Prensa UNL-Redacción El Litoral
"Hola, qué tal. Yo soy el ministro de Ciencia de la Nación". José Lino Barañao se presentó así ante un desprevenido guardia que lo recibió en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional del Litoral un domingo por la mañana, en un muy atípico día para dar una charla sobre política científica.
Y en realidad debe presentarse porque, aunque es ministro, no es común su referencia física en el gabinete nacional, ni en las fotos de los diarios; y porque confiesa ser "más científico que político", lo que lo tiñe con una de las características más repetidas en los que hacen de esta profesión su estilo de vida: el bajo perfil.
De formación eminentemente científica (es profesor universitario en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA e investigador principal del Conicet), Barañao llegó a ser ministro de la Nación después de ocupar otros lugares relevantes, como la presidencia de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, y después de consolidarse fuertemente en su carrera como investigador. Hoy no se arrepiente, y más bien arenga a sus pares (científicos) a comprometerse con la gestión pública como un factor clave del "cambio cultural" que necesita nuestro país en materia científica.
"Siempre se vio a la cuestión política como una cuestión ajena al investigador", dijo el ministro apenas terminada su charla. "A mí no me dejaba tranquilo solamente publicar trabajos; ahora sí puedo decir que estoy más tranquilo. Y creo que mi ejemplo debería funcionar para que la comunidad científica tome el desafío que le cabe".
"Soy un producto de mis circunstancias", dijo Barañao en el comienzo de su informal ponencia en el salón del cuarto piso de Ciencias Económicas, donde se desarrollaron las jornadas organizadas por el Movimiento Nacional Reformista (MNR) para conmemorar el 90 aniversario de la Reforma Universitaria. Esas circunstancias quisieron que su padre lo orientara hacia carreras de base científica ("de esa influencia surgió que yo haya sido químico y me haya dedicado al campo y a las vacas") y también que creciera en un contexto de país diferente, como fue la Argentina de la década del "60.
"Existía un concepto de país basado en la educación, la ciencia y la tecnología como superador de las diferencias sociales. En ese entonces estaba claro el modelo de país que queríamos", dijo Barañao.
Sus circunstancias lo ubicaron años después en el máximo lugar de decisión del país en materia de política científica, y desde ahí vuelve a retomar esa misma idea como condición central para lograr el desafío central de este nuevo ministerio: cambiar la cultura científica argentina.
"Lo esencial hoy en nuestro país es definir hacia dónde queremos ir", dijo Barañao. En este sentido, indicó que ese horizonte "no es muy distinto a ese ideal que tuvo Argentina hace unas décadas atrás, y que coincidió con un momento de apogeo y desarrollo del país. La economía basada en el conocimiento es el futuro más deseable", en la que sea el desarrollo intelectual el que aporte el verdadero valor a lo que se produce y que genere la natural consecuencia de una mejor distribución de ingresos, una sociedad más justa y trabajo de alta calidad.
Durante mucho tiempo -dijo Barañao en su alocución- se consolidó en la Argentina la idea de que "el investigador debía ser apolítico y no debía tener compromiso con la actividad del país, y hasta se consolidó la idea de que la ciencia era un deporte aristocrático que se practicaba fundamentalmente en Capital Federal. Eso estaba consolidado no sólo en el ideario científico sino también en el político, y muchos pensaban en que los científicos eran como una especie de ballet estable del Colón: si estaban o no, nadie se enteraba. Esto fue además coherente con un modelo de país desde los 70 en adelante, donde se importaba la ciencia y la tecnología. En ese contexto, la ciencia no servía para nada", dijo el investigador.
Hoy, revertir esa idea se convierte en uno de los desafíos más relevantes para la propia comunidad científica, para las universidades, para los centros científicos y también para el Estado. "Cuando creamos el ministerio planteamos la necesidad de que los distintos centros de investigación queden bajo el mismo paraguas, y yo sabía que nos iba a traer problemas. Si fuese un ministerio de deportes, no podríamos pretender que todos los clubes del país estén en el mismo nivel de competencia; sí podemos pretender que ganen alguna medalla. Con la ciencia pasa lo mismo: la gente espera que la ciencia resuelva algún problema, que sirva para cuestiones útiles".
* "Hay que pasteurizar la ciencia argentina, no en el sentido de calentarla y enfriarla sino volver al tipo de ciencia que hacía Pasteur: ciencia básica inspirada en el uso. Pasteur sentó las bases de la microbiología y al mismo tiempo solucionó un problema concreto, y por eso se lo reconoce".
* "Hoy el conocimiento argentino no se derrama, se evapora en el hemisferio norte. Durante mucho tiempo acá se publicaron cosas que se patentaban en otro lado. Y tenemos que revertir eso".
* "En las películas el científico no sólo es una mente desquiciada sino que el tecnólogo directamente es malo y perverso. Tenemos que mostrar que hacer ciencia es algo placentero y rentable. Si es una actividad que exige estoicismo y falta de recompensas, no vamos a alentar a nadie".
"Tenemos que cambiar nuestra cultura científica", dijo Barañao, y "todo esto no es factible si el actor central que es la universidad no cumple un rol importante. La universidad también ha tenido un proceso de aislamiento importante; durante mucho tiempo en nuestro país se demonizó la politización. Hoy tenemos generaciones de estudiantes no comprometidos e instituciones que están mirando para otro lugar".
"Las universidades deben ser motores de desarrollo, como sucede en los países donde la economía del conocimiento es la que prevalece, y donde las universidades tienen una fuerte inserción en el medio", agregó.
"El tema central es dar ese cambio cultural a nivel del sistema científico y universitario para lograr que esta generación de conocimientos esté acoplada a la calidad de vida de la gente. Porque si no esto no va a dejar de ser un buen discurso", afirmó finalmente.