Ubicado por Dante entre los espíritus magnos en el Limbo, Séneca es el filósofo y escritor latino (España, 4 a.C., circa- Roma, 65 d.C.) que introduce la dimensión de la interioridad en la tragedia de tradición griega, tal como desarrollará el pensamiento y la literatura occidental posterior, y que lo mantiene aún hoy tan apasionante y vigente. En su teatro los temas y personajes son de neta raigambre griega (basta mencionar sus títulos: "Hercules furens", "Troades", "Oedipus", "Medea", "Agamennon"...).
En "Fedra", que se presenta en esta edición bilingüe con la excelente traducción de la argentina Lía Galán, el argumento no difiere del mito griego tal como había sido configurado ya en el siglo V a.C. y que Sófocles y Eurípides habían trabajado: Fedra es entregada por su hermano Ducalión, rey de Creta, al rey de Atenas, Teseo, para sellar una alianza entre reinos legendariamente enemigos. Teseo había tenido un hijo con la amazona Antíope, y durante su extenso viaje (que dura más de tres años) a los abismos del Hades, Fedra es presa de un arrebatado amor por ese hijastro, Hipólito. Cuando se decide a revelar su pasión al muchacho, éste huye horrorizado. Teseo regresa y Fedra acusa a Hipólito de haberla violado. Teseo pide a su padre, el dios Neptuno, que castigue a Hipólito con la muerte. El joven muere, Teseo lo descubre inocente y Fedra se suicida.
A diferencia de la tragedia "Hipólito", de Eurípides, el rol que juegan las divinidades aparece casi eliminado en Séneca. Las elecciones y las responsabilidades se hacen pues más humanas. Como señala Lía Galán: "En el contexto de la Roma imperial, es evidente que ya el mito estaba disociado de la religión aun cuando se observara en las ceremonias oficiales. Además Séneca, en tanto filósofo estoico, negaba el mito como forma religiosa pero lo revalorizaba como alegoría. El mito, entonces, se transforma en una fuente inagotable de ejemplos (exempla) socialmente compartidos que son vehículo de ideas, enseñanzas y advertencias".
De la catarsis griega, pues, a la función instructiva (en el sentido más respetable al utilizar el término en el ámbito literario), que en algunos pasajes se hace evidente a través de la exposición de la doctrina estoica. Así, la Nodriza, cuando en un primer momento intenta convencer a Fedra para que abandone su loca pasión, niega el argumento de que sea el dios Cupido a quien cabe toda la responsabilidad de ese furor irracional, y asocia el lujo y el vicio ("quiere poder lo que no puede quien puede demasiado"). O el propio Hipólito, en su canto sobre la virtuosa vida rústica y sencilla (que en parte transcribimos en esta misma página).
"Mi alma va consciente hacia el precipicio", exclama Fedra. "Detén tu pasión y ayúdate a ti misma:/ parte de la salud ha sido siempre querer sanar", sentencia la Nodriza. Fedra piensa entonces en suicidarse: "Que el amor que no quiere ser regido,/ sea derrotado". Y cuando se declara a Hipólito: "También yo misma conozco el destino de nuestra casa:/ queremos aquello de lo que se debe huir, pero no tengo poder sobre mí misma./ Te seguiré a través de los fuegos, por el mar enloquecido/ y rocas y ríos a los que arrebata la ola torrentosa;/ adonde quieras llevar tus pasos te seguiré demente.../ Otra vez, joven soberbio, me postro a tus pies". Y la Nodriza, cuando se somete a participar de la calumnia que acusa al joven: "Un crimen debe ocultarse con otro crimen". Y el Coro: "Peligroso bien es la belleza para los mortales/ (...) Para pocos hombres (observa los siglos)/ la belleza ha sido impune". De maravillas como éstas está plagada esta obra que tuvo una enorme influencia sobre el teatro universal posterior, especialmente sobre el drama isabelino.
Por Julio Anselmi