Evangelina Simón de Poggia E-mail: [email protected]
Llegar al "conocimiento" es una aspiración vital. Dura toda la vida. Debe constituir una de nuestras utopías. Pero, para ello, es necesario que atravesemos dos procesos complejos: comprender e interpretar.
"Comprender" un texto es poder llegar a desentrañar el mensaje que nos quiere transmitir el autor del mismo, lo que nos quiere comunicar. Es establecer un diálogo fructífero con él, lo que nos obliga a posicionarnos de una determinada manera frente a ese puente que queremos atravesar para establecer el encuentro esperado con el conocimiento. Estamos hablando de un texto escrito sobre el que podremos volver cuantas veces queramos o necesitemos a sabiendas de que en cada lectura nos enriqueceremos, pues nos hará ver aspectos que en la anterior no habíamos observado. Esto es lo esperado, ya que los contextos cambian y nuestras "competencias" van creciendo con nosotros, por lo tanto nuestros "posicionamientos" también.
"La interpretación" requiere de la comprensión, pero deberá llegar a niveles abstractivos fundamentales, pues en el escenario de la comunicación han ingresado elementos que forman parte del contexto y que acompañan maravillosamente a la expresión verbal, es decir, a la palabra. Tendremos que integrar en la situación comunicativa aspectos materiales, entonaciones, manejo de lo facial, articulación, miradas, ostensiones, posturas, imagen, color. Deberemos llegar a descubrir las intenciones y pensamientos de nuestro emisor, a partir de la realización inevitable de procesos cognitivos-abstractivos que nos lleven a establecer la comunicación esperada y, por ende, al conocimiento que nos depare.
Desde lo expuesto, podemos referirnos a lo ya conocido por todos: las alternativas comunicacionales verbales se debaten entre la "oralidad y la escritura". Dos caminos inevitables para llegar a la comunicación, a la interacción, que nos permitirán dar el salto hacia el conocimiento. ¿Es lo mismo hablar que escribir? Hay distintas posturas al respecto, algunos científicos piensan que son parte de un mismo proceso, que constituyen una unidad; otros consideran el hablar como una actividad primaria, frente a la de leer y escribir que sería secundaria.
Tomemos una postura u otra, nos interesa enumerar algunas diferencias fundamentales que tienen que ver con el proceso comunicativo, la comprensión y la interpretación y, en definitiva, con la llegada al conocimiento: mientras en la "oralidad", no será posible la lectura reiterada de la situación comunicativa, ni siquiera a través de la ilusión de la grabación, pues perderíamos los aspectos paralingüísticos como gestos, miradas, etc., en la "escritura" es factible la lectura reiterada, respetando los tiempos de cada uno. Esto nos lleva a vislumbrar la importancia de la concentración durante el proceso y, por ende, el requerimiento de ser "muy buenos escuchas", así como también la de ser "muy buenos lectores". En tanto, la primera plantea una comunicación ágil, dinámica, rápida, con percepciones instantáneas de lo pertinente y , como consecuencia, de la interpretación, en la segunda, la relectura nos permite la reiteración de procesos como: pensar, razonar, elaborar , relacionar, comparar, etc. que acompañarán a la conformación de los borradores.
En lo expuesto se basa la preocupación de todos los agentes de la educación cuando nos encontramos en la universidad con alumnos que no pueden realizar el aprendizaje correctamente, ya sea porque no terminaron el proceso de la lecto-escritura o por no poder manejar la inmediatez de la oralidad para expresar los conceptos, y todo basado en las dificultades que sostienen para la realización de los procesos cognitivos-abstractivos, lo cual les impide la llegada al conocimiento.