Entrevista a Marcelo Mininno
Entrevista a Marcelo Mininno
“Los hombres necesitan de otros
hombres para refrendar su condición”
El director de “Lote 77”, la multipremiada obra del “off porteño”, cuenta cómo montó el espectáculo que habla de la construcción del género masculino. Anoche se presentó en el VI Argentino de Teatro organizado por la Universidad Nacional del Litoral, en la sala La Abadía.
Silvia Lauriente (*)
Lo único que tenía era un video de su padre castrando a un ternero. Antes de empezar con la dramaturgia, Marcelo Mininno preparó el terreno. Convocó a tres interesantes actores de la cartelera porteña: Lautaro Delgado (“¿Quién le teme a Virgina Woolf?”); Andrés D’Adamo (“Sueño de una noche de verano”); y Rodrigo González Garillo (“La mirada”). Quería hacer un paralelismo entre la construcción del género masculino y la selección del ganado bovino. Hace dos años, “Lote 77” era sólo eso. Una sugestiva invitación para que la improvisación escribiese el texto. Hoy la obra es un éxito avalado por importantísimos premios. Y este jueves, se sumó a la atractiva grilla del Argentino de Teatro organizado por la UNL. Aquí su director suelta prenda sobre el proceso.
Familiarizado con la jerga rural, Mininno se crió en Salto al noroeste de Buenos Aires. En ese pueblito de 30 mil habitantes, “de tres escuelas secundarias” -describe para dimensionar la pequeñez de su lugar- compartía todas las actividades ganaderas con don Carlos, su papá. Aunque esa faena es poco afín con las artes escénicas, a los 18 se fue a la gran ciudad porque quería ser actor.
-¿Cómo tomaron la decisión en tu casa?
- Muy bien. Siempre tuve inclinación por lo artístico. Mi papá tocaba la guitarra y yo lo acompañaba en el bombo, bailaba folclore cuando era chico. De adolescente, trabajaba en un programa de radio leyendo poesías. Igual, por los miedos iniciales cuando llegué a Capital empecé a estudiar Comunicación Social. No terminé, pero tengo hasta 3ero. Después pude entrar en la Escuela Municipal de Arte Dramático, un conservatorio de la Ciudad de Buenos Aires.
-¿¡Y ahí fuiste el mejor!? (El currículum lo delata así).
- No... bueno...Gané una beca como mejor promedio que me permitió ingresar al Teatro San Martín. No sé si fui “el mejor”. Me pusieron buenas notas, ¡ponele!
Ese destacado rendimiento que él minimiza lo llevó a dar una audiencia en el Cervantes. Así quedó en “Israfel”, obra de Abelardo Castillo que dirigió Raúl Brambilla. “Me confió el protagónico. Imaginate, yo tenía 24 años, me temblaban las pantorrillas. Siento que fue la gran obra que me abrió al gran público como actor. Más allá de los proyectos independientes, tuve la fortuna de trabajar en el teatro oficial. Digo la fortuna porque el proyecto artístico te garantiza un sueldo”.
También con el circuito oficial hizo este año en el Cervantes “Chúmbale” dirigido por Santiago Doria. La versión pasó por esta provincia, Chaco y Santiago del Estero. Y en setiembre terminó con “Coquetos Carnavales”, de Luis Cano, en el Teatro Sarmiento.
Marcelo Mininno es el director de un montaje que cosecha éxito de público. Foto: Néstor Gallegos
En Santa Fe el director y los actores de “Lote 77”, la obra que ganó los premios más importantes en materia teatral del país y que próximamente inicia sus presentaciones en festivales internaciones. Primero, Chile. Antes, en nuestra ciudad, fueron ovacionados. Marcelo Mininno, Andrés D’Adamo, rodrigo González Garrillo y Lautaro Delgado. Foto: Néstor Gallegos
La génesis
- Entre tanto ajetreo, ¿en qué momento se generó Lote 77?
