Crónica política

Pacto de La Moncloa o disolución nacional

Rogelio Alaniz

“El problema de los políticos es que les mienten a los periodistas, y después cuando leen en los diarios lo que dijeron, piensan que es cierto” Karl Kraus

Es probable que al momento de sugerirle a sus seguidores que suspendan el acto previsto para el 20 de noviembre, la presidente haya pensado en las letales consecuencias de un convocatoria popular promovida por personajes que, como Moyano y D’ Elía, no son capaces de controlar los demonios que ellos mismos liberan. En un clima enrarecido como el actual, una convocatoria popular habría degenerado en una suma de actos vandálicos que a los mayores les habría traído a la memoria los incendios del Jockey Club, la Casa del Pueblo, el Comité Radical y los templos católicos.

Si en 1955 la Argentina no soportó esas tropelías, muy difícilmente las soportaría en la actualidad, cuando los índices de popularidad del gobierno están por debajo del veinte por ciento y las declaraciones de la oposición son cada vez más beligerantes. No creo que la movilización de los piqueteros sean retoños de milicias populares, pero advierto que la estrategia de valerse de ellos para ejercer el control social es peligrosa para las instituciones, para el conjunto de la sociedad y, aunque no lo crean, para el propio gobierno. Atizar la caldera social en la Argentina es la fórmula más riesgosa e irresponsable.

Como para curarse de salud, Aníbal Fernández recordó a los legisladores que no van a dejar el gobierno, una observación para algunos realista para otros exagerada. Fernández deberia saber, de todos modos, que en la Argentina lo que derriba a los gobiernos son las catástrofes económicas. Que el poder político no se derrumba por razones morales es algo que los argentinos ya tuvimos la oportunidad de apreciar con Menem, el arquetipo de la cleptocracia que con el ”uno a uno” se cansó de ganar de elecciones. Como decía el amigo de mi tío: en la Argentina si las variables económicas están estabilizadas votamos a Drácula o Frankestein sin que se nos mueva el pelo.

Los Kirchner están convencidos de que al gobierno se lo defiende controlando las mayorías parlamentarias y la movilización callejera. La mayoría parlamentaria la han perdido, pero no están dispuestos a perder la iniciativa en la calle. La estrategia no me simpatiza, aunque convengamos que desde la perspectiva del ejercicio del poder no es del todo desatinada, sobre todo en un país en el que desde el 2001 la calle se ha transformado en un escenario importante y a veces decisivo de la política. Nunca está de más recordar que fueron las movilizaciones callejeras las que liquidaron a Alfonsín, De la Rúa y al propio Duhalde.

Insisto: que la calle haya adquirido esta centralidad puede que no esté bien, pero en política poco y nada se gana con desconocer los datos de la realidad en nombre de principios abstractos. Este gobierno y los que vengan tendrán que lidiar con estas realidades desagradables e incómodas. En efecto, si por alguna razón imprevista los Kirchner dejaran el poder, quienes los sucedan deberán conversar con piqueteros, dirigentes sindicales, productores rurales, es decir, con todos los protagonistas reales de la vida pública.

Las promesas de mano dura son indeseables e inviables. El muy conservador de Macri prometió que cuando fuera gobierno no habría mas piquetes. Hoy la ciudad de Buenos Aires está tomada por piquetes de toda marca y pelaje. Susana Giménez o Marcelo Tinelli podrán decir que es necesario poner mano dura, pero así como la Argentina no admite una experiencia como la de Chávez, tampoco admite la mano dura que pretenden imponer Susana o Tinelli.

Con todo, no estaría de más que los Kirchner anotaran lo que dicen los personajes de la farándula, sobre todo cuando siempre los han alentado y mimado porque expresan el sentido común más atrasado de la sociedad. Puede que carezcan de autoridad moral para hablar de política, pero admitamos que disponen de un olfato sensible al humor de la sociedad y lo que ellos dicen será injusto pero no es irreal. Una sociedad atosigada por los conflictos empieza a reclamar orden y ese orden por lo general nunca coincide con la democracia.

