El poblado
El poblado
Por Alejandra Zina
Lejos, muy lejos de acá, existe el poblado de los Chicos Cabezones. Los niños que el Monstruo Peluquero asalta en las noches sin sueño de los cinco continentes. Los hay negros, amarillos, caucásicos, mestizos, altos y bajos, flacuchos y obesos, igualados todos por sus cabezas rasuradas y la mirada zombie.
A la hora en que el sol y la luna se enfrentan en el cielo, los Chicos Cabezones empiezan a recitar, una y otra vez, aquellas pesadillas que no los dejaban dormir, congelados en el momento del espanto nocturno. Cada uno habla su dialecto pero, por alguna causa misteriosa, todos se entienden entre sí. Incluso, si apoyan los dedos en el hombro de otro se produce un aprendizaje instantáneo y pueden expresarse en el mismo idioma.
Las historias se transforman en un rumor indiscernible que dura hasta bien entrada la noche. No se despiertan porque nunca duermen. No se cansan ni quedan afónicos, al contrario, pareciera que de tanto repetirse, las cuerdas vocales se les hicieran más resistentes.
Ojalá esto fuera lo único, así sólo vivirían en el ocio de los malos sueños. Pero no lo es. Tienen que cumplir además con las órdenes que dicta el Monstruo Peluquero y supervisa la tropa de Cepillos, sus siervos incondicionales.
Los Cepillos son criaturas con cuerpo alargado, caparazón de resina y el pecho cubierto de cerdas puntiagudas. No son numerosos, pero sí lo suficientemente severos como para organizar con eficiencia el poblado.
La tarea más importante es preparar los fardos.
Cada día llegan volquetes con toneladas y toneladas de pelo que se depositan en un galpón gigantesco, con puerta única y sin ventanas, para evitar que se cuele el viento y la lluvia. Los chicos, organizados en grupos de diez o de doce, deben separar el pelo por color, textura y extensión. Por cada grupo, hay un Cepillo controlando que las cosas se hagan en tiempo y forma. Recto como un obelisco, se desplaza en zigzag entre los pequeños braceros para no perderse ninguno de sus movimientos. Guay, si en su ronda descubre un manchón pelirrojo en un fardo castaño o una franja encrespada en un lote alisado. Entonces, el maldito cascarudo de resina sopla un cuerno y llama a un rincón al grupo responsable. Sin hacer preguntas, pone a los chicos en fila con la cabeza gacha, se arranca una cerda del pecho y les marca en la nuca una C que les provoca una terrible comezón.
Alrededor, los demás grupos continúan trabajando como si no hubiesen oído nada, pero el miedo a equivocarse los invade, las manitos se vuelven torpes y se producen otros accidentes por el estilo. Por desgracia, en una jornada muchos Cabezones conocen el sarpullido del castigo.
Después de dividirlos por color, tipo y extensión, los montones de pelo se atan con delgadas raíces de árbol y una cinta de montaje los transporta al interior de la maquinaria que los comprime en forma de ladrillo. En la boca de salida, una hilera de chicos recibe y apila los ladrillos en torres que salen del galpón en carretillas verticales.
Ustedes se estarán preguntando por qué semejante trabajo. Para qué pueden servir todos esos rectángulos de cabellera humana. Pues para construir el castillo más perdurable que jamás se haya visto, la gran morada del Monstruo.
Liviano, sedoso y eterno. Rayado de penumbra en las recámaras, poroso pero abrigado, de formas exquisitas, el enorme Arte de un enorme estilista. Un castillo que, desde el punto más alto, domine las chozas del poblado y también las tierras vecinas. Con dormitorios para descansar, salones para recibir a la cuadrilla de Cabezones que cada noche viene a arrullar al Monstruo con sus pesadillas, despachos para dar órdenes y escuchar los informes de los siervos Cepillos, y talleres para afilar sus pezuñas de acero. Un castillo monumental.
Según las mediciones, se necesitan millones de ladrillos para levantar el edificio y siglos de trabajo. Pero éstos, en verdad, son detalles insignificantes: materiales, tiempo y constructores nunca, nunca, van a faltar.
(Primer capítulo de “Chicos Cabezones”, novela inédita. Alejandra Zina. De la novela Chicos Cabezones).
Ilustración de Rocambole.