La importancia de la geografía para comprender nuestra realidad

“Hay que enseñar lo local para

que los chicos quieran su ciudad”

Blanca Gioria es docente y publicó un libro sobre Santa Fe. Rescata el valor de la geografía para explicar cómo se organiza una ciudad. Con planos y estadísticas, relaciona lo urbano con fenómenos políticos y socioeconómicos.

De la redacción de El Litoral

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En su vasta trayectoria como docente de geografía -de escuela media y universitaria-, Blanca Gioria se percató que su disciplina se había vuelto un concepto vacío. La clase tradicional de geografía se basa en la descripción de lo que se observa en el paisaje: cantidad de habitantes, tipos de suelos, climas o modelos productivos, etc. Sin embargo, lo más rico de esta disciplina es poder explicar los procesos que dan forma a determinada construcción social.

“Estamos acostumbrados a enseñar una geografía descriptiva, sin explicar el porqué de los fenómenos. Para lograrlo, propongo el método sistémico en el que se analizan cómo los factores políticos, económicos, sociales y culturales se interrelacionan -en un momento dado- y materializan formas que uno puede ver en el territorio. Los espacios tienen que ser analizados como procesos, en su evolución a través del tiempo, porque todo lo que existe articula el presente con el pasado y el presente con el futuro”, asegura Gioria.

Concebir a la geografía de esta manera fue uno de los objetivos que se propuso al escribir “La construcción del espacio geográfico de la ciudad de Santa Fe: 1573-2007”, que fue presentado el jueves pasado.

También aspiró a compilar un material de trabajo y estudio para docentes. “No había un trabajo en el que los docentes contaran con material para enseñar Santa Fe. Este libro pretende facilitarle la tarea al docente porque estoy convencida de que se tiene que enseñar lo local para que los chicos aprendan a conocer y querer su ciudad”, sostiene la autora.

Crece la ciudad

El libro abarca cuatro etapas, que según Gioria se corresponden con distintos modelos económicos que “marcan huellas en la ciudad”: 1) 1573-1856: economía colonial, 2) 1853-1930: modelo agroexportador, 3) 1930-1990: modelo de sustitución de importación y 4) 1990 en adelante: modelo neoliberal.

De la etapa del modelo agroexportador, Gioria destaca que “la ciudad pasa de tener 19 manzanas de largo -desde el Parque del sur hasta Suipacha- a esta fisonomía que vemos en la actualidad”. El crecimiento se produce gracias a la llegada de los inmigrantes y de los capitales extranjeros. “Se materializa un trazado de las vías del ferrocarril concéntrico al puerto. Es un modelo que estaba pensado para el comercio externo, no para el local”, explica.

En esta etapa se construyen el puerto, los ferrocarriles, las estaciones Belgrano y Mitre, la Casa de Gobierno y los grandes edificios. “Tiene que haber sido increíble el movimiento que hubo en ese momento”, imagina la docente.

Dos ciudades

Si se toma a la avenida Urquiza como línea divisoria entre este y oeste, Gioria señala que “en el ‘70, el 40 % de la población estaba ubicada en el oeste y el resto en el este”. Pero en 2001, “el oeste concentraba el 55 % y el este el 45 % de los habitantes”. Esto implica un “trasvasamiento de la población hacia el oeste sin que nadie haga nada”, advierte la geógrafa. Su principal preocupación radica en que los terrenos del poniente son bajos y corren riesgo de inundarse.

Asimismo, a partir de este mismo límite, Gioria reconoce “dos ciudades”: “El este que tiene una costanera perfectamente trazada y se nota la planificación. En cambio, el oeste donde la ocupación es muy irregular y espontánea”. En este sentido, remarca que es necesario “planificar la relación que establece la sociedad con la naturaleza para que la ciudad pueda crecer de manera sustentable”.

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“Los espacios tienen que ser analizados como procesos, a través del tiempo, porque todo lo que existe articula el presente con el pasado”, asegura Gioria en su libro.

Foto: Flavio Raina

Las primeras villas

Fue durante la sustitución de importaciones cuando empezaron a generarse las primeras villas miserias en el oeste de la ciudad. “A partir de 1940, producto de la mecanización del campo, la población migra del campo a la ciudad en busca de un trabajo en una industria”. Uno de los interrogantes que Blanca Gioria se formula es “¿por qué se deja avanzar la urbanización en el oeste si en todos los planos de la época se ve que eran bañados comunales y se sabía que eran terrenos inundables?”.

La docente se basa en documentos, planos, mapas y datos estadísticos y rescata que “en el “40 se construye el terraplén Yrigoyen con 4,5 m de alto; ese terraplén le brinda a la población una cierta seguridad, entonces avanza más hacia el oeste”.

Ante este desarrollo irregular, en 1979 se sanciona una ordenanza municipal que establece que la cota mínima para construir es de 6,6 m (la altura que tiene avenida Freyre). Sin embargo, “esto nunca se controló y se siguió avanzando hasta tal punto que después hubo que construir el terraplén a 9 m de altura, que resguarda la avenida Circunvalación oeste”, detalla Gioria.