Contrapunto con Arnaldo Calveyra
“...el verde de los pastos de Entre Ríos...”
La entrevista fue en París, en su casa; un poeta de culto, sugestivo, original, capaz de recuperar para las palabras ecos y efectos percudidos por los usos habituales. Conversamos con él y su mujer, Monique Tur.
Aunque Arnaldo Calveyra vive en París desde 1961, Mansilla -su pueblo de Entre Ríos- siempre está en sus poemas.
Foto: Archivo El Litoral
Rogelio Alaniz
Hablamos de muchas cosas, de sus amigos Carlos Mastronardi, Julio Cortázar, Juani Saer, Alejandro Jonquieres, Jorge D’Urbano. Las horas fluyen dóciles. En algún momento, no sé por qué motivo, menciono a la provincia de Santa Fe. Calveyra se pone de pie, sonríe y levanta la copa: “Por Binner y por el primer gobierno socialista de la Argentina” dice . Oscurece. Cenamos y seguimos hablando de poesía. Afuera llovizna y desde la ventana el cielo de París evoca una vieja canción de Edith Piaf
—¿Cómo fue su relación poética con Carlos Mastronardi?
—Es una pregunta compleja porque han pasado muchos años. Yo lo conocí a Mastronardi en 1949, el año del aniversario del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. El estaba allí como periodista. Ninguno de los dos pudimos entrar al Colegio porque en esos años gobernaba el peronismo y a los que no éramos oficialistas no nos dejaban pasar.
—¿Entonces cómo se relacionó con él?
—Yo lo respetaba mucho y me acerqué a él y simplemente le pedí que me ayudara. Me acuerdo que conversamos un rato largo, en algún momento me solicitó que lo acompañara al centro de la ciudad para hablar por teléfono.
—¿Cómo fue la relación poética entre ustedes?
—La relación fue lenta. El no estaba apurado para nada y yo tampoco. Así que lo nuestro fue una relación entre dos personas lentas, ninguno tenía apuros, ni él para sacarme lo que yo pudiera tener de bueno ni yo por aprender. Yo estaba bien con él, compartía esa atmósfera que creaba a su alrededor, su estar callado. Un amigo de Viale me decía que yo había trabajado con el poeta más taciturno de la Argentina. Y es verdad. Mastronardi era taciturno y eso era lo que me encantaba porque detrás de eso había una enorme sabiduría, bondad y generosidad.
—En algún momento me dijo que Mastronardi no influyó en su poesía. Si no es así ¿qué es lo que hay entre Mastronardi y usted?
—Hubo todo un proceso de aprendizaje, una conexión con la gran corriente de la poesía. Yo vivía en La Plata y él en Buenos Aires. Lo visitaba todos los fines de semana. Conversábamos de literatura; en realidad el que conversaba era él, yo aprendía.
—¿Qué aprendía?
—Por ejemplo, él me enseñó a ser moderado con los adjetivos, a desconfiar de ellos...
—¿Cómo opera en usted la relación entre la poesía y la música?
—Eso es más complejo; esta noche te has puesto complejo. Todo llegó junto en mí: la poesía y la música. En algún momento tuve que separar, tuve que dejar el piano por más que lo pasaba tan bien. Lo que pasa es que el trabajo poético siempre fue para mí un trabajo arduo, mucho más arduo que la música. Ya sé que me dirás que aprender un preludio de Bach también es difícil, lleva su rigor y su exigencias. Es cierto. Pero entre dos trabajos difíciles yo elegí el de poeta; los dos no podía hacerlos, otros podrán, yo no.
— Pero su conocimiento de la música fue útil para la elaboración de la poesía.
—Estoy seguro de que es así, pero no me pidás que lo defina con palabras porque se me hace muy difícil. Algunos amigos míos que me aprecian encuentran relaciones muy ricas entre poesía y música, pero yo no sé si es así; yo trabajo y cuando no puedo hacer, me quedo callado. Los que me han leído encuentran cosas en mi poesía, pero ellos las encuentran, yo no sé si es así porque yo no soy un teórico.
—Sin embargo, conociendo sus recursos expresivos es posible registrar una conciencia estética, una reflexión sobre su práctica poética .