“La Argentina es un país muy difícil de gobernar”, me decía el otro día un legislador nacional. Tal vez sea cierto. Al respecto no deja de ser sintomático que desde que se recuperó la democracia todos los presidentes han concluido sus mandatos consumidos por el desprestigio. Mientras en Chile, Uruguay, Brasil, Perú o Colombia los presidentes concluyen sus mandatos arrullados por el apoyo popular, aquí son víctimas de esa formidable máquina de picar carne en que se ha transformado la política criolla.

Los peronistas se jactan de ser algo así como un mal necesario. Consideran que lo que hacen no es perfecto, pero son los únicos capaces de hacerlo. Derrotar ese prejuicio político es la tarea de la oposición, pero ese prejuicio es necesario derrotarlo con actos e ideas, dos virtudes que hasta el momento no veo.

Que la oposición exhiba límites, no autoriza a pensar que la razón está del lado del oficialismo. Por el contrario, aclarando que la política se hace metiendo las manos en el barro, digo que las metodologías a la que recurren los Kirchner no sólo son ineficaces sino peligrosas. Es verdad que para gobernar es necesario -por ejemplo- acordar con sindicalistas y piqueteros, pero también es verdad que no hay una sola receta acuerdista. El piqueterismo es una realidad, pero un gobierno serio debe trabajar para que sea una realidad transitoria y no una realidad permanente. Una vez más es necesario decir que a los movimientos sociales hay que integrarlos, no corromperlos.

Lo mismo puede decirse de los sindicatos. Ningún país moderno puede vivir sin sindicatos y sin burocracias sindicales. El problema en la Argentina es que los sindicatos oficiales son guaridas de matones dirigidos por burócratas multimillonarios. Es verdad que para acordar hay que hacerlo con lo que hay y no con lo que me gustaría que haya, pero entonces la pregunta sería la siguiente: ¿El gobierno ha hecho algo para arribar a un acuerdo con dirigentes más presentables que Moyano y D’Elía? Mi sensación es que no, que negocia con lo peor porque no puede o no quiere establecer otros tipos de acuerdos. O porque lo que se propone necesita inevitablemente del apoyo de lo peor.

Convengamos que la situación gremial en la Argentina es complicada. La alternativa entre matones corruptos y sindicalistas izquierdistas honrados pero anacrónicos es trágica porque augura el peor de los desenlaces. Las declaraciones de Juan Belén, ladero de Moyano, referidas a la “zurda” demuestran que el anticomunismo en sus versiones brutales y fascistas anida intacto en los repliegues de la burocracia sindical peronista. Nadie debería sorprenderse. Después de todo Moyano nunca desmintió la acusación sobre su militancia en las Tres A.

Los Kirchner se enorgullecen de haber revitalizado la causa de los derechos humanos. Como se dice en estos casos: no comparto el criterio que supone que para defender a los derechos humanos, haya que corromper a las instituciones que en algún momento fueron los referentes legítimos de esta causa. Una política creíble en materia de derechos humanos debería sostenerse con principios republicanos. Dicho con otras palabras: no hay derechos humanos sin un estado de derecho que funcione. Pues bien, desde esa perspectiva los Kirchner no sólo que no han hecho nada por los derechos humanos, sino que sus iniciativas de fondo se orientan en una dirección exactamente opuesta a la que deben ser los derechos humanos.

Los problemas que hoy enfrentan los Kirchner, no son diferentes a los problemas que enfrentarán quienes los sucedan en el poder. El kirchnerismo ha creído que el camino de la confrontación es el adecuado para resolver los dilemas del desarrollo, la gobernabilidad y la distribución de la riqueza. Los hechos les están demostrando que se han equivocado. Quien quiera gobernar la Argentina del futuro deberá ensayar el camino del consenso. No es una salida sencilla. Es más, atendiendo los rigores de la realidad, puede vaticinarse que es el camino más arduo. Sin embargo no hay otro: o pacto de la Moncloa o disolución nacional.

Pacto de La Moncloa o disolución nacional

La calle se ha convertido en un espacio importante donde se disputan los espacios de poder.

Foto: EFE