EDITORIAL

El complejo caso

de Honduras

Manuel Zelaya pretendía asegurarse la reelección convocando un plebiscito expresamente prohibido por la Constitución. El artículo 239 de la Carta Magna de Honduras lo dice de manera nítida: “Ningún ciudadano que ya haya servido como jefe de la rama ejecutiva puede ser presidente o vicepresidente. Quien quiera que viole este artículo o propugne su reforma, así como los que apoyen tal violación, directa o indirectamente cesará inmediatamente en sus funciones y no podrá ejercer ningún cargo político durante un período de diez años”. Como se dice en estos casos: más claro, echarle agua.

Más allá de la evaluación que hagamos de la intervención militar que expulsó a Zelaya de Honduras, lo que resulta evidente es que este señor se proponía violar la Constitución con el afán explícito de asegurar su reelección. En ese punto, Zelaya sintonizaba con la ambición de numerosos jefes de Estado del continente que manipulan las leyes para perpetuarse en el poder. Es lo que hizo Chávez en Venezuela, lo que hace Ortega en Nicaragua, lo que pretende hacer Correa en Ecuador, lo que hace Uribe en Colombia, lo que hizo Carlos Menem, y lo que -con variantes creativas- planeaban hacer los Kirchner en la Argentina.

Como contrapartida, podríamos decir que es lo que no hacen Bachelet en Chile, Tabaré Vázquez en Uruguay ni Lula Da Silva en Brasil. Valgan estos ejemplos para reflexionar acerca de la fascinación que ejerce el poder.

En el caso que nos ocupa, esta fascinación se apuntala en una tradición caudillesca de políticos presentados como salvadores de la Patria, llamados a realizar proezas nacionales. El precio a pagar por esos loables objetivos es la continuidad en el poder y la subordinación del esquema institucional a su voluntad de poder presentada como la encarnación de la voluntad popular.

En la Argentina contemporánea, estos hábitos están a la orden del día. Sin ir más lejos, los Kirchner son una expresión genuina de quienes se conciben nacidos para mandar. En la provincia de Santa Cruz, reformaron la Constitución a su gusto y garantizaron la reelección indefinida. En el orden nacional, la vuelta de tuerca singular fue concebir al poder como un patrimonio familiar. Como la Constitución nacional reformada en 1994 aseguraba una sola reelección, la maniobra de los Kirchner consistió en alternarse esposa y esposo en el poder.

El poder sin límites es el sueño de los autócratas de la historia. Hoy no es fácil en Occidente expresar esa voluntad de manera lineal, de allí estas maniobras tendientes a devaluar las instituciones. El presidencialismo fuerte -un anacronismo institucional- es la coartada legal para avanzar sobre la república democrática. El uso dispendioso de los recursos del Estado, el reparto arbitrario de dádivas y beneficios, es una de las consecuencias inevitables. Que el 82 por ciento de los fondos destinados para viviendas se hayan usado en la campaña electoral del oficialismo en provincia de Buenos Aires es una prueba contundente de lo que aquí se afirma.

El poder sin límites es el sueño de los autócratas de la historia... El presidencialismo fuerte es la coartada legal para avanzar sobre la república democrática.