EDITORIAL
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Chávez, con credencial de déspota
El pensador francés Jean Francois Revel sostenía que a los enemigos de la libertad de prensa es muy fácil detectarlos por su esfuerzo en querer calificar la palabra libertad. Como consecuencia de esa estrategia, la libertad debe ser “responsable”, “defensora del orden nacional”, “seria”, “patriótica” y otras adjetivaciones por el estilo. En todos los casos, señala Revel, se trata de cortinas de humo, coartadas o pretextos para someter a la prensa a la voluntad del poder.
Revel no se equivoca. Se sabe que el lenguaje revela o enmascara. En este caso, palabras que refieren a cuestiones muy genéricas se presentan como indispensables para regular una libertad. Nadie está en contra de la responsabilidad, la seriedad, o la patria, pero lo que importa discutir es la voluntad de poder que manipula con esas palabras. Como el personaje de Alicia en el país de las maravillas, no son las palabras las que importan sino lo que hace con ellas quien ejerce el poder.
Lo que en estos días está sucediendo en Venezuela permite evaluar con nitidez cómo funciona una voluntad autoritaria decidida a amordazar a la prensa y, de ser posible, liquidarla como prensa libre o prensa opositora, la prensa que efectivamente fastidia a los poderes despóticos de todos los tiempos. Desde hace tiempo Chávez alienta esta estrategia. Si no ha avanzado más no es por sus escrúpulos democráticos o republicanos, sino porque no ha podido o porque la resistencia de los defensores de la libertad ha sido más fuerte de lo que sus funcionarios suponían.
Ahora es la fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, la que lanza la ofensiva judicial tendiente a poner fin a los supuestos delitos mediáticos. En el camino se sacó del aire a treinta y cuatro emisoras de radio y TV. El lunes pasado un grupo armado atacó las instalaciones de Globovisión, un medio de comunicación de tendencia opositora. Chávez insiste en que la libertad será respetada pero no el libertinaje. Algo parecido, decía López Rega en la Argentina. Y, antes, el general Videla, que reclamaba una prensa objetiva. Chávez, como sus antecesores, ya tiene credencial de déspota.
Digamos que en estos temas los autoritarios no inventan nada nuevo. En Cuba, en Corea del Norte, en las satrapías musulmanas, la prensa libre está amordazada o suprimida invocando la seguridad nacional, las maniobras imperialistas y la tendencia al sensacionalismo y el libertinaje de los medios de comunicación. El concepto de “delito mediático” es en sí mismo una manifestación elocuente de esta concepción. El prejuicio se recrea con otras calificaciones de la misma filiación: “ejércitos mediáticos”, o como le gustaría decir a los Kirchner: “El control de los fierros mediáticos”.
Más allá de la retórica lo que preocupa es la ofensiva que desde el llamado “socialismo del siglo XXI” se ha lanzado contra la prensa. El tema es grave no sólo porque amenaza a fondo la libertad en Venezuela, sino porque los gobiernos aliados al chavismo intentan operaciones parecidas en sus respectivos países, incluida la Argentina.