[email protected]
Como ocurre desde hace varios años, la montaña fue motivo para que el grupo de amigos nos juntáramos nuevamente. El lugar elegido fue la localidad de Funes, cerca de la ciudad de Rosario y lugar equidistante para todos. Allí, con la excusa de un asado, se empezaron a tirar objetivos posibles. Alguno pensó en repetir el volcán Maipo. Otro habló del Mercedario, pero finalmente y tratando de sumar a todos, elegimos dirigirnos la zona de Vallecitos para subir su cerro más alto y que le da nombre a esta cordillera: el Cerro Plata de 6100 m.s.n.m.
Para intentarlo, partimos desde Santa Fe con Juan José Nagel, quien hacía sus primeras armas en la montaña y otros amigos de la provincia de Buenos Aires.
PRIMER CAMPAMENTO Y
ASCENSO AL ADOLFO CALLE
Lo ubicamos en las veguitas, a 3100 m.s.n.m. Un lugar de ensueño e ideal para acampar porque dispone de agua en abundancia, un terreno bastante plano y sobre todo blando, lo que permite a nuestros huesos descansar como en casa.
Por la noche y desde la carpa, veíamos hacia el sureste todo el valle de Potrerillos, su dique y a lo lejos, lo que parecía era el resplandor de las luces de la ciudad de Mendoza.
Allí permanecimos 2 días que aprovechamos para aclimatar, caminar y recorrer la zona. Investigamos la quebrada del medio que transcurre entre el cerro San Bernardo y el Stepanek, remontando morenas hasta una gran cascada de agua helada. De paso íbamos ojeando el acarreo del cerro Adolfo Calle, de 4300 m.s.n.m. que ascenderíamos al día siguiente para adaptarnos a la altura.
Por la mañana y después de desayunar, emprendimos el ascenso de esta hermosa montaña que exige subir por acarreos de unos 35º de inclinación que requieren buenas piernas y bastante paciencia. La cumbre, escasa, estaba coronada por una pequeña caña y fue el lugar de los abrazos y las felicitaciones para aquellos que tenían su primera montaña.
La mirada hacia el valle era impresionante, porque la pared sur de este cerro es salvaje. Asomaban a pique varias agujas verticales de piedra descompuesta, formando imágenes vertiginosas. Por fin, decidimos volver entre las nubes que subían desde el valle, después de dejar nuestro testimonio cumbrero.
CAMPAMENTO DE ALTURA:
EL SALTO
Al día siguiente y cerca del mediodía, partimos hacia el campamento de altura ubicado al costado de una caída de agua de deshielo, en un verdadero balcón que es llamado El Salto.
Ya acomodados en el lugar, recorrimos el glaciar del cerro Rincón y observamos grandes variaciones con respecto al año anterior, habiéndose “cortado” en varias partes producto del calor, como ocurre en todos los glaciares que actualmente están en retroceso.
Para aclimatar, decidimos hacer una salida hacia La Hoyada, distante una hora y media desde el Salto y ubicada a una altura de 4700 m.s.n.m. Hacia allá fuimos acompañados de un amigo vasco a quien mortificamos con unos mates bien amargos.
Este lugar es una gran depresión al pie de los cerros Lomas amarillas (5200 m.s.n.m.) y Vallecitos (5500 m.s.n.m.). Desde allí puede verse claramente el camino que lleva hacia ambos cerros y al filo que los comunica con el cerro Plata.
La tradición dice que La Hoyada no es un buen lugar para acampar porque es un centro de baja presión, pero personalmente creo que si se está bien aclimatado es preferible partir desde allí, porque significa una diferencia de desnivel que puede ser importante en tan largo trayecto, como experimentaríamos luego.
Por la noche y luego de ordenar las mochilas y las carpas, nos fuimos a acostar. Esa noche previa, en la que siempre hay ansiedad, paradójicamente dormí muy bien.
A LA CUMBRE DEL CERRO
PLATA
A las 4 de la mañana nos despertamos para desayunar dentro de la carpa con mis compañeros, José Navailles y Juanjo Nagel.
En silencio, desayunamos y nos vestimos. Afuera reinaba el frío, que a esa hora era de 15ºC bajo cero por lo que nos pusimos casi todo lo que teníamos.
Calentamos agua para poder tomar algo caliente durante el camino y salimos al encuentro de la noche. Afuera, cada uno de los integrantes nos juntamos para partir en fila india.
Es invariable que con cada nuevo intento de cumbre, haya ansiedad e incertidumbre en cada uno de nosotros. Por eso siempre los movimientos son silenciosos, respetando ese momento en el otro. Sólo después de un rato, cuando se está en camino y aparecen las primeras luces del alba, se rompe ese estado y comienzan a surgir los comentarios.
Junto a nosotros, coincidieron otros 3 muchachos con el mismo objetivo: un brasilero y dos argentinos que nos harían vivir involuntariamente, una experiencia inesperada.
RESPONSABILIDAD E IRRES
PONSABILIDAD EN LA MON-
TAÑA
Cuando pisábamos los 5500 m.s.n.m., Juan José me manifestó que tenía dudas sobre su estado. Venía bien, pero se sentía con menos fuerza y dudaba sobre su continuidad, sobre todo pensando en lo que quedaba todavía y en el descenso posterior. Por mi parte, no quería presionarlo para que nos dejara y tampoco pretendía que siguiera si no estaba convencido.
