Se sabe que los juegos olímpicos son algo más que una serie de competencias deportivas. Sus efectos políticos son evidentes y ése es el motivo por el cual los jefes de Estado se esfuerzan para que sus países sean designados sedes. Al momento de llegar al poder, en 1933, Adolf Hitler ordenó a sus colaboradores que hicieran lo imposible para que el Comité Olímpico Internacional (COI) autorizara que las Olimpíadas se celebraran en Berlín. Lo lograron. El gobierno de Hitler se dio el lujo de que el mundo asistiera a Alemania en 1936 y contemplara las hazañas de los atletas, muchos de los cuales saludaron al jurado, al público y a las pantallas con el clásico movimiento nazi.
La dictadura comunista china también realizó grandes esfuerzos diplomáticos para que Beijing fuera la sede. El COI decidió acceder a esta pretensión sin preocuparse demasiado por las violaciones a los derechos humanos cometidos por el gobierno de Hu Jintao. Si bien una de las tareas del COI es hacer un seguimiento sobre lo que ocurre en términos de libertades en los países sede, en este caso pareció conformarse con la adopción de medidas de saneamiento ambiental.
En los últimos meses, la situación política en China se tensó. Los problemas con el Tíbet se agudizaron y poco después se sumaron las persecuciones a desafiantes minorías musulmanas. China es hoy el país que más penas de muerte aplica en el mundo (representa el ochenta por ciento), para no hablar de los centros de trabajos forzados y la desaparición de disidentes.
Los comunistas chinos convocaron a los juegos olímpicos como una señal de apertura hacia Occidente y un tácito acto de enmienda por la masacre de estudiantes en la plaza Tian An Men, en 1989. En el famoso paseo de la antorcha por las principales capitales del mundo, se observaron numerosas manifestaciones de condena promovidas por disidentes políticos y religiosos. Ninguna de esas advertencias pareció afectar el criterio de los integrantes del COI.
A nadie escapa que el poderío militar y económico de China influye en estas decisiones. China hoy cuenta con más de 1.300 millones de habitantes. Su PBI se duplica cada ocho años y es el primer exportador y consumidor del mundo. El mundo capitalista no se ha mantenido ajeno o indiferente a esta realidad. Para empresarios y políticos, la dictadura puede ser detestable pero la alternativa de buenos negocios es muy tentadora.
Por otra parte, desde el más estricto realismo político, las leyes de la diplomacia aconsejan manejarse con prudencia. La realidad puede no gustar, pero influye. Lo saben bien los funcionarios de las Naciones Unidas, institución que permitió que China integre el Consejo de Seguridad con derecho a veto y, por lo tanto, con una gran capacidad para hilvanar alianzas y relativizar el tema de los derechos humanos.
Ante lo irremediable (las Olimpíadas ya comienzan), lo aconsejable sería que los periodistas y dirigentes sociales y políticos que viajaron a Oriente observen algo más que el espectáculo deportivo. La combinación de economía de mercado con dictadura comunista puede ser interesante a primer golpe de vista, pero no por ello deja de ser una realidad que es necesario transformar.