"¿Ustedes sienten olor a tierra mojada?", pregunta el edafólogo Antonio De Petre -especialista en suelos- al fotógrafo y al periodista de El Litoral. Es el mismo interrogante que cada año traslada a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Uner.
"¿Por qué no?", insiste, y él mismo contesta: "Porque hay menos vida en nuestros suelos. A ese olor lo produce un pequeño organismo que se llama actinomiceto. Cuando llueve, libera una sustancia (geocimina) y de ahí viene ese olor característico a tierra mojada", explica.
De Petre usa este ejemplo para destacar que las malas prácticas agronómicas están barriendo con las lombrices y los pequeños microorganismos (se estima que sólo subsiste el 20 % de la fauna edáfica que existía en condiciones naturales) y, sobre todo, con los nutrientes que los suelos necesitan para producir y no degradarse.
En la Facultad de Agronomía de Esperanza, el Ing. Miguel Pilatti logró medir con precisión esta tendencia. "En los últimos veinte años, los suelos de la provincia perdieron entre el 40 y el 60 % de sus cualidades productivas", advierte. Y, si las cosas no cambian, el deterioro puede profundizarse, coinciden los dos especialistas.
Pilatti examinó lotes del norte, del centro y del sur de Santa Fe. Descubrió que hay menos nitrógeno, fósforo, potasio y calcio (ver infografía). Todos son nutrientes clave y, en algunos casos, quedan menos de la mitad.
En la década de las cosechas récord, la tendencia preocupa porque la riqueza de los suelos santafesinos es uno de los pilares centrales sobre los que se asienta todo el aparato productivo. Está claro que, si este recurso se va agotando, el único que pierde no es el productor.
La cantidad de materia orgánica es otro indicador importante de la salud de los suelos. "Yo me atrevo a decir que también bajó a la mitad, pasó de 3,5 ó 4 % (por hectárea) a cerca del 2 %, en promedio", afirma De Petre. Su colega de Esperanza lo confirma: "El nivel de materia orgánica descendió entre un 30 y un 50 %, y es una cuestión importante porque es lo que hace funcionar toda la actividad biológica del suelo", agrega Pilatti.
Para graficarlo con una metáfora sencilla, este especialista sostiene que es necesario ver al suelo como si fuera un gran galpón en el que están apiladas las bolsas con los nutrientes que van a ser utilizados en el proceso productivo.
"Esos recursos no son inagotables; los minerales que se han extraído tienen un valor y hasta ahora no se lo ha tomado en cuenta. Es una riqueza natural de los suelos de la provincia que se exporta -aunque no se suela consignar en los costos- y que en muy pocos casos se repone adecuadamente", afirma Pilatti.
Recuperar y mantener la capacidad productiva del suelo, es decir, determinar el stock de nutrientes y de materia orgánica que extrae cada cultivo, y la inversión -y las rotaciones agrícolas- que van a ser necesarias para restablecer esas condiciones es crucial para desarrollar un esquema agrícola más sustentable, más rentable y más profesional.
"Por ahora, en los cálculos de la mayoría de las empresas agropecuarias no se incluyen estos costos, pero son fundamentales para reparar las estructuras dañadas", precisa el experto.
Los suelos de Santa Fe son muy ricos. Pilatti destaca que tienen diez veces más potasio y fósforo que, por ejemplo, los campos cercanos a San Pablo (Brasil). Por eso, resistieron tanto tiempo sin necesitar abonos y fertilizantes, que comenzaron a usarse a fines de la década del 80.
La primera razón que explica el fuerte proceso de degradación que vienen sufriendo es la ignorancia. "Había muchas cosas que desconocíamos, nosotros y los productores. O sea, nos dábamos cuenta de que el suelo se deterioraba, pero nos faltaban indicadores científicos para medir esa tendencia y saber qué hacer", reconoce el especialista esperancino.
Pilatti señala que con estas herramientas (que empezaron a usarse a mediados de los 90) se pueden desarrollar estrategias de gestión ajustadas para recuperar los nutrientes que faltan. Cuenta que hay grupos Crea y de Aapresid (son asociaciones que reúnen a algunos de los productores agropecuarios más avanzados) que miden sus lotes, adaptan el manejo de sus campos y logran mejorar significativamente sus suelos."El problema es que todavía son como moscas blancas; son muy pocos productores, no más de veinte, en toda la provincia", afirma Pilatti .
De Petre coincide: "Hay una pérdida significativa de materia orgánica porque no hay reposición. Si no se cumplen las rotaciones, las alternancias con pasturas y gramíneas, el suelo va perdiendo sus propiedades", agrega.
Para detener este proceso y comenzar a recuperar más lotes, "la punta del ovillo es la gestión de la materia orgánica", asegura Pilatti. Su colega lo resume en un juego de palabras: "Para que el suelo nos alimente, también hay que alimentarlo", dice De Petre.
Pero, ¿cómo se alimenta al suelo? En realidad, se trata de devolver a esa tierra los nutrientes y la materia orgánica que extraen los cultivos, el famoso retorno de la materia seca (raíces, rastrojos, malezas, deyecciones, etcétera).
Pilatti lo resumió en un cálculo central: "Cualquier rotación -combinación de cultivos- que esté devolviendo al suelo, al cabo de cinco años, entre siete y ocho mil kilos de materia seca al suelo (promedio por año), está haciendo una gestión adecuada de este recurso".
