La vuelta al mundo
La guerra y la paz en Medio Oriente
Soldados israelíes observan la localidad palestina de Beit Hanun tras una explosión causada por uno de los ataques a la Franja de Gaza.
Foto: EFE
La vuelta al mundo
La guerra y la paz en Medio Oriente
Soldados israelíes observan la localidad palestina de Beit Hanun tras una explosión causada por uno de los ataques a la Franja de Gaza.
Foto: EFE
Rogelio Alaniz
Hace ocho años que desde la Franja de Gaza se bombardea a ciudades y pueblos del sur de Israel. En algún momento se firmó una tregua, frágil, inestable, pero tregua al fin. No sé por qué motivos los terroristas de Hamas consideraron que el acuerdo de paz incluía arrojar un determinado número de explosivos por día. Ninguna de las organizaciones pacifistas del mundo dijo demasiado sobre el tema. El silencio de algunas se justifica porque consideran que Hamas es un movimiento de liberación y que la violencia en manos del pueblo no es violencia, es justicia. Otras callan porque estiman que -como dijera Amos Oz- Hamas es una banda de bellacos a la que no se le puede exigir los compromisos que les corresponden a los Estados.
Planteadas así las cosas, Israel está obligada a soportar el bombardeo periódico desde Gaza, pero si en algún momento -sobre todo cuando las cuotas de bombas permitidas empieza a excederse- decide responder como corresponde, el mundo de las organizaciones pacifistas se rasga las vestiduras y derrama lágrimas ardientes por la tragedia del pueblo palestino.
Ocurre que los bellacos de Hamas pretenden disfrutar de todos los beneficios de un Estado y no hacerse cargo de ninguno de los compromisos que significa asumir la estatidad. Controlan una población de un millón y medio de habitantes, mantienen el monopolio de la violencia sobre el territorio, militarizan a la población civil, pero cuando la Nación a la que agreden les responde como se merecen, reclaman que el mundo sea solidario con ellos.
Es más, los ataques de Hamas a Israel están dirigidos a la población civil; los ataques de Israel procuran golpear a los terroristas y a sus bases materiales. Es lo que hicieron ahora. La gran herida al orgullo militarista de Hamas es que el noventa por ciento de los objetivos atacados fueron militares. Los muertos y heridos en su inmensa mayoría fueron terroristas. Para la propaganda victimizadora de Hamas ésta es la peor noticia que pueden recibir. La derrota militar y política fue tan grande que Abbas desde Cisjordania les reprochó haber roto la tregua deliberadamente.
Desde Egipto -sobre todo cuando se enteraron de los túneles que armó Hamas para comunicarse ilegalmente con ese territorio-, los criticaron con términos muy duros y les reprocharon -esto es importante- oponerse a que la población civil sea asistida. El dato merece mencionarse: para Hamas es decisivo presentar a la población civil -a la misma que usan de escudo- como víctima, de modo que la tontería y la mala fe antisemita que pulula por Occidente se sensibilice con la supuesta tragedia de un pueblo.
La Franja de Gaza es un pequeño territorio en el que se apretujan más de un millón y medio de palestinos. Empobrecidos, ignorantes, resentidos, adoctrinados en el odio desde siempre, soportan con resignación y mansedumbre ser usados por terroristas profesionales cuyo oficio exclusivo es rezar y matar. En la Franja de Gaza, las órdenes de Hamas no se discuten, se acatan o se acatan. Quien no las admite es acusado de traidor y ejecutado en el acto.
Hace unos años, desalojaron del poder a sus paisanos de Al Fatah y declararon la guerra santa a Israel. En todas sus declaraciones y anuncios, Hamas ha sostenido que su objetivo es destruir a Israel y arrojar los judíos al mar. Esa meta está fuera de toda discusión. Golda Meier, con su estoico humor judío les dijo más o menos lo siguiente: “Entiendo que nos quieran borrar del mapa, pero, ¿realmente pretenden que cooperemos con ustedes para lograr ese objetivo?”.
Algunos dirigentes de Hamas pueden admitir en determinado contexto alguna negociación, pero como dijera su líder máximo, la negociación y la guerra para nosotros no son una contradicción, son parte del mismo objetivo, negociamos y guerreamos. Como le gustaba decir a un dirigente argentino: “Los que quieran entender que entiendan...”.
En Israel, la guerra y la paz son temas abiertos al permanente debate. La izquierda israelí, los sectores moderados y pacifistas, sus burgueses que viven muy bien y quieren disfrutar en paz de sus riquezas, sus intelectuales cada día más críticos, suelen en más de un caso, ser muy mordaces con sus dirigentes. Hace unos días, ese excelente escritor que es Amos Oz publicó una nota en los diarios advirtiendo sobre los riesgos de una invasión israelí a la Franja de Gaza. Particularmente, indicaba sobre la campaña internacional en la que a Israel se lo presentaría como el Estado agresor y a los terroristas como víctimas. Conceptos parecidos expresó el político e historiador Shlomo Ben Ami.
En el viaje que hice a Israel a principios de este año, tuve la oportunidad de conversar con amigos santafesinos que viven allí. Todos, por lo menos su gran mayoría, bregan por la paz, entienden que el futuro de Israel debe ser la paz y se lamentan por la ceguera y el fanatismo de los dirigentes palestinos que condenan a su pueblo a la guerra y a la muerte. Me lo decía un amigo en Tel Aviv: “Quiero la paz con los árabes, pero si me quieren matar a mí o a mi familia me voy a defender. ¿Está mal eso?”.
Escuchaba esas reflexiones y recordaba la entrevista que Oriana Fallaci le hiciera a Golda Meier, y la respuesta de la entonces primera ministra sobre la cuestión de la guerra: “No nos gustan las guerras, ni cuando las ganamos. No nos regocijamos por las guerras. Nos regocijamos cuando desarrollamos un nuevo tipo de algodón o cuando en Israel florecen las fresas”.
Esa retórica no la he escuchado en los labios de los dirigentes de Hamas. Esos debates, esas miradas críticas sobre la realidad política interna de Israel, esas polémicas sobre lo que corresponde hacer y cómo hacerlo es lo que califica a Israel como la gran Nación democrática de Medio Oriente. Su aparente debilidad es su fortaleza y, por sobre todas las cosas, es el síntoma más elocuente de que la causa que defienden es justa o, por lo menos es más justa que la que sostienen los terroristas de Hamas con su fanatismo islámico, su instinto de muerte, su adhesión incondicional a la teocracia de Irán y la dictadura Siria.
Para Israel, no es sencillo tomar la decisión de marchar a la guerra. Una gran Nación, pluralista, democrática y pujante tiene mucho para perder con la guerra. Vuelvo a citarla a Golda Meier: “Un líder que no duda antes de enviar a su Nación a la guerra no es apto para serlo”. Esos escrúpulos no los tiene Hamas, pero lo que no se le puede negar a un Estado, el único Estado en el mundo cuya existencia está amenazada por varias potencias, es el derecho a defenderse.
La paz es un gran objetivo, pero a la paz hay que merecerla. Hamas no quiere la paz y muchos palestinos suponen que es más digno el paraíso de Alá que la vida. Ésa es la verdad y ésa es la tragedia de Medio Oriente. Puede que alguna vez esta realidad cambie, pero ello ocurrirá cuando -al decir de doña Golda- “los palestinos amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”.