PADRE TOMÁS OLAZABAL:
“Esto no es una guerra contra el enemigo”
El sacerdote dominico, de quien se asegura tiene dones de sanador, rezó anoche su última misa en Santa Fe. Hoy partía rumbo a Córdoba, por decisión de las autoridades de la Orden. Antes habló con El Litoral. Pidió a la gente “paciencia y calma”.
NATALIA PANDOLFO
La sotana blanca y los zapatones le arrancan gotas de la frente. Sin embargo, el padre Tomás Olazábal no deja de bendecir, uno por uno, a cada fiel que se le acerca. Algunos llegan con fotos; otros con agua bendita. “Mi vista, padre”, se lamenta una señora, al rayo del sol. Él le toca los ojos y la asila en sus brazos un rato largo.
Otra mujer llora en la puerta del templo de Santo Domingo, en 9 de Julio y 3 de Febrero. Le ruega que no se vaya. “Vamos a luchar”, amenaza indignada, el índice en alto. El sacerdote intenta una sonrisa: quiere bajar los cambios de un conflicto que, muy a su pesar, rebasó los límites de la vida comunitaria para instalarse en el ingobernable ámbito de lo masivo.
“Esto no es una guerra contra el enemigo. Hace bastante tiempo yo sabía que me iban a trasladar, y uno tiene que obedecer” dice, ahora más tranquilo. En una pequeña sala recibe a El Litoral. Acaba de cerrar las puertas del templo, con la promesa de reencontrarse con su gente en la misa, una hora después. Luego emprenderá su camino rumbo a la ciudad de Córdoba, el destino que le fue asignado por sus superiores.
“La gente tiene que entender ciertas cosas, aunque sé que es difícil. No es tan normal que a un sacerdote lo trasladen tan pronto. Pero es verdad que yo no tenía tiempo para estudiar ni para cumplir con ciertas pautas de la vida comunitaria”, se resigna.
El padre tiene 44 años. Nació en San Juan, donde vive su familia; excepto un hermano, también sacerdote, que reside en Madrid. Luego de ordenarse, Tomás fue destinado a Mendoza, donde estuvo desde 2001 hasta 2004. El siguiente domicilio sería Buenos Aires. Llegó a Santa Fe hace aproximadamente un año.
Pareciera que el reloj no forma parte de la utilería de su vida: se toma todo el tiempo para explicar cada concepto, le da lugar a los silencios, deja pasar sin nervios los segundos que preceden a alguna reflexión. Escucha cada historia, contiene cada ataque de llanto.
Asegura que nunca antes había atravesado una experiencia como la que le deparó esta ciudad. “En Mendoza yo atendía a la gente, y con el tiempo fui adquiriendo estos dones, pero me costó entrar en la comunidad. A lo mejor, si me hubiera quedado seis meses más, hubiera pasado lo mismo que aquí”, arriesga.
Reflejo del padre Ignacio Periés en los giros discursivos a la hora de plantear el tema, Tomás prefiere que no le cuelguen el cartel de “cura sanador”. “El que sana es el Señor. Uno lo que hace es bendecir. Hay una mediación del sacerdote respecto del poder de Dios”, explica.
— Pero no todos los sacerdotes tienen el don que la gente le atribuye a usted.
— Este don es uno de los poderes que tienen todos los sacerdotes. Ocurre que no todos lo ejercen del mismo modo.
La realidad queda al desnudo en las misas: el padre Tomás encabeza una de las colas para comulgar; otro cura hace lo mismo, a su lado. La primera fila está desbordada; la segunda vuela al ritmo de un águila.
CUESTIÓN DE ACTITUD
El religioso considera que “el principal efecto de la bendición es dar paz. A partir de allí, la persona podrá afrontar situaciones de enfermedad, de problemas económicos, de conflictos familiares”.
— ¿Esto provocaría un efecto terapéutico en quienes atraviesan alguna de estas situaciones?
— No sé si usar la palabra “terapéutico”, porque remite a un sentido médico. Prefiero hablar de “alivio”. Dios devuelve la alegría y la confianza a la persona. Es su presencia la que guía, la que ilumina.
— ¿Y la que cura, también?
— Y en algunos casos cura, de distintos modos. Hay curaciones que dependen de la actitud del enfermo, en las que el sacerdote puede hacer una mediación. Y hay casos de curaciones directas, en las que el Señor obra ese milagro. En el Evangelio está dicho, no estamos inventando nada nuevo.
— Más allá de su investidura, ¿cómo se siente usted, como ser humano, frente a esto que está viviendo?
— Uno tiene que tener cada vez más conciencia de su propia pequeñez, y de que es el Señor el que actúa, porque quiere.
— ¿Nunca se sintió impresionado, excedido?
— No, porque es también Dios el que protege. Sí me siento pequeño, indigno de todas estas cosas.
En los últimos días, el sacerdote pasó sus horas recorriendo sanatorios y bendiciendo enfermos terminales. Sus allegados afirman que hubo momentos en los que su propia salud amagó imponerse como límite. “No pasa nada, anduve un poco descompuesto nomás”, minimiza él.
DE CONVENTO A CONVENTILLO
“A la gente le pido que tenga paz y calma. Esto es lo que Dios quiere, más allá de todos los misterios, de lo que entendamos y no entendamos. El Señor muestra sus caminos; aunque cuesta resignarse cuando a uno le toca en carne propia”, asume.
No quiere hablar del tema, pero los rumores sobrevuelan el convento desde que se supo la noticia del traslado: no todos los sacerdotes estaban de acuerdo con el giro copernicano que se produjo desde la llegada de Tomás. El ámbito, reservado antes sólo para un puñado de familias del sur de la ciudad, se convirtió de repente en un desfile incesante de seres ávidos de consuelo.
A punto de partir, el padre asegura que su intención es venir una vez al mes a bendecir a la gente. “Si se ha despertado esto en Santa Fe, hay que continuar. Pero si esto provoca tanta masividad, no sé si me dejarán”, confiesa. Los fieles lloran, desesperados: las cadenas de mails y de oración, las manifestaciones de cariño y hasta el abrazo simbólico al convento, que se hizo la semana pasada, parecen no haber alcanzado para conmover a quienes toman las decisiones.