- Fue en marzo de 2007 cuando convoqué a Lautaro Delgado, Rodrigo González Garillo y Andrés D’Adamo. Cuando pensé en ellos, quería tres actores que tuviesen cuerpos bien diferentes. No más que eso. A partir de los cuerpos podían trabajar en refrendarse entre sí. Nunca quisimos estereotipar al macho semental, al tradicional y al homosexual. Siento que por ahí esa mirada la hace el público porque necesita identificar algo que pase en la sociedad. De alguna manera, encasillar para poderse sentir más seguro.
Al principio, con una estética cercana a la Nouveau Roman, se nos presenta un informe atiborrado de descripciones anodinas, monólogos líquidos y personajes despersonalizados. Todos los elementos impregnando una atmósfera que se va complejizando.
- Para escribirla, ¿tomaste como referentes lecturas preliminares?
- No. Lo único que tenía era un video con mi papá castrando a un ternero. Para que surgiese la dramaturgia, íbamos con los actores al mercado de Liniers y después intentábamos recrear lo que veíamos. O nos metíamos en baños públicos y grabábamos las acciones que realizaban las personas. ¡Muy divertido!
Sí reconoce la influencia que ejerció la experiencia con Ciro Zorzoli en “Living, último paisaje”. Un trabajo de investigación que dejó huella a la hora de montar los ejercicios.
“Para volver a lo de las lecturas, recurrí a Pédro Páramo de Juan Rulfo. La volví a leer en ese momento porque aunque es un realismo mágico, es la historia de un hombre que vuelve a su pueblo a encontrar a su padre. Y aunque te parezca extraño, quise ver con los intérpretes “El Padrino”. Porque se ven claramente los mandatos que se pasan de padres a hijos. Con respecto a la estética no fue pensada, no fue cerebral. Lo que intenté fue ser lo más sincero posible al montar todo. Por suerte no tuve el miedo de evitar el resultado por fuera del material trabajado y creo que ése es el secreto de la obra. El público recibe un trabajo sincero. Nos están diciendo esto.
- Recién lo mencionaste al pasar, y es una frase que está en la obra. Uno de los actores dice: “los hombres necesitan de otros hombres para refrendar su condición”. ¿Es así, no?
- Bueno... no sé si será tan así (suelta la carcajada) Mejor preguntale a un psicólogo. Es lo que nos pasó a nosotros.
La identidad
- Pero esa aseveración surge de algo, tiene un fundamento...
- Yo sentía en la práctica que cuando nos estábamos mostrando cosas varoniles estábamos comparándonos. Con el propio padre, o con los amigos, o con los maestros. Igual, creo que tiene que ver no sólo con lo varonil sino con la identidad en sí. Con los modelos que se tienen y cómo los otros los completan. Sobre esta percepción de comparaciones tuve charlas con una psicóloga especializada en lo vincular, Lucrecia Riopedre, ella me hablaba de la refrendación como término.
- Y en cuanto a la temporalidad, cómo construís la dramaturgia para que ese ir y venir del tiempo no sea un elemento confuso.
- Fue complejo. Como estrategia para que todo quedase claro, creí poder encontrar la verdad en la palabra. Si eso se daba yo podía hacer que el corral fuera baño, que el baño fuera un frigorífico, que las bolsas de maíz fueran un mingitorio, que uno pudiera decir tengo 30 años y de pronto tener 50. Para eso tuvimos que trabajar desde lo actoral que la palabra era verdad.
En uno de los ensayos usé la frase que decía el actor en una película muuuy romántica: “Si Dios existiera no estaría ni en vos ni en mí, estaría entre nosotros.” Entonces les dije, chicos la obra es eso, lo que hay entre nosotros. No es lo que vos decís ni lo que yo digo, lo que yo accione o lo que vos acciones. Es lo que hay entre ellos y entre ellos y el público.
Todos los elementos que arman la escena (excepto la campana) pertenecen a su campo del Salto. Los tachos formaban parte de un viejo aljibe, los alambrados y los postes delimitaban corrales, el bebedero era el que usaban sus animales -es más, en el diseño escenográfico participó su papá-. Tanto desde lo visual como desde lo verbal, la obra está plena de signos que se resignifican.
