Opinión: OPIN-04
LA VUELTA AL MUNDO
El regreso del Che Guervara

Rogelio Alaniz

El Che Guevara junto a Camilo Cienfuego, el desaparecido comandante de la Revolución Cuabana. Foto: Archivo El Litoral.

El 14 de junio el Che Guevara habría cumplido ochenta años. El aniversario fue un buen pretexto para que en Rosario se realizaran una serie de actos para recordarlo. Nadie objetó nada, nadie dijo nada diferente a la letra del coro oficial. La izquierda tradicional se sumó a las fiesta por razones obvias. Habría que aclararle a las nuevas generaciones que en tiempos del Che las diferentes corrientes de izquierda fueron muy críticas con las posiciones políticas del Che. Troskistas y maoístas no tenían empacho en calificarlo de pequeño burgués aventurero. No estaban muy equivocados. El Partido Comunista era mucho más severo. No le perdonaban al Che sus críticas a la URSS y su libro sobre la guerrilla había merecido las descalificaciones más duras. El Che se había burlado de Victorio Codovilla, el burócrata mayor del comunismo prosoviético, un personaje ridículo y siniestro. El Che, además, había descalificado con duros términos a Mario Monje, el secretario general del Partido Comunista de Bolivia, y era una irreverencia que los estalinistas criollos no perdonaban.

La izquierda reformista adhirió a los actos de Rosario por inercia, porque en definitiva no se gana nada batallando contra mitos indestructibles. Y porque a esta altura de los hechos no hay mucha diferencia entre homenajear al Che, a Carlos Gardel o Ceferino Namuncurá. El pensamiento políticamente correcto produce más milagros que la Madre María.

Los hinchas de Rosario Central se sumaron a la kermés porque nunca viene mal incorporar al club de los amores una figura prestigiada. Los hinchas de fútbol en ese sentido suelen ser muy prácticos. Para sus intereses el Gauchito Gil, Isabel Sarli y el Che representan más o menos lo mismo. La única exigencia que deben satisfacer es la de la popularidad ¿Qué piensa un barrabrava sobre el Che Guevara? Para mí es un misterio tan inescrutable como el del Santísima Trinidad.

Agencias de turismo y vendedores de baratijas apoyaron la iniciativa porque por definición siempre es bueno apoyar lo que nos da de comer. En principio no hay ninguna objeción que hacer a quienes se ganan la vida en las sociedades de consumo con los fetiches que tienen a mano.

Conservadores y burgueses hicieron silencio porque algunos ignoran quién fue el homenajeado y otros, con cierta lucidez, consideran que el personaje hoy es inofensivo.

Muchos de los que el domingo estuvieron en los actos ignoran la suerte que les hubiera deparado el destino si cuarenta años antes el Che los hubiese juzgado en tribunales, que estaban muy lejos de ser un modelo de garantías jurídicas.

Hordas de rockeros se movilizaron sin saber a ciencia cierta si se trataba del sucesor de Bob Marley, el padre espiritual de Charly García o el primo hermano de John Lennon.

Para muchos de ellos el Che es apenas la foto de Alberto Korda. Para algunos un testimonio contra el sistema, una rebelión contra la sociedad establecida. También a ellos habría que advertirles que en la vida real el Che poco y nada tenía que ver con la cultura rockera y sus ritos. Por el contrario, los combatió y los combatió con dureza. La revolución del Che era tan pura que ni los homosexuales tenían lugar en ella. En la tribuna oficial estuvo Pérez Esquivel. Los cristianos, por lo menos algunos, siguen creyendo que el Che está sentado al lado de Jesús. En aquellos años un obispo habló del martirilogio que recordaba al de Nuestro Señor. No soy creyente, pero me da la sensación de que el tema es un poco más complicado que la sensación que pueda provocar una foto. Ignoro lo que pensaba Pérez Esquivel en 1967. Me consta que en 1983 editaba una revista cuyas consignas anticomunistas hubieran hecho enrojecer a una apacible lectora del Readers Digest.

Los peronistas tampoco se privaron de la fiesta. Los más memoriosos recordarán los textos de John Williams Cooke. Algunos tendrán presente la carta del General con motivo de su muerte. Perón, que para estos temas tenía un instinto infalible, iniciaba la carta diciendo: "Ha muerto uno de los nuestros". Los muchachos de la gloriosa JP de entonces se derretían de amor leyendo esa carta. A ninguno se le ocurrió preguntarse por qué si el Che era "uno de los nuestros" el general no se fue a vivir a Cuba. Tampoco se interrogaron demasiado por los hospedajes del general en las residencias habilitadas por Stroessner, Pérez Jiménez, Trujillo y Franco. Por el momento alcanzaba con saber que "el Che era uno de los nuestros". Cinco o seis años después la gloriosa JP descubriría que el Che seguía siendo de ellos, pero el que había dejado de pertenecerles era Perón.

El paso del Che por Rosario fue muy breve. Es probable que su memoria sobre la ciudad haya sido vaga, brumosa, pero para los efectos simbólicos del acto el hecho no tiene demasiada importancia. En realidad, discutir históricamente sobre la figura del Che no tiene demasiada importancia. El mito es mil veces más interesante que la historia.

No es mucho lo que se sabe del Che. Para la inmensa mayoría son las fotos de Korda y Alborta. Esas dos fotos lograron popularizar al personaje mucho más que los libros que se escribieron sobre su vida. El Che hoy es un objeto de consumo. Sus posiciones a favor de la lucha armada, el hombre nuevo y el sacrificio revolucionario carecen de actualidad.

El Che es hoy una mercancía de consumo, una afirmación que escandalizaría a los guevaristas, pero que en mi caso la considero menos perjudicial que sus ideas.

Prefiero la devaluación de la sociedad de consumo que la devaluación de la vida que representaban las ideas del Che.

El principio de sacrificar la vida en nombre de un ideal superior encierra algunas objeciones. Como diría Malraux, la vida no vale nada, pero mientras tanto no hay nada superior a la vida. La otra objeción a quienes están dispuestos a sacrificar su vida, es que estos personajes consideran que su decisión los habilita a sacrificar la vida de los otros. La lógica de revolucionarios y terroristas de todos los tiempos se funda sobre este principio.

El Che fue un hombre de coraje. Los que lo conocieron aseguran que era inteligente y decidido. El asma le había enseñado a lidiar con su propio cuerpo. Creyó en el socialismo y la lucha armada y se jugó el cuero por sus ideales. En la revolución fue un duro y se jactó de su dureza. Fidel le encomendó las ejecuciones de los supuestos enemigos de la revolución. Allí cayeron torturadores, militares, pero también murieron inocentes. La verdad sobre estos juicios nunca se sabrá del todo porque, en primer lugar, no fueron juicios sino ejecuciones sumarias.

En sus diarios, en sus relatos, el Che habla de algunas de estas muertes. Las relata con tanta indiferencia que hay motivos para pensar que estaba muy convencido que lo que hacía era esencialmente justo. Cuarenta años después los historiadores no tienen la obligación de pensar lo mismo.

El mito del Che se funda alrededor de una estética. El héroe es el hijo de un Dios que además de valiente es hermoso. Su linaje lo transforma en un aristócrata que desde su señorío defiende las causas justas y muere en la plenitud de su vida. El héroe en el mundo moderno no es un ícono de los pobres. Siempre será más popular en las facultades de Filosofía y Letras que en las villas miserias. Esto es también una paradoja, pero convengamos que todos los rituales y homenajes han sido, en el más suave de los casos, una divertida y curiosa paradoja.