Opinión: OPIN-04
Crónicas de la historia - La Reforma Universitaria (II)
Identidad de la rebelión estudiantil

Rogelio Alaniz

Héctor Agosti asegura que la Reforma Universitaria fue la conquista más avanzada de la pequeña burguesía liberal. Algunos sociólogos la conciben como un producto de la modernización. Intelectuales de la izquierda nacional consideran que expresan la demanda de participación de los sectores medios, alentados por la nueva coyuntura política. Para muchos radicales, la Reforma Universitaria fue una creación de Hipólito Yrigoyen; lo cual no es verdad, aunque tampoco están del todo equivocados.

Todas estas apreciaciones pueden ser justas, pero cada una de ellas es, en sí misma, incompleta. La Reforma Universitaria pudo haber sido todo eso, pero fue siempre algo más y, tal vez, algo menos. Como siempre, Deodoro Roca fue quien mejor habló de sus alcances y sus límites: "La Reforma Universitaria fue todo lo que fue. No pudo ser más de lo que pudo. Dio de sí todo. Dio pronto con sus límites infranqueables...".

Las tipificaciones sociológicas y políticas son necesarias para pensar la historia, siempre y cuando el historiador no concluya enamorándose más de las categorías abstractas que del devenir de los procesos reales, que siempre suelen ser mucho más ricos que todas las categorías teóricas. Dicho con otras palabras: las categorías teóricas ayudan a pensar la historia, no la reemplazan. Tampoco sustituyen la inteligencia, la imaginación y lo que muchos historiadores han olvidado o no saben hacer: escribir bien.

Noventa años después de aquella gesta, es válido preguntarse sobre la identidad de tal rebelión estudiantil. En el siglo veinte, hubo muchas rebeliones universitarias. Antes y después de 1918, hubo movilizaciones, algunas más combativas o más extendidas que la de los reformistas del '18. Sin embargo, la que trascendió en la historia fue la Reforma Universitaria. Interrogarse sobre las causas de esa trascendencia es un buen punto de partida para pensar los acontecimientos.

Yo diría que lo que diferencia a la Reforma Universitaria de cualquier otra estudiantina fue su capacidad para fundar instituciones. Desde marzo de 1918 hasta octubre, hubo manifestaciones estudiantiles en las calles de Córdoba. Los muchachos salieron a la calle, derribaron estatuas, insultaron a milicos y frailes y se abrazaron con los trabajadores. En seis meses se dieron todos los gustos y no se privaron de nada. Hasta allí, nada diferente de lo que había ocurrido en las universidades de Lima y La Habana, por ejemplo.

Lo nuevo no fue, por lo tanto, el alboroto callejero, sino las instituciones que se fundaron. La Reforma Universitaria se distinguió por instaurar la autonomía y el cogobierno, la cátedra libre y la extensión universitaria. Nadie hizo algo parecido antes; nadie haría algo parecido después.

No concluyeron allí las novedades. La Reforma Universitaria produjo dos grandes actores culturales: el movimiento reformista y el intelectual reformista. El movimiento reformista, que da lugar a diferentes lecturas e interpretaciones de un proceso que convoca a liberales, socialistas, conservadores y libertarios. Y el intelectual reformista, que se construye en la república universitaria, que reivindica los fueros de la inteligencia y el derecho a la rebelión ante todo tipo de injusticia. La clave ideológica será liberal y de izquierda. En los tiempos del gran consenso liberal, el reformismo será una credencial distintiva. A partir de 1945, el reformismo será una identidad política diferenciada del fascismo, las dictaduras militares y, más adelante, del ultraizquierdismo que anteponía al reformismo universitario las virtudes liberadoras y expiatorias de la revolución social.

Noventa años después, esta identidad reformista se sostiene. Con problemas, pero sobrevive. El aniversario es, en todo caso, un buen pretexto para destacar algunas obviedades que en los tiempos que corren algunos han olvidado. Los estudiantes de Córdoba hicieron la Reforma para estudiar más y mejor. Sus enemigos eran los profesores ignorantes y oscurantistas. Aspiraban a acceder al saber más avanzado de su tiempo. Contra Santo Tomás de Aquino no tenían nada personal, pero querían leer a Marx y Darwin. La Reforma jamás concibió a la Universidad como una isla. Todo lo contrario.