En eso estábamos (de todas maneras no lo hubiéramos dejado volver solo y posiblemente hubiera bajado con él de ser necesario), cuando Juan María expresó que tampoco se sentía completamente bien. Decía tener un poco de sueño y una muy leve borrachera debida a la altura. En pocos minutos decidió que lo acompañaría. Entonces, en un acto de sentido común y buen compañerismo comenzaron a descender juntos.
Antes, en la despedida, un emocionado Juanjo hizo que por un momento me dieran ganas de insistirle para que siguiera, pero no hubiera hecho lo correcto. Me hubiera dejado llevar por las emociones y eso en la altura puede ser peligroso.
Así, nuestros dos integrantes más jóvenes del grupo, nos demostraban a José y a mí que eran tipos responsables y maduros para caminar montañas.
En contrapartida, llegando a la zona de los caracoles, aproximadamente a 5800 msnm empezamos a notar que uno de los muchachos que se nos había unido llamado Alejandro, tenía dificultad para mantener el ritmo de los demás. No podía respirar normalmente por la nariz y cada tanto debía detenerse. Veíamos también que sus pasos no eran firmes, lo que nos inquietaba puesto que la zona por momentos es expuesta y riesgosa si se pisa con inseguridad con ráfagas de viento. Intentamos convencerlo para que volviera pero ante cada insinuación porfiadamente insistía en continuar, pidiéndonos que lo esperáramos y retrasando nuestra marcha. Tiempo después, estando a unos 5900 m.s.n.m. ya no era conveniente que regresara solo.
Luego de interminables zigzags en los que cada nueva loma nevada parecía la última y no lo era, apareció el helicóptero “Lama” rojo que está tumbado desde 1996 a escasos 50 ó 70 metros de la cumbre.
Eso apuró nuestros pasos y luego de 8 horas de haber partido y 1900 metros de desnivel, a las 2 de la tarde hicimos cumbre junto con el brasilero. Unos minutos después se nos unía José Navailles. Euforia, abrazos, gritos, fotos y un paisaje espectacular ocuparon nuestros 30 minutos en la cumbre.
Cuando nos retirábamos del punto más alto, llegaba a la cima con evidente dificultad Alejandro, el joven que pese a todo y acompañado de su amigo, había continuado el ascenso.
Con viento y nubes que amenazaban nuestra visibilidad rápidamente perdimos altura pero al girar la cabeza y mirar hacia arriba, observamos que el estado del último del grupo era lamentable. Al dar los primeros pasos del descenso, Alejandro no podía mantenerse en pie y su amigo lo tenía que levantar permanentemente.
Allí comenzó un lento calvario que nos obligó a todos a permanecer mucho más tiempo del deseado a esa altura. De a poco, colocándonos uno adelante y otro detrás para sostenerlo, fuimos bajando lentamente de la montaña.
El efecto de la altura había provocado en el muchacho impedimento para razonar y obedecer nuestras órdenes. Sumado a este problema, se había quedado sin fuerza para caminar. De pronto y a gran altitud, tuvimos que hacernos cargo de un montañista al que sólo le importó hacer su cumbre sin tener en cuenta que ponía en riesgo a los demás con su actitud irresponsable. A fin de reanimarlo, le dimos toda el agua y nuestros alimentos. Durante las horas del descenso, cada uno se turnó para sostenerlo y bajarlo.
Afortunadamente el clima fue benévolo y sólo al acercarnos a los 5400 m.s.n.m. cayó una molesta nevisca.
Sin saberlo nosotros, el campamento era como un hormiguero al que un pie había conmovido. Quizá por problemas en el idioma, otro brasilero había avisado que teníamos problemas para bajar. Inmediatamente tomó la batuta “Dumbo” un conocido guía de montaña rosarino quien coordinó con gran celeridad un operativo de rescate. Con bolsas de dormir, termos, medicamentos y otros elementos necesarios para estos casos, salieron a nuestro encuentro.
Cuando los encontramos ya cerca del campamento, nos sorprendió la preocupación que todos tenían por nuestro estado y la revolución que se había desatado para ayudarnos.
Aclarada la situación con quiénes habían actuado tan rápidamente, mi ánimo mutó de la sorpresa a la bronca, porque en vez de disfrutar nuestra cumbre, sólo pudimos hablar del descenso, de lo irresponsables que son algunas personas y de lo peligrosas que se tornan si además, hacen esta actividad.
Lejos de tomar conciencia por lo que había provocado, esa noche Alejandro festejó y brindó por su cumbre conseguida.
EPÍLOGO Y ENSEÑANZA
Como cada vez que he salido a la montaña, ésta me aportó experiencias para capitalizar y aprovechar en el futuro.
Esa vez particularmente, descubrí en Juan José y Juan María – los amigos que habían decidido volverse voluntariamente- el valor de su sensatez y compañerismo. Ambos, son el tipo de personas con las que uno quiere volver a estar, porque saben respetar sus límites y nos dan el plus de tranquilidad y confianza necesarias para compartir estas salidas. Esto fue más evidente por el contraste surgido ante la actitud del otro muchacho a quien conocimos circunstancialmente y que en forma irresponsable priorizó llegar a la cumbre a cualquier costo. También aprendimos que en la montaña, cada vez que uno traspasa sus propios límites, pone en peligro no sólo su vida, sino la de quienes extienden su mano para ayudarnos.