Mario Bunge

Mirar antes de actuar, un viejo precepto para un país moderno

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Bunge propone fortalecer la sociedad civil porque, entiende, los partidos no deben ser los únicos agentes políticos.

Foto: Amancio Alem

El filósofo propone un ejercicio elemental, al que le añade el diálogo. Dice que la universidad de los textos y la política de la confrontación por el poder no pueden resolver los problemas de la pobreza ni el desafío del desarrollo.

 

De la redacción de El Litoral

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Mario Bunge recuerda que su padre socialista supo integrar una comisión convocada por Joaquín V. González -fue a su criterio un “conservador progresista”- para analizar cuestiones de Estado. Pero no lo dice como añoranza; propone el diálogo como acción indispensable de una buena gestión.

Tiene 91 años y pasó por Santa Fe para abrir el año lectivo en la UNL. Vino desde Canadá y, antes de llegar a esta capital, pasó por Rosario para hablar con empresarios sobre la idea que precede a la acción. Ése es su mundo, el de la reflexión crítica, un ejercicio que reclama a la propia universidad y a la política para “mirar la realidad” antes de actuar sobre la base de textos extemporáneos o hegemonismos cegados.

En una modernidad poco interesada en los viejos sabios, Bunge no da consejos; se proyecta en la palabra reflexiva que propone mucho más allá de los cortos pasos que lo llevan. Doctor en Filosofía, científico apasionado, usa una sintaxis simple para expresar visiones que le dan motivo al verbo.

—¿Qué lugar ocupan las ideas en la política argentina hoy?

—Noto una falta total de principios, de discusión sobre proyectos de país. Parecería que hay una lucha descarnada de poder y nada más; no veo intelectuales que se interesen sobre el proceso político.

—Sin embargo, el gobierno dice tener una fuerte impronta ideológica...

—Tal vez la tenga, pero yo no la noto. Además, los peronistas nunca han tenido una ideología muy clara y tampoco han sido muy consecuentes con las ideas. Y la oposición ataca por atacar, no en base a principios.

—¿Puede tener éxito una República en ausencia de un debate de ideas?

—No lo creo. Solamente a través del debate se puede llegar al consenso sobre cuestiones fundamentales, dejando de lado los detalles. Creo que los argentinos están de acuerdo en que son deseables la soberanía, el desarrollo industrial, la protección del ambiente y la disminución de la escandalosa desigualdad del ingreso, que ha aumentado en los últimos 50 años. Y, además, el desarrollo de la cultura y la educación en todos los niveles. Es loable que el país tenga un ministro de Ciencia y Tecnología, pero es escandaloso que se siga invirtiendo en investigación básica el 0,4 del PBI; Brasil invierte el 1 %.

—Tenemos partidos movimientistas o caudillistas, pero no calificables en el mundo de las ideas.

—No creo que los partidos deban ser los únicos agentes políticos; es un grave error. Hay que fortalecer a la sociedad civil, crear centros independientes de estudios de la realidad política. Hay pocos politólogos, pocos sociólogos, muy pocos economistas que estudian la realidad; la mayor parte estudia textos. Todos los ciudadanos deberían ser agentes políticos teniendo en cuenta que la mayor parte de la gente no está afiliada pero debe participar. Esto lo logró Barack Obama: movilizó a 10 millones de ciudadanos, aunque les prometió cambios y los está defraudando.

—Esa mirada científica sobre la realidad para aportar la idea, ¿es un reclamo a la universidad?

—La universidad no siempre estudia problemas políticos; estudia en politología textos de autores como Hobbes y Locke, que no tienen vigencia. Ambos escribieron sobre política y no dijeron ni una palabra sobre el acontecimiento político más importante de su tiempo: la construcción de los grandes imperios, empezando por el Británico. No digamos los problemas de la pobreza, de la enajenación y los demás problemas sociales... al fin y al cabo la política es el arte de resolver problemas.

—¿Se pueden resolver en un marco de confrontación o el diálogo es imprescindible?

—El diálogo es imprescindible. Porque rara vez un partido político tiene mayoría suficiente para imponerse; la mayor parte de los cambios políticos que hubo, por ejemplo, en los Estados Unidos, ha sido por resultado del entendimiento entre los dos partidos principales. Hay un famoso libro, “Divided We Govern” (“Gobernamos divididos”) sobre acuerdos tras bambalinas entre dirigentes de los dos partidos. En la Argentina la poca legislación obrera antes del peronismo se logró por acuerdos tácitos entre dos partidos.

“Es loable que el país tenga un ministro de Ciencia y Tecnología, pero es escandaloso que se siga invirtiendo en investigación básica el 0,4 del PBI; Brasil invierte el 1 %”.

Reservas y presidencialismo

—El otro día me enteré de que un senador socialista atacaba la posición de Marcó del Pont; yo hubiera dicho que tendría que haber aclarado que, en principio, está de acuerdo porque la Argentina tiene fama de mal deudor, pero que el procedimiento para acordar el pago no tenía que ser atribución del BCRA sino del Congreso.

—Eso es lo que dice la Constitución...

—Sí, pero también es cierto que el BCRA -como otros en el mundo- es un ente autónomo que no tiene por qué responder al Congreso. El FED norteamericano o el de Gran Bretaña no consultan al Congreso. Además, nuestro país tuvo la desgracia de adoptar el régimen presidencialista y el presidente tiene poderes casi omnímodos; desgraciadamente, compramos el modelo americano y no el de Westminster; si estuviéramos en régimen parlamentario, posiblemente se habría cambiado al primer ministro. Éste es un buen momento para que la oposición proponga una asamblea constitucional y cambiar al régimen parlamentario.

—¿Es posible esto en un país que asiste a la disputa del poder por el poder mismo?

—Justamente, es una buena ocasión para que la oposición exija una una discusión sobre principios.

Desiguales, de aquí a la China

—¿Qué piensa de la expansión de China en el mundo contemporáneo?

—Es sorprendente e inquietante. Se está convirtiendo en la primera potencia económica, mantiene un sistema político autoritario y aumenta las desigualdades sociales. Los que viven bien viven excesivamente bien. Me imagino que la agudización de las diferencias va a llevar a confrontaciones y, eventualmente, a una nueva revolución; los nuevos ricos hacen ostentación de sus riquezas.

—¿Y adónde vamos a llegar nosotros? Porque aquí las desigualdades también parecen crecer...

—Sí, están creciendo, pero no sabemos cuánto. Que yo sepa, el Estado Argentino lleva la cuenta en las estadísticas oficiales; no figura el índice de Gini, que es el más común para medir la desigualdad social. Ni siquiera llevamos la cuenta de lo que está pasando.

 

/// EL DATO

Estudio

Bunge es un hombre de silencios cortos y respuestas simples pero significativas después de cada pregunta. Acerca del futuro, si pudiera elegir un camino a partir de su experiencia y la capacidad crítica acumuladas, responde: “Empezaría por proponer un estudio serio, un balance de la realidad social argentina. No se puede proyectar nada sin conocer algo sobre el estado actual. Hay que empezar por saber qué está pasando e individualizar los problemas sociales más inmediatos, por encima de los conflictos políticos”.