¿Por qué y para qué leer?
María Luisa Miretti
Hablamos de los “chicos de la calle” refiriéndonos a “ellos”, como una masa indefinida por fuera de “nosotros” configurando otra especie, una rara avis sin nombre ni apellido, edad, patria o afecto que los defina y consolide como personas, niños, adolescentes o jóvenes.
Esta curiosa ambigüedad enunciativa, quizás la hayamos adquirido por el efecto mimético ejercido desde el poder cuando responde al colectivo ciudadano, en términos de: “el pueblo quiere”, “la sociedad dice”, “la gente”, “el Estado”, etc. en una serie desarticulada y sin implicaturas.
Ese “sector” decíamos- al que siempre ubicamos por fuera de nosotros, sobrevive en redes subculturales, que se lazan y entrelazan a través de códigos específicos surgidos de la misma impronta existencial: el “fiolo” que administra el trueque sexual de sus “chicas y chicos”, el “narco” que inventa distintas raciones para distribuir, matando y pensando en cómo seguir escalando posiciones en su esfera de poder; el padre que viola, o la madre que manda a sus hijos a poner el cuerpo en el mercado.
Cada uno de esos engranajes -desde el más modesto de los “rateros”, hasta el que delinque para sobrevivir, al mejor estilo de aquel Lazarillo -que en Tormes nos deleitaba con sus feroces picardías- conforman un subsistema que mantiene en vilo a la humanidad, desde la desnudez de un vacío, semejando zombis que deambulan sin rumbo.
¿Por qué no acercarlos al espacio literario? La literatura no es la panacea liberadora, no resuelve los entuertos ni salva de una enfermedad terminal. Sin embargo, cicatriza las heridas del alma, permite reproducir simbólicamente espacios de ensueño y en ellos, crea, libera, proyecta. Desde la lectura en voz alta, acercando las primeras nanas que todo sujeto necesita para su arrullo íntimo, personal, hasta las más vigorosas de las hazañas o las entonaciones estróficas del mejor poeta, participa de las mismas heridas soliviantadas por la escritura, como dice Orhan Pamuk: “Mi confianza proviene del sentimiento de que todos los seres humanos se parecen, de que llevan heridas parecidas a las mías y que por lo mismo- podrán comprender”.
Las historias literarias van creando topografías, sitios, espacios, en los que cada uno se proyecta hasta encontrar lo que su problemática le permite.
¿Qué leer? Y aquí ¡se desploma el universo! El mediador se debate en un mar de dudas y de vaivenes pendulares, entre sus cada vez más flacos bolsillos y confundidas entendederas, mientras “los chicos de la calle” ya murieron o mataron o están a punto de delinquir.
Ante esto, nada más aconsejable que traspolarnos al territorio de ese sujeto que no tuvo infancia, intentando al menos, trazar un brevísimo parangón entre lo que pudo haber sido y lo que realmente fue: ¿dónde se crió? ¿qué vivió en su entorno? ¿qué sintió? ¿qué escuchó? ¿con qué jugó? ¿a quién o a quiénes vio leer y/o disfrutar de la lectura mientras crecía? ¿quién le contó cuentos de hadas, de aventuras, de ciencia ficción?
No hace falta mucha imaginación para pensar sobre la imposibilidad de reeditar aquello que nunca vio ni experimentó ni alcanzó a conocer. No obstante, y a pesar de la realidad, habrá que apelar a la creatividad para encontrar la mejor propuesta a través de lecturas que les permitan soñar otros mundos. Cuanto más jugamos con la imaginación y la fantasía, más caminos abrimos al desarrollo del pensamiento, logrando una autonomía que les permitirá cortar amarras con el pasado de la esclavitud del delito y de las adicciones.
¿Por qué y para qué leer? “Nosotros” sabemos de los beneficios de la literatura, pero ¿cómo hacemos para que “ellos” se interesen? Hay algunas referencias ilustrativas al respecto:
La adaptación al cine de la novela “El lector”, de Bernhard Schlink, en la excelente interpretación de Kate Winslet, dirigida por Stephen Daldry, dando vida a una analfabeta que cae víctima de su propia incompetencia y que a la vez nos deslumbra con sus propios descubrimientos, mientras escucha y pide más y más lectura a su amante.
Dickens, en plena época victoriana, plasmando la cruel realidad que vive, en “Tiempos difíciles” (con un maestro que los trata como números y recipientes, a quienes les exige “realidades” desechando burlonamente todo lo que pudiera oler a fantasía); o en “Oliver Twist”, en la versión cinematográfica de Roman Polanski con un reparto de excelencia encabezado por Ben Kingsley, donde vemos la desdicha y los padecimientos de Oliver en el mundo del hampa de Londres, en medio de una banda de chicos carteristas dirigida por el malvado Fagin.
Este cuadro se repite en otras obras que cabe mencionar, como por ej. “El valiente Despereaux”, adaptación de la novela de Kate DiCamillo, hecha en cine por Rob Stevenhagen, dibujos logrados con la voz de Sigourney Weaver, Emma Watson y Dustin Hoffman, entre otros, para contar una historia maravillosa en la que se debaten nuevamente el submundo de la marginalidad con sus códigos de supervivencia viles, dañinos y la salida o restauración del conflicto a partir del amor, de las historias leídas y contadas.
También es bueno traer al ruedo el recuerdo de Lewis Carroll en su ambiciosa propuesta de inventar nuevos mundos (quizás para evadir el real), a través de Alicia, personaje emblemático de la literatura maravillosa, superadora de los cuentos de hadas moralizantes de la época.
La lectura literaria es la que mejor contribuye al pensamiento crítico y la construcción de la identidad. A través de su lenguaje específico sugeridor, sutil, expresivo- ayuda al niño a desentrañar lo oculto, a buscar entre líneas (y tras las líneas) lo no dicho y de ese modo, mientras fortalece sus estructuras, va configurando su propio yo y se descubre como sujeto, con un potencial enorme, para reproducir las conductas del mundo en el que vive.
A modo de sugerencias finales, proponemos compartir y socializar las experiencias positivas, ignorando el canon y el mercado cuyos intereses caminan hacia otros derroteros; generar espacios de encuentro con los textos, con mediadores capaces de guiar y orientar el proceso; visitar bibliotecas (en el país hay muchas y muy buenas). Buscar textos con historias y personajes creíbles (no modélicos) y permitir que la fantasía inunde el espíritu de “esos niños y jóvenes” para que sean felices y logren a corto plazo, un pensamiento propio que los emancipe y les permita salir de las redes tenebrosas tejidas por la subcultura y sus códigos.