Elías L. Benarroch - EFE
La asimilación en las sociedades en que vive es el principal peligro que se cierne sobre el pueblo judío, que registra la paradoja de que el cese de las persecuciones ha coincidido con esa nueva amenaza para su existencia en la diáspora.
Desde el fin del Holocausto, durante la Segunda Guerra Mundial, que concluyó en 1945, el pueblo judío ha crecido únicamente un 15 por ciento frente al 240 de la población general del planeta, advierten tanto demógrafos como instituciones.
Las últimas estadísticas de la Agencia Judía, el organismo encargado de las relaciones entre los judíos de todo el mundo, muestran que este pueblo ha crecido durante el último año solo un 0,05 por ciento para llegar en la actualidad a los 13,3 millones.
"Se trata de la misma población que en 1914, y era sólo alrededor de 15 por ciento superior a la de después de la Segunda Guerra Mundial", explicó a EFE el demógrafo Sergio della Pergola, consultor del Instituto de Planificación del Pueblo Judío (IPPJ).
Fue en la víspera de esa contienda, en la que el régimen nazi de Adolf Hitler asesinó a seis millones de judíos, cuando este pueblo milenario alcanzó su máxima población: 16,7 millones.
Este bajo índice de crecimiento contrasta con el de la población general del planeta, que ha saltado de unos 2.500 millones tras la última gran guerra a unos 6.000 millones de habitantes en la actualidad.
"El pueblo judío creció desde 1945 en poco más de dos millones de personas. El primer millón en la primera década después del Holocausto. El segundo millón en los siguientes 50 años", explica Della Pergola sobre estas tendencias demográficas.
Factores clave en esa disparidad son el bajo índice de natalidad y la asimilación, entendida como un proceso de desvinculación de la condición judía, generalmente originado en las sociedades en las que viven matrimonios mixtos, o por decisión personal.
"Sobre el pueblo judío se cierne una amenaza concreta de asimilación", advierte el presidente de la Agencia, Zeev Bielski, con motivo del inicio días atrás del Año Nuevo judío de 5769, según el calendario hebreo que se remite a la creación bíblica del mundo.
En Israel, el único país con crecimiento sostenido, reside ahora el 41,3 por ciento de la población judía mundial, y el otro 58,7 se reparte por todo el planeta, con Estados Unidos como epicentro y casi con la misma cantidad que en el Estado hebreo: 5,3 millones.
EE.UU. ha absorbido, no obstante, buena parte del crecimiento demográfico judío durante las últimas tres generaciones debido a matrimonios mixtos en el 55 por ciento de las uniones.
Según las estadísticas, hay once millones de estadounidenses que tienen al menos un abuelo judío pero que han perdido cualquier vinculación con el judaísmo y no se identifican como tales.
En las repúblicas ex soviéticas, la otra gran concentración judía, la asimilación llega en esta generación al 85 por ciento.
Se trata de un fenómeno que ha acompañado al pueblo judío desde los albores del exilio romano tras la destrucción del Templo de Jerusalén en el siglo I, pero su efecto es particularmente devastador desde el siglo XIX, el período de mayor emancipación.
Cuando, tras siglos de discriminación y matanzas, los judíos pudieron a raíz de la Revolución Francesa disfrutar por primera vez de los mismos derechos civiles que sus conciudadanos de otros credos, muchos abandonaron sus estrictas tradiciones ortodoxas y se integraron plenamente en las sociedades de sus países de residencia.
El resultado fue un rápida pérdida de identidad judía, que se prolonga hasta la actualidad.
El informe de la Agencia indica en ese sentido que la población judía fuera de Israel decreció este último año en 15.000 personas.
Frente a las leyes ortodoxas, que reconocen únicamente como judía a una persona con madre de ese origen o convertida, desde hace una década el IPPJ y la Agencia Judía han adoptado una nueva política.
"Ya no incluimos a personas por origen biológico, sino a aquellas que se declaran como judías, independientemente de quiénes sean su progenitores", explica Della Pergola.
Ambos organismos están convencidos de que programas de acercamiento a la cultura hebrea y a Israel pueden revertir las tendencias demográficas negativas, que no son sino el reflejo de la paradoja judía de posguerra: su positiva integración social se traduce en una amenaza a su identidad como pueblo.