felicidad. Su misma belleza provocativa, su vida marginal no daba para otra cosa que la miseria y el olvido.
Luego vino "Safo, historia de una pasión" (1943), bajo la dirección de Carlos H. Christensen, donde la mujer madura y experimentada seduce a un inexperto Roberto Escalada que finalmente vuelve arrepentido a los dulces brazos de su inocente noviecita, una jovencísima Mirtha Legrand.
Con este filme, Mecha Ortiz se instaló en el gusto del público como una de las divas argentinas. Sus personajes fueron siempre mujeres de fuerte carácter, a lo que ayudaba su alta y delgada figura y la profundidad de su voz.
En "Deshonra", 1952, es la carcelera de mirada dura, bajo la dirección de Daniel Tinayre, con quien ya había trabajado en "Vidas marcadas" en 1941. Muchos fueron los títulos, en total 55: "Joven, viuda y estanciera", "Margarita, Armando y su padre", "Mme. Bovary", "Boquitas pintadas", "Piedra libre", "El abuelo", para despedirse con "Los muchachos de antes no usaban arsénico", en 1976 donde la máscara de la vejez había hecho lo suyo en su rostro.
Pero no sólo en cine brilló su talento. En teatro su delgada silueta y su voz grave de decir espaciado recorrieron personajes a los que insufló un sello propio: fue la Blanche Dubois de "Un tranvía llamado deseo". Fue la Sra. Ana que atesora sus medallas o la Ana Karenina de Tolstoi o "La esposa Constante" de S. Maughm, casi 40 obras estrenadas.
La radio supo también de su presencia, entre 1940 y 1950 en el Teatro Palmolive del Aire junto a Pedro López Lagar, Francisco Petrone o Caviglia. Su última actuación en TV fue en ATC con Rosa Rosen, Duilio Marzio, Luisa Vehil e Iris Marga en "Navidad del año 2000".
Como destaca Emilio Stevanovich en su evocación, increíblemente para nuestro país había obtenido una pensión estatal en mérito a su aporte masivo a nuestras artes.
Mecha Ortiz murió el 20 de octubre de 1987. Fue velada en el Teatro Cervantes. En algún momento Luigi Pirandello declaró que era la más grande actriz dramática por él conocida.
Pero por sobre el recuerdo, el mito o la diva, los que aún la recuerdan, llevan la imagen de la mujer educada, sensible, generosa, digna y también inalcanzable.
En sus "Memorias" dijo: "Los actores pasamos. Nuestras vidas y popularidad son efímeros, pero hay cosas que son permanentes. Una es el teatro, el cine, la otra es el público. Sin él no habría ni una cosa ni la otra; son nuestra fuerza, nuestra sangre, la causa y el objetivo de nuestros sueños".
Mecha Ortiz fue una diva protagonista de un mito, en blanco y negro, como la vida, pero sin duda imborrable en nuestro folclore nacional. Ni Greta Garbo, ni Marlene Dietrich, sólo una mujer, sólo Mecha Ortiz.
ANA MARIA ZANCADA