Tribuna política
¿Es posible la convivencia en nuestra ciudad?
Alejandro Boscarol (*)
Un chico en horario escolar es insultado cuando corre tratando de limpiar el vidrio de un auto. Un adolescente con la mirada perdida entra a un negocio y apunta decidido contra su dueño exigiendo los pocos pesos que tenía. Una mujer muy joven con su hijo en los brazos y que reparte estampitas es echada de un bar. Un hombre mayor (no tan mayor) entra al hospital con principio de intoxicación por el intenso contacto con la quema de basura.
Estas contradictorias escenas que vemos a diario en nuestra ciudad parecen desconectadas; sin embargo, están unidas por los perversos y dramáticos caminos de un complejo problema: la pobreza. Bien se sabe que no es sólo un problema de ingresos. Ser pobre en Santa Fe es no poder educarse, que no llegue una ambulancia a tiempo, no tener una plaza donde los chicos puedan jugar, no tener expectativas de futuro.
No existen soluciones mágicas. Tampoco se puede esconder el problema debajo de la alfombra y mirar para otro lado. Muchas veces nos molestan más las manifestaciones visibles de la pobreza que la pobreza misma. Y sobre esta realidad se crean prejuicios que sólo aumentan la mirada estigmatizante sobre la pobreza y, fundamentalmente, sobre los pobres.
Entre estos prejuicios, el más común es la creencia de que los pobres son pobres porque quieren o porque les es cómodo vivir de la asistencia del Estado. Otro es el que considera que la educación es el único camino de salvación. Lamentablemente esto no es así, porque no hay una solución mágica: se trata de un problema complejo que presenta aristas diversas, heterogéneas y cambiantes. Sobre cada familia pobre de nuestra ciudad pesan condiciones materiales, estructurales y acumuladas en el tiempo, así como pautas culturales transmitidas generacionalmente.
Las políticas focalizadas que se implementaron en nuestro país durante los últimos 20 años no sólo han fracasado, sino que han dejado a la vista su cara más perversa: el clientelismo político y una cada vez más marcada fragmentación social. Ello se traduce en una ciudad escindida, en la que los lazos de solidaridad y comprensión mutua han desaparecido casi por completo.
Un problema de todos
Si queremos cambiar esta realidad, es imprescindible posicionar al Estado en un rol protagónico para que desde sus diferentes niveles y áreas impulse políticas sociales activas. Políticas que atiendan las urgentes necesidades sociales pero que a la vez creen oportunidades y garanticen los mínimos derechos sociales, políticos y económicos, un piso de igualdad desde el cual se puedan desarrollar sus propias estrategias de vida.
Sin embargo, ninguna política de Estado puede ser exitosa si la sociedad en su conjunto no comprende que el problema de la pobreza es un problema de todos. La integración real y efectiva de miles de personas a una vida digna debe realizarse sin discriminación, sin preconceptos y desde un compromiso de convivencia ciudadana.
Este es el mayor desafío. Las recurrentes protestas y mezquinas manifestaciones de diversos sectores y vecinos frente a medidas que intentan cambiar y mejorar la situación de otros vecinos, aquellos menos favorecidos y carentes de oportunidades, así lo muestran. La incomprensión, el egoísmo y la defensa a ultranza de intereses particulares no colaboran para lograr una convivencia pacífica en una ciudad donde 4 de cada 10 vecinos no pueden acceder a los mínimos niveles de bienestar que garanticen alimento, vestimenta, acceso a la tierra y a una vivienda digna. Ejemplo de ello fueron las penosas reacciones frente a algunas medidas que el Gobierno de la ciudad implementó durante los últimos dos años: la organización del comercio informal en La Baulera, la reubicación de Villa Corpiño y, ahora, el traslado de los vecinos anegados por las aguas en Playa Norte.
Políticas en serio
La ciudad de Santa Fe ha sufrido durante los últimos 20 años la falta de planificación, la improvisación, la prebenda y el clientelismo como la única manera de abordar la pobreza. En cambio, el actual Gobierno de la ciudad intenta trabajar desde perspectivas más integrales, que apunten a soluciones de más largo aliento: el Plan Urbano, la descentralización municipal, la regularización dominial de asentamientos informales, la previsibilidad frente al problema de las inundaciones, las medidas para la protección de los derechos integrales de niños y niñas, la capacitación para el trabajo para jóvenes y adolescentes, la cultura y el deporte en los barrios, la erradicación de microbasurales, entre muchas otras, tienen este fin.
Si bien es cierto que hay diversos niveles de responsabilidad en el Estado, entendemos que ninguna medida resolverá el problema, siquiera parcialmente, si no comprendemos que la pobreza y sus consecuencias sociales son un problema que nos involucra a todos. Quizá éste sea el primer problema a resolver.
Vecinos, organizaciones sociales y Estado, todos juntos, tenemos una oportunidad para colaborar solidariamente en la solución. Mediante el trabajo conjunto, la participación y la comprensión del problema en su integralidad. Porque cuando se disminuye la pobreza y la marginalidad, se mejora la convivencia, se tramita de otra manera la conflictividad social, disminuye el delito, y empiezan a desaparecer esas escenas cotidianas que nos golpean todo el tiempo señalándonos lo que aún nos falta resolver para ser una ciudad integrada e igualitaria.
(*) Secretario de Desarrollo Social del Gobierno de la Ciudad de Santa Fe.