La Plaza de la Casa

Celebración de la música, al ritmo del carnaval

Anoche, el negro Rada tocó en la plaza 25 de Mayo. De la mano del candombe y el chachachá, el último segundo y último encuentro del ciclo fue una fiesta de los sonidos y del buen humor.

Celebración de la música, al ritmo del carnaval

Con el Negro Rada y la predisposición de la enorme cantidad de espectadores a pasarlo bien, la fiesta fue total. A la medianoche, las nubes habían quedado suspendidas, mirando desde lejos, como quien no está invitado a la fiesta. Foto: Pablo Aguirre

 

 

Natalia Pandolfo

[email protected]

Amenazaba lluvia hasta que la noche empezó a ganarle la pulseada al día. Cuando fue llegando la hora de la cita, cientos de personas se acercaron hasta la plaza 25 de Mayo para darle forma al último encuentro del ciclo, que había comenzado el viernes con la actuación de Sonora D’Irse y Muchas Muchachas. A pesar del cielo adolescente de estrellas, esta vez el público dobló en número al del día anterior. Y colmó la plaza.

El lugar se convirtió en un gran patio por el que desfilaron payasos y donde telas amarillas daban el marco de fiesta. En una esquina, una mesa con mantel rojo y farolitos invitaba a los pequeños a dibujarse sueños de colores en la cara. En otra había tijeras, cartulinas, sorbetes y ganchos: el único requisito era saber cortar y animarse a hacer el propio molinete. Más allá, cuatro chicos estudiaban la forma de armar un antifaz.

La tercera edición de la Plaza de la Casa tuvo como principal referencia al carnaval, como cómplice al tiempo -que decidió contener sus ganas de seguir llorando- y como aliada a la entrada, que fue libre y gratuita.

Así, la plaza se llenó de familias que se sumaron a las distintas propuestas, mientras esperaban que llegara Rubén Rada, la estrella de la noche. Entre el público se encontraban el gobernador Hermes Binner y la ministra de Cultura, María de los Angeles González, cuya repartición organizó el ciclo.

TOCÁ CHE NEGRO RADA

Casi a las diez, una hora después de lo pautado, la música comenzó a sonar de la mano de los santafesinos de La Barriada, quienes con un repertorio breve fueron calentando las palmas para lo que vendría después.

“Ha sido un gran esfuerzo de la organización, porque se venía el agua y no se venía... Contrarreloj, estamos aquí”, dijo Carlos Speciali, quien lidera la formación. Después de “El chueco Maciel”, de Daniel Viglietti y la “Chacarera del Artesano”, con el candombe “Bien de Bien” el escenario se declaró oficialmente listo para recibir al maestro.

El sonido de las palmas empezó con la llegada del uruguayo y no se apagó durante la hora y veinte del recital. Chaquetón y pantalón negros, saludó brazos en alto y marcó ritmo de murga. La gente lo siguió, primero tímidamente: un rato después estarían todos girando en sus lugares con los brazos arriba.

“Irrepetible, único, inimitable”, lo habían presentado. Revolucionario de la música, este artista al que admiran Paul Mc Cartney, Peter Gabriel o Milton Nascimento toca como si estuviera en un ensayo y se ubica en el escenario como si ejerciera sólo de puente entre los músicos y el público. O como si fuera el director de una gran e improvisada masa coral. Los sonidos parecen fluir solos, en un ida y vuelta mágico.

“Estoy muy contento, hacía tiempo que no tocaba al aire libre”, saludó después de presentarse con “Ayer te vi”.

“Quién va a cantar”, “Terapia de murga” (una lección de música en sí misma), “Tengo un candombe para Gardel”, “Tocá che negro Rada”, entre otros temas, convirtieron la noche en una fiesta de la música, de la mano de un showman de 66 años que en ningún momento permitió que los aplausos se interrumpieran por más de cinco segundos.

El hit “Cha cha muchacha” amenazaba ser una buena despedida. Finalmente, los músicos volvieron para regalar “Muriendo de plena” y “Yo te vo’ a comer igual”. La penúltima estación del paseo por géneros y estilos fue “El rock de la calle”.

“Estoy cansao como un negro”, dijo el Negro mostrando los dientes. Saludó una, dos, diez veces; alzó las manos, presentó a sus músicos (su hijo Matías es uno de los guitarristas y su hija Lucila es la corista). Para el final, dejó flotando en el aire el tema “No me queda más tiempo”. Eran las doce en punto y la plaza estallaba. Las nubes habían quedado suspendidas, mirando desde lejos, como quien no está invitado a la fiesta.