opinión
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Hilda Molina y la dictadura cubana
Rogelio Alaniz
A nadie le debería llamar la atención que una mujer de un país viaje a otro para visitar a su hijo y a su nieto. En ninguna nación civilizada debería ser noticia un hecho normal, cotidiano. Sin embargo, la llegada de Hilda Molina a la Argentina fue tapa de los diarios. ¿Por qué? Porque el régimen de los Castro le permitió salir. Algunos hablaron de la buena muñeca de Cristina para negociar los derechos de Hilda Molina; otros llegaron a ponderar la bondad de los Castro que a pesar de tratarse de una disidente la dejan salir “poniendo en evidencia las mentiras de la prensa imperialista”.
A mí me interesa evaluar el dato obvio: ¿por qué es noticia que una mujer viaje de un país a otro? En la Argentina o en cualquier lugar civilizado las exigencias son tener el pasaporte al día y la plata para el pasaje. Esto es así en cualquier parte, menos en Cuba donde, disidente o no, ningún ciudadano dispone de la libertad para salir del país. Las bondades del sistema socialista son tan evidentes, la sociedad del hombre nuevo está en un estadio tan avanzado, que solamente a un agente de la CIA o a un loquito peligroso se le podría ocurrir irse de un lugar tan agradable.
Mi sensación cuando la escuchaba a hablar a la señora Molina era la de estar con alguien que acababa de salir de la cárcel. Su alegría, su ansiedad, su deseo de vivir a plenitud los primeros momentos de libertad, eran idénticos. Conozco la cárcel como preso político y sé de lo que hablo. Una diferencia me separa de la señora Molina. Yo salí de la prisión de Coronda; ella salió de la prisión de Cuba. En un punto estamos de acuerdo: un dictador autorizó mi libertad en algún momento; otro dictador autorizó la libertad de Hilda Molina. Uno era un dictador de derecha; el otro de izquierda. Las diferencias ideológicas no les impidieron estar de acuerdo en silenciar sus respectivos horrores. Otra diferencia: la dictadura en la Argentina duró siete años; en Cuba ya lleva cincuenta.
Hilda Molina ni siquiera es una disidente en el sentido clásico de la palabra. Sus diferencias con la dictadura fueron profesionales y ello le valió ser excluida de los beneficios del régimen. No obstante, debió gestionar durante años a través de diferentes vías el derecho de poder salir del país para visitar a sus familiares. Las presiones, las gestiones diplomáticas lograron que finalmente esta mujer pueda viajar. Está claro que el régimen no se cayó por esto. Ni creo que se vaya a caer por lo que Molina diga en Buenos Aires.
Sin embargo, al tradicional perfil paranoico de toda dictadura, se suma en este caso algo más grave: el precedente que se sienta. Si Molina pudo salir, mañana podrán salir otros. ¿Cómo impedirlo? La respuesta es sencilla: como lo han hecho durante cincuenta años. Pero, ¿hasta cuándo se podrá en el futuro hacer lo mismo? ¿Hasta cuándo se dirá que la violación a uno de los más elementales derechos humanos se legitima invocando el bloqueo imperialista?
El ejemplo más evidente que la dictadura cubana no difiere en lo fundamental de las dictaduras del este de Europa es esta atroz limitación al pueblo, ya no a elegir en elecciones sino a elegir el derecho a vivir en un lado o en otro. En los años sesenta, cuando la prensa capitalista criticaba al Muro de Berlín, los izquierdistas de entonces decíamos que se trataba de una burda maniobra imperialista y que el socialismo el régimen más justo en la historia de la humanidad- tenía derecho a cerrar sus fronteras para impedir que los obreros revolucionarios se encandilen con la vidriera burguesa de Berlín Occidental. Con este burdo argumento nos sentíamos satisfechos. Hoy no me da tanta vergüenza evocar mi indigencia teórica de aquellos años, como admitir, treinta años después, que Readers Digest tenía razón.
Cuba adolece del mismo vicio estructural de las dictaduras del Este europeo. A nadie le debería llamar la atención lo que digo, porque es evidente incluso para los propios dictadores cubanos quienes han dicho que se inspiran ideológicamente en aquellas experiencias. En la URSS como en Cuba los beneficios del paraíso comunista son tan claros que a la población le está prohibido renunciar a ellos. Hilda Molina pudo eludir el infierno. Pero el infierno continúa.