Si los productores planifican sus esquemas agrícolas a partir de esta estimación podrían lograr que sus campos no se degraden y que mantengan sus propiedades productivas. Ambos expertos explican que las rotaciones son claves.
El maíz, si no se lo ensila, deja entre 8.000 y 10.000 kilos de materia seca por hectárea, aclara el docente de Esperanza; otro ejemplo clásico es el sorgo granífero, que también es un cultivo que ayuda a recuperar los suelos.
"Cuando yo tengo que analizar un lote, lo primero que pregunto es el criterio de rotación. Siempre quiero saber cuántos rastrojos y raíces está dejando ese productor al cabo de cinco años", amplia Pilatti.
Está claro. La soja y el girasol, que son cultivos más extractivos, deben alternarse cuidadosamente con maíces, sorgos y alfalfas, entre otros manejos. "En realidad, no importa si un año devolvés 2.000 kilos de materia seca; lo que es trascendente es que durante los cinco períodos en promedio reintegres esos 7.000 kilos anuales", repite Pilatti.
El problema es que en este momento la gran mayoría de las productores sólo deja entre 2.000 y 3.000 kilos de rastrojos y raíces en sus campos. Por eso, el recurso se deteriora.
De Petre y Pilatti coinciden al sintetizar los criterios más importantes para recuperar y mantener la riqueza de los suelos. Pensar creativamente las secuencias de los cultivos, manejar el balance de materia orgánica, favorecer la actividad biológica de los suelos y lograr un balance cero de nutrientes ("que lo que sale del campo con el cultivo vuelva a ingresar como materia seca y fertilizantes", apunta Pilatti).
Los tambos también pueden ser un aliado de peso en la tarea de recuperar los suelos. "El manejo de las deyecciones de las vacas es fundamental: 500 animales producen 5.000 kilos de materia seca (de bosta) por día. Generalmente, queda en los callejones o en la sala de ordeñe, y no vuelve a los potreros. Si lo aprovecháramos mejor sería un golazo", se entusiasma Pilatti.
No es un consuelo, pero lo cierto es que no se trata sólo de un problema de la provincia de Santa Fe. "La Argentina no tiene una política nacional de conservación de suelos", aclara De Petre. En Estados Unidos existe, desde la década del 30, un Servicio de Conservación de Suelos, recuerda el especialista.
Pilatti destaca que hasta hace algunos años el Ministerio de la Producción contaba con un laboratorio de física de suelos, "pero se fue abandonando hasta que dejó de funcionar", se lamenta.
Estos dos expertos trabajaron en el antiguo Magic (Ministerio de Agricultura, Ganadería, Industria y Comercio). De Petre, incluso, fue jefe del Departamento de Conservación de Suelos. Por este motivo, creen que el Estado debe intervenir en la planificación de las rotaciones y contar con mediciones actualizadas que le permitan seguir con precisión la evolución de un recurso que es esencial para el futuro de todos.
Además, desde el gobierno debería estimularse la educación de los productores para el "desarrollo integral sostenible y solidario del territorio", puntualiza Pilatti. "Es fundamental debatir un plan maestro para cada región, en función de las características de sus suelos", concluye.
Se puede.
En Venado Tuerto, la familia de Telmo Trossero logró recuperar las propiedades naturales de sus suelos. "Esta gente tenía la filosofía de manejar bien los rastrojos y darles lugar a las lombrices. Hace décadas que hacen siembra directa con una rotación agrícola y ganadera, con mucha presencia de alfalfa", explica Pilatti. En 1983, los suelos estaban bastante degradados -cuenta el experto-, pero en el 94 habían mejorado. "La última medición que hicimos (en el 2000) demostró que esta gestión agronómica -bien profesional- prácticamente había restablecido las condiciones naturales de esos suelos. Nunca vi algo así", admite. El mensaje es claro: si los Trossero pudieron y, además, lo hicieron en el marco de una empresa agropecuaria rentable -no es un campo experimental del Inta-, ¿por qué esta experiencia no se puede extender al resto de la provincia?, se pregunta Pilatti.
La expansión de la frontera agrícola es otro de los temas que preocupan a De Petre. "En todos los suelos no se puede hacer agricultura", sostiene. En los montes y bosques de espinales que todavía existen en la provincia -sobre todo, en el norte- este edafólogo cree que es mucho más sustentable hacer ganadería.
"Cuidado -advierte-, hacer soja en tierras no aptas puede ser rentable en los primeros años; pero, a la larga, esos suelos se van a degradar con mucha mayor rapidez", asegura.
De Petre participó, junto a un equipo de investigadores de la UNL, la Uner y la UNC (Universidad Nacional de Córdoba), en un proyecto del BIRF (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento) que investigó las alternativas de sustentabilidad de los bosques de espinales (ejemplares de algarrobo, ñandubay, aromito y espinillo).
Una de las conclusiones principales de este trabajo es que con un buen criterio de gestión (limpiando y manteniendo estos bosques) podrían desarrollarse esquemas de producción ganaderos y lecheros con pasturas naturales -esquemas agropastoriles-, que lograrían articular la conservación del suelo, la generación de fuentes de trabajo y la preservación de nuestro ambientes ecológicos tradicionales.
GASTÓN NEFFEN [email protected]