Aniversario de la Escuela Candioti
Con dignidad, una escuela rural
sobrevive al tiempo y al olvido
El establecimiento educativo está enclavado en Colonia San José, y a él asisten hijos de peones rurales de condición humilde. Docentes y papás la sostienen a fuerza de pasión y compromiso. Hoy conmemoró sus 123 años de vida.
De la redacción de El Litoral
La Escuela Nº 352 Francisco Candioti queda campo adentro, sobre un caminito de tierra al que se ingresa en el kilómetro 7,5 de la Ruta 19, yendo hacia Córdoba. Por allí la soja gana todo terruño disponible y vuelve al campo intensamente verde. Es la zona de Colonia San José, donde se asentaron grupos de inmigrantes a fines del siglo XIX. Los alumnos llegaban a caballo, en bicicleta, como podían: nadie iba a perderse el modesto pero emotivo acto conmemorativo del 123º aniversario de la institución educativa. Y la fachada relucía con sus colores nuevos, porque los propios padres la pintaron gracias a una donación que ellos mismos consiguieron. Aún se sentía el aroma al césped recién cortado del jardín de entrada.
Al establecimiento concurren cerca de 70 alumnos -del nivel inicial y primario- de Colonia San José y Santo Tomé. A diario recorren 3 ó 4 kilómetros para dar el presente en el aula. La mayoría de ellos son hijos de peones de campo y de tamberos, de extracción humilde. Mayoritariamente asisten chicos con características rurales, pero también otros de procedencia urbana: todos encuentran en la escuela un espacio de integración y contención social, pero también sentidos de pertenencia que refuerzan una identidad propia.
Algo parecido pasaba en 1886 -año de creación de la escuela- cuando hijos de inmigrantes y de criollos encontraban en la institución escolar el espacio ideal para suavizar las diferencias socioculturales. “Hay un mandato fundacional que rigió en la institución desde sus orígenes: construir una identidad para los inmigrantes originarios bajo los ideales de la patria. Las cosas han ido cambiando con el tiempo, pero la escuela sigue procurando darles contención frente a las necesidades materiales que padecen. Siempre se trata de respetar la individualidad de lo que cada uno es y de lo que trae como historia personal. Se trata de igualar en oportunidades”, comentó a El Litoral Carolina Marelli, la directora.
Trabajo en equipo
“¿Sabés lo que llegamos a hacer? Los propios padres reciclaron algunos muebles viejos que tenían para traerlos a la escuela. Les pusieron tapas de escritorios y cualquier madera buena que encontraron. Así se hace todo acá: a pulmón, con pasión, compromiso por la educación de los chicos y con dignidad. Hay gente que ni siquiera forma parte de la escuela, pero que viene a ayudar en lo que sea”, expresó Marelli. Una señora coqueta y amable acercaba café y pastelitos en la mesa de la entrevista.
Seis maestros, la directora, una secretaría y dos porteras trabajan en la institución. Hay 25 familias de alumnos que colaboran, además de otros papás que ya no tiene hijos en la escuela pero siguen dando una mano desinteresada. “Esto denota un grado de compromiso con la educación que emociona. Las escuelas rurales tiene la particularidad de que somos pocos, por lo cual el trabajo diario se convierte en una labor en equipo”, destacó la directora.
Sacrificio
Para cualquier alumno que vive en el campo, el hecho de llegar a la escuela rural es todo un sacrificio. “Aquí vienen caminando, a caballo, en bicicleta, o los traen en moto. Cuando llueve llegan todos mojados, embarrados y con frío. Pero vienen, siempre. Eso el algo que merece ser rescatado: la necesidad de estar, de formar parte, de aprender”, enfatizó.
Al esfuerzo lo hacen también algunas empresas de la zona que colaboran con la institución escolar, o el club del pueblo. “Hasta un policía vino a ofrecerse como colaborador. Así se hace todo: ayudándonos, dando y recibiendo. Con todo eso salimos adelante, más que con los aportes ministeriales”, destacó Marelli.
En el acto estuvieron presentes, además de alumnos y papás, autoridades de Colonia San José. Los chicos cantaron y se expresaron artísticamente. Un alumno leyó con euforia las glosas, y todos miraban el pequeño orgullo de la escuela: un “museo” de objetos antiguos de la institución. Algunas mamás se emocionaban y los pastelitos aguardaban a sus comensales en el comedor. Lentamente, lo simple y cotidiano se volvía mágico.