Desde el piso y con agua
“Siempre cuando empiezan su monólogo parten del piso. De ese cemento gris, duro. Metáfora de las estructuras rígidas prehistóricas de “el hombre no llora’, “el hombre es fuerte’, “el hombre es proveedor’. Y otro elemento escénico para mí muy interesante, es el agua. Que es un fluir, que no se puede detener, que rompe con ese cemento, que es como un río, que es deseo, que por más que yo no quiera está.”
Igualmente desde la gestualidad se desprende una cautivante polisemia. Cuando uno de ellos señala la boca, está aludiendo a la crónica del día que pierde el diente y que se llevan a su padre. Evoca aquel miedo de que vuelvan a llevarse a alguien más de su familia. Para otro, la boca es el recuerdo de un abuso sexual por parte de un dentista. Y en un sentido más amplio, la boca es la identidad. La cavidad que posibilita reconocer a un ser humano cuando ya está muerto.
- ¿Por qué decidiste incluir el tema de los desaparecidos?
- Sentí que si estábamos hablando de la construcción de género, no podía desligarlo del contexto histórico. Porque somos quienes somos por el vínculo con el otro, pero también ese otro puede ser el país. En ese sentido “Lote 77” implica a los nacidos en el año ‘77. Un actor cuenta cómo regalaron un cenicero de bronce para que lo fundiesen e hiciesen armas. Claramente es la evocación a la guerra de Malvinas. Él en su niñez juega a que es soldado de Malvinas.
Hablan del 1 a 1 que a nosotros nos agarró en época de estudiantes. Había poca cultura del esfuerzo, por eso tiramos manteca al techo y viajamos al exterior. Después explotó todo. Por eso incluimos estos hechos.
- De todos modos ninguno está demagógicamente subrayado.
- Yo creo que en la obra nada está en primer plano, tengo esa sensación. Tengo la sensación como de planos superpuestos. Es como cuando calcábamos en papel manteca que uno tiene la sensación casi que el papel manteca es el primer plano pero lo importante está abajo. Es como algo que está superpuesto. Lo que está adelante no es importante porque también hay algo por detrás.
- ¿Qué percepción tenés de la respuesta de hombres y mujeres como público?
- Yo tengo la sensación en general que al varón le pasan dos cosas. Algunos dicen qué bueno que puedas mostrar a un hombre más sensible. Otros (imita el tono del chuchicheo) “che, pero esto es entre nosotros’. Y la mujer creo que se siente espiando, espectando un mundo distinto. No quería confrontar a varones contra mujeres. Quería que fuesen varones hablando de varones. Igual creo que hay un cuarto personaje muy femenino que es el agua. Ellos necesitan recurrir al agua en ciertos momentos para frenar algunos impulsos, para dejar fluir otros.
Ha pasado casi una hora desde que nos sentamos a charlar. Cuando se cierra el cuadernito y la lapicera vuelve a engancharse en el espiral, a Marcelo Mininno (ya no el director, ni el actor, ni el dramaturgo) le gusta contradecir su discurso en una actitud de caballerosidad. “Dejame pagarte el café. Porque a pesar de hablar de las estructuras, quiero tener un gesto varonil”.
(*) Periodista integrante del Círculo de Críticos de las Artes Escénicas de la Argentina, Critea.
Distintas secuencias de “Lote 77”, una obra de incuestionables valores profundamente humanos, ideológicos y estéticos. Tres excelentes actores, con una brillante dirección. Fotos: Archivo El Litoral
Actor todo terreno
Con “Lote 77”, Marcelo Mininno ha recibido los premios María Guerrero, Trinidad Guevara y Florencio Sánchez durante 2008. Estos estímulos se suman a otros como el Familia Podestá, mérito al mejor promedio de la carrera en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático. Por éste ingresó al Teatro General San Martín con la obra “El Inspector”.
Ha participado en “Israfel”; “La zarza ardiendo”; “Chúmbale”; “Coquetos carnavales”; “Living, último paisaje”; “El corazón en una jaula”; “Relojero”; entre otros. En televisión integró dos capítulos de “Mujeres asesinas”, la novela “Jesús el heredero”. En cine se acaba de estrenar “Fantasmas de la noche”, de Santiago Carlos Oves; y para el año que viene “La vieja de atrás”, de Pablo Meza con quien rodó “Bs. As. 100 km”.
/// EL DATO