—Es posible, pero de allí a que yo sepa cómo lo hago, cómo lo digiero, cómo tacho o cómo borro hay mucha distancia. Seguro que algo sabré, pero nunca me planteo mi relación con la poesía como una cuestión teórica.
—Se lo pregunto de otra manera: en el modo de hilvanar las palabras, de separarlas o de juntarlas, ¿percibe una musicalidad?
—Eso va conmigo, es algo que llevo conmigo.
—¿Cuándo sabe que hay un poema o que va a empezar a escribir un poema y no un texto narrativo?
—Esta noche estás muy difícil. Ojalá pudiera contestarte de una manera aproximativa, pero me resulta difícil. A mí las palabras me inquietan...
—El paisaje, el paisaje de Mansilla, su pueblo de Entre Ríos, ¿influye?
—Allí piso firme. A esta altura creo reconocer lo que es el pasto entrerriano, por ejemplo, porque el pasto es de un color verde, un color que no está en Buenos Aires, que no está en París... ese verde de los pastos de Entre Ríos lo conozco bien.
—¿Podemos decir que poéticamente nunca se fue de Entre Ríos?
—Es así... seguro... yo siempre he seguido trabajando allí. Yo he hecho teoría con todo eso, pero es mi teoría, una teoría construida en función de la praxis del poema. A mí no me gusta que las cosas vayan de la A a la Z; yo quiero que las cosas vayan de A a A o de Z a Z, que no haya un discurso, cuando siento que hay una cosa discursiva la dejo caer.
—¿Qué le articula sentido a un poema o un texto tuyo?
—Cuando escribo me agarro de donde puedo. Yo diría que en lugar de un discurso quiero que haya un recurso, que haya una cosa que haga que el poema empiece, pero una vez iniciado yo sé que no hay reglas y que hay que basarse en la intuición, como si se escuchara una música secreta que llegara del pasado.
—¿La nostalgia importa en su poesía?
—Siempre y cuando nos pongamos de acuerdo qué quiere decir nostalgia.
—Mansilla, su pueblo, siempre está en sus poemas.
— Sí, sí, está inevitablemente.
—Pero lo suyo no es una agencia de turismo que exalta las bellezas locales de su pueblo.
—Por supuesto, por supuesto. Eso me lo enseñó Mastronardi. Se puede hablar de un lugar, pero es necesario despojarlo del color local en sus versiones realistas. El localismo no tiene futuro en la poesía. Lo que pretendo es que la visión de lo local esté transformado por la poesía.
—¿Con Saer conversaban de literatura?
—Por supuesto... Juani era un gran poeta y eso está en su poesía y en sus novelas.
—¿Trabaja todos los días?
—Sí, trabajo todos los días. Leo mucha poesía, preferentemente de mañana. Leo, preparo libros que he dejado caer durante años, corrijo...
—Se dice que uno siempre escribe el mismo poema
—Es lo que yo creo y la persona que me traduce al francés cree lo mismo. El dice que yo excavo cada vez más abajo, pero eso lo dice él.
—¿Ahora está escribiendo algo nuevo?
—Ahora estoy juntando cosas. Encontré un libro que escribí cuando esperaba la revisión médica para el servicio militar. Y el libro está, se llamará “Diario del recluta” medio en broma. Después hay otro diario del año 1959 ó 1960. Fue interesante porque fue lo que escribí en París cuando recién llegué. Tenía que ver con lo que encontraba acá respecto de lo que dejaba.
—¿Escribe a mano?
— Sí, sí, a mano
— Para terminar, ¿cómo fue su amistad con Julio Cortázar?
—Fue un gran momento de mi vida. Fue una gran cosa para mí encontrar a un amigo como él. Nos conocimos en París a principios de los años sesenta. A mí me habían invitado a leer poemas en “La maison de América latina” con otros escritores. Estaba, entre otros, Alejandro Jonquieres, seguramente Cortázar había ido para verlo porque eran muy amigos. Yo leí entre otras cosas un poema que se llama Rayuela. Cuando terminé él se acercó y me dijo que estaba escribiendo un libro que se iba a llamar Rayuela. Y así se inició una amistad de toda la vida.