Pero tampoco la Universidad debía disolverse en lo social. La Reforma Universitaria no alentó ni la proletarización del estudiante ni el testimonio místico, la dos tentaciones del ultraizquierdismo setentista. A su manera constituyó el único programa político, cultural y existencial capaz de integrar al estudiante con las ideas más avanzadas de su tiempo sin renunciar a su condición de tal.

Para el reformismo, la Universidad sirve a la nación si cumple con sus objetivos: investigar y construir saberes. Desde allí se proyecta hacia lo social y lo latinoamericano; pero desde allí, desde el saber y el estudio. Los dirigentes reformistas fueron intelectuales destacados. Ortega y Gasset calificó a Deodoro Roca como el argentino más eminente. Enrique Barros estuvo a punto de obtener el Premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre la psitacosis. Conceptos parecidos pueden decirse de Saúl Alejandro Taborda, Gregorio Berman, Ismael Bordabehere, Gabriel del Mazo, Julio V. González.

La Reforma Universitaria honró a la inteligencia y al estudio. No hay motivos para que no siga haciéndolo. En los alborotos de junio de 1918, un grupo de exaltados intentaba derribar la estatua del obispo Hernando de Trejo y Sanabria. Saúl Alejandro Taborda los detuvo con palabras que nunca deberían haberse olvidado. "No sean bárbaros. Ésta es una obra de arte. Déjenlo tranquilo al pobre fraile".

Las discusiones sobre el rol de la Universidad en la sociedad, la calidad intelectual de los docentes, la renovación de los programas de estudios se expresaron en actos públicos, en libros y manifiestos. La participación de los estudiantes fue siempre un derecho, pero también una responsabilidad, una exigencia. La cátedra paralela y la asistencia libre eran conquistas para un estudiante fascinado por el saber y movilizado por inquietudes solidarias, no alienado por la obtención del título.

Desde antes de 1918, y durante las jornadas de Córdoba, los reformistas discutieron acerca de las virtudes de la investigación y los peligros de una universidad limitada a extender títulos. Una vez más Deodoro Roca opinaría con palabras precisas: "La Universidad debe trascender sus fines profesionalistas. Una formación profesionalista limita el proceso educativo". Ésta fue una discusión a fondo que los reformistas perdieron. Hoy es un asignatura pendiente.

La Reforma Universitaria ocurrió durante el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen. No fue un invento de Yrigoyen, pero fue el radical que la defendió con más entusiasmo. A decir verdad, no fueron muchos los radicales que apoyaron la Reforma. En Córdoba, para ser más precisos, fue una minoría. En la ciudad, el control del partido lo tenía el sector Azul, clerical y conservador.

Por esas paradojas de la vida, en Córdoba había más conservadores que radicales militando en la Reforma. Conservador fue Horacio Valdés; como también Carlos Suárez Pintos, Elzear Mouret y Carlos Vocos. El gobierno radical de la provincia de Córdoba estaba cómodo a la derecha del Partido Demócrata liderado por Ramón Cárcano.

El ingeniero Carlos Argañaraz, Arturo Bas y el ministro Gregorio Martínez tenían más afinidades con Antonio Nores y el obispo Zenón Bustos que con el movimiento reformista. Cuando los estudiantes tomaron la Universidad el 9 de setiembre, la intervención militar, el desalojo y las detenciones las ordenó el gobernador radical Ramón Olmos. Las cesantías de Gumersindo Sayago e Ismael Bordabehere, dos firmantes del Manifiesto Liminar, fueron promovidas por Martínez, ministro de Gobierno de Olmos.

Los radicales reformistas eran minoría dentro del partido. Militaban en el sector "Rojo" y eran anticlericales y progresistas. En ese sector van a intervenir más adelante Amadeo Sabattini y Arturo Íllia. No, no había muchos radicales militando a favor de la Reforma. A decir verdad fueron pocos, pero se hicieron notar. Uno de ellos se llamó Hipólito Yrigoyen. El otro Elpidio González. Sólo con esos dos en 1918 la causa estaba ganada.

El Movimiento Reformista no fue muy agradecido con Hipólito Yrigoyen. El 6 de setiembre de 1930, la FUA llamaba a movilizarse contra "el César octogenario", según la calificación del presidente de la FUA de entonces, Raúl Uranga. Pero ésa es otra historia. (Continuará).