En el campo


Gestionar el agua, el desafío del agro

El territorio santafesino oscila entre las sequías y los excesos. Investigadores de la UNL analizan la situación y ensayan alternativas para evitar los anegamientos pero manteniendo el agua en la cuenca como reserva para cuando escasea.

Gestionar el agua, el desafío del agro

El desafío es conseguir una buena gestión de los recursos en un territorio que oscila entre sequías e inundaciones.

Foto: Federico Aguer

 

(C) Prensa UNL - El Litoral

Al ver la cantidad de lluvia que estas últimas semanas cayó sobre el territorio santafesino es fácil recordar las imágenes desgarradoras de no hace tanto -apenas unos meses- cuando se calculaban pérdidas millonarias por la sequía y considerar estas precipitaciones un alivio, pero no siempre es así.

“Para que infiltre el agua se necesitan lluvias de baja intensidad y cultivos que aumenten la rugosidad del terreno (maíz, sorgo o vegetación nativa). Las tormentas convectivas superiores a los 50 ó 60 mm por hora- son muy poco aprovechadas por el suelo”, afirmó Roberto Marano, investigador y docente de la Facultad de Ciencias Agrarias (FCA) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL).

Según explicó, en el suelo puede infiltrar una cierta cantidad de agua y si cae más en el mismo tiempo, no puede penetrar. Esta situación se agrava en épocas donde llueve muy frecuentemente, debido a que los suelos tienen muy poca capacidad para seguir acumulando agua.

Con la dificultad de encontrar un punto intermedio, el desafío es cómo gestionar los recursos en un territorio que oscila entre las sequías y los excesos. “Nuestra región tiene estas alternancias, y en tanto y en cuanto no actuemos en consecuencia, siempre serán erráticas las decisiones porque dependemos del agua, de los excedentes que provocan anegamientos e inundaciones pero sin ser acumulados (en superficie y en subsuelo) para cuando haya períodos de déficit, donde falta agua para los cultivos”, indicó.

Del campo al mar

En efecto, en la región toda el agua que no infiltra o acumula en depresiones naturales llega a canales y cursos menores de la cuenca que se vierten en otros mayores lo que incrementa el caudal de los ríos, llegando tarde o temprano al río Paraná, de allí al del Plata para terminar desembocando en el mar.

“La cantidad de agua que escurre también se ve afectada por el uso del suelo. Para aumentar la rugosidad se necesitan cultivos densos como el sorgo, el maíz, el trigo o pasturas plurianuales que dejen abundante rastrojo en superficie, mientras que con monocultivo de soja eso no ocurrre. En condiciones de campo natural, con pastizales altos (0,75 a 1m) o vegetación arbórea el agua escurre menos porque hay una mata de pasto que aumenta la rugosidad del terreno e impide que salga del potrero”, detalló Marano.

En épocas lluviosas crecen las redes de canales que traen cierto alivio porque el agua escurre más rápidamente y permite que permanezcan menos tiempo anegados. “Sin embargo, el resto del año, con condiciones de precipitación normales o menores, estos canales no sólo son innecesarios sino también contraproducentes, porque no retienen el agua sino que aceleran su escurrimiento. Esta misma agua que hoy se quiere que corra rápidamente, en cuestión de meses será la que falte para la producción”, comentó.

Alternativas

El diseño de estrategias que permitan conservar el agua excedente de manera que no escurra hacia el mar, pero sin que se perjudiquen los productores es un desafío. “Hay que compatibilizar el beneficio individual con el de toda la cuenca que tiene regularidades climáticas y que no puede desperdiciar toda el agua de más”, detalló Marano.

Siguiendo ese mismo razonamiento el experto ejemplificó que con una represa un productor puede almacenar 30.000 ó 40.000 metros cúbicos de agua para utilizar cuando haga falta. “Todo eso todavía no está en la mente de nadie”, evaluó el investigador.

Una de las alternativas que fueron evaluadas y se promueven desde la FCA es que, cada 100 ha, una se destine a colectar y almacenar agua.

“Pongo el ejemplo de las fosas que usan las ladrillerías. Cada pueblo tiene una que van siendo abandonadas porque no pueden sacar más tierra, y cuando llueve se llenan muy rápidamente con agua. Dependiendo de la profundidad de la napa freática y la textura del suelo, por más que el agua se evapora, se sigue acumulando con nuevas precipitaciones”, ilustró Marano.

En otros sitios, el territorio santafesino cuenta con pendientes de 1 a 2% donde se podrían construir micro-embalses para uso de varios productores, con relativamente bajos costos.

Se trata de opciones que intentan compatibilizar el beneficio personal del productor que necesita escurrir el agua rápidamente de los potreros, pero al mismo tiempo permitir retenerla en la cuenca y utilizarla cuando falte.

El territorio santafesino se alterna en un régimen de lluvias extraordinarias y grandes sequías. “Esto ya se sabe, por lo que hay que generar toda una conciencia de que el agua no la podemos disponer a voluntad. Hay que buscar alguna manera de usarla lo mejor posible”, reflexionó Marano.