Héctor Cucuzza y una reflexión rumbo al Bicentenario

“Si en algo ha sido eficaz la escuela es en construir la identidad argentina”

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El investigador sostiene que si los docentes no llegan a abordar en clase períodos como el Proceso Militar, es porque no se organizan con los tiempos.

Foto: Néstor Gallegos

Asegura que en el interior de las instituciones educativas se repiten rituales de comienzos del siglo XX -como izar la bandera-, que habían ayudado a amalgamar la identidad nacional. Pero que, a su juicio, ahora están cuestionados.

 

Por Mariela Goy

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Héctor Cucuzza, docente e investigador de Historia de la Lectura y la Escritura en la Universidad Nacional de Luján, suele abrir sus clases y conferencias con un disparador. Pide que levanten la mano quiénes tengan a sus cuatro abuelos nacidos en el país. Son contados los que lo hacen. “La explicación -argumenta el pedagogo- es que si en algo ha sido eficaz la escuela es en lograr la identidad argentina en nosotros que somos la tercera generación de italianos y españoles. Sin embargo, si nos preguntan sobre la nacionalidad, decimos argentinos. Esa construcción efectivamente fue obra de la escuela y de los libros de lectura”.

Cucuzza, que fue presidente de la Sociedad Argentina de Historia de la Educación, dijo que el “Yo, argentino” es una construcción sociohistórica porque no hay una argentinidad desde los orígenes sino que se construyó; y el sistema educativo y sus libros de lectura cumplieron un rol fundamental en ese proceso.

—Usted propuso un título sugerente a su conferencia: Los libros ¿inventan naciones? Cuál sería la respuesta.

—Esa pregunta es parafraseada de un trabajo de Roger Chartier, que se plantea si los libros hacen revoluciones, con relación a esta idea tan repetida de si las ideas de los filósofos, previas a la Revolución Francesa, influyeron en la misma. Lo que dice Chartier es que el entusiasmo por los libros filosóficos fue posible porque previamente se había operado una serie de procesos de desinvestidura -dice él- que los hacía comprensibles, aceptados y esperados. Es el público lector el que estaba dispuesto a escuchar las nuevas ideas.

En el caso de nuestro país, el libro solo tampoco inventa la nación, sino que es un artefacto importante dentro de un conjunto que se mueve en lo cotidiano de la escuela: el libro, las efemérides, los ritos escolares como izar la bandera. Hay un conjunto de acciones que contribuye a construir lo que algunos autores -Hobsbawm, entre ellos- llaman la “tradición inventada”. Es decir, los libros más todos estos otros dispositivos, inventan la nación argentina.

—La escuela ¿sigue jugando un papel importante en la construcción del Estado nacional tanto como lo fue décadas pasadas?

—Soy un poco escéptico respecto de eso porque -efectivamente- la escuela ha nacido en las condiciones del siglo XIX con la intención de formar al ciudadano argentino, de nacionalizar al inmigrante. Pero ahora estamos en las condiciones de la globalización donde la misma idea de Nación ha pasado a un segundo o tercer lugar, respecto de las multinacionales, los organismos internacionales, etc. Tengo la sensación de que la escuela sigue repitiendo los rituales escolares de comienzo del siglo XX. Comienza el día escolar y a las 7.45 los alumnos izan la bandera, símbolo de civilización y justicia. Se repiten rituales que a esta altura, a mi juicio, están muy cuestionados. Por ahí serían otros los medios que contribuirían a formar esa identidad nacional siempre y cuando, además, se discuta el problema de la integración Latinoamericana.

Llegamos al Bicentenario realizando celebraciones aisladas dentro de cada nación y no hay una visión americanista del proceso que fuera un verdadero “tsunami” en el Atlántico al momento de estas revoluciones. El Bicentenario me huele a que será algo así como soplar las velitas y punto. Quizá falta un nuevo proyecto de nación para decir que desde aquí empezamos una nueva etapa pero no porque se cumplieron 200 años, sino porque se logró imponer un proyecto consensuado por los argentinos en un marco más americanista.

—El revisionismo histórico ¿está permitido en la escuela?

—Hay que ver qué se entiende por revisionismo. Si se considera a los revisionistas de los grupos autoproclamados nacionalistas -década del 20 ó 30- las nuevas ideologías que surgen después de la celebración del Centenario, prácticamente no aparecieron en los libros escolares. Por ejemplo, es muy extraño ver en los libros de lectura del primario referencias a los caudillos provinciales: son silenciados, y si aparece alguno es Facundo pero en la visión de Sarmiento y su consigna “civilización y barbarie”. Ahora, si hablamos de la actualidad, casi todas son corrientes revisionistas en el sentido que hay un profundo proceso de revisión de la biografía tradicional-decimonónica, con autores como Halperín Donghi.

—Los libros de lectura ¿incluyen los hechos recientes de la historia argentina, como el proceso, que los jóvenes están ávidos por conocer?

—Hasta hace 30 ó 40 años no había historia reciente. Se llegaba a decir que se podía hacer historia sin compromiso subjetivo, individual, solamente cuando había terminado la historia de los abuelos. Eso se ha combatido y se ha visto que se puede aplicar la metodología histórica a hechos recientes.

Los manuales empiezan a registrar algunos de estos hechos, pero si no se llega a la historia reciente no es por concepciones historiográficas o porque los manuales no los contemplan, sino por el propio mecanismo interno de distribución de la tarea docente en el calendario escolar. Esto es, cerró el trimestre y la secretaria persigue al profesor por las notas. Entonces, depende en buena medida de alguna selección de contenidos correcta que haga el docente, de modo de sacrificar algunos temas en función de llegar a completar el programa. Y esto efectivamente es un valor o audacia porque los docentes tendemos a funcionar de una manera enciclopédica y a decir “no puedo dejar de enseñar tal o cual tema”. Y sí, hay cosas que se pueden dejar de enseñar y listo.


—¿Evalúa como positivo o negativo el cambio en la forma de lectura, producto de las nuevas tecnologías?

—Los cambios en las formas de lectura no los tienen solamente los jóvenes. Tengo que decir que no estoy de acuerdo con esa clasificación sobre los nativos digitales y los inmigrantes digitales. En principio, creo que el libro tradicional, impreso, como artefacto es casi perfecto, pero no lo veo como opuesto a otros soportes. Hay momentos en que lo que necesito en determinado espacio y lugar es el libro, y otros donde, si dispongo de conexión a Internet, la lectura en pantalla me permite búsquedas más rápidas que de pronto ir a una biblioteca para buscar en un diccionario.

No son soportes opuestos ni antinómicos. A pesar de que el sentido común del maestro es decir “los chicos no leen nada”, yo no creo que sea así. Se lee y escribe muchísimo más que en toda la historia de la humanidad gracias a estas nuevas tecnologías.

Otra discusión es si los mensajitos o el Facebook destruyen el lenguaje. Para mí es una discusión medio gratuita porque los avisos clasificados no destruyen el significado del castellano y andá a traducir un aviso clasificado. Lo cierto es que los chicos pasan horas escribiendo en el Facebook, en los correos electrónicos, con sus códigos y sus modos de escribir, pero de eso tampoco tiene la culpa la tecnología, sino que son formas de ahorro de tiempo y códigos propios que los adolescentes usan en su vida cotidiana, en su lenguaje oral.

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