Testigos del encuentro

La presentación en Rosario de la obra de liliana heer, ambientada en Serbia, se enmarcó con la proyeccción del video “Srecan put”, de Macarena Cordiviola: imágenes de un viaje a ese país.

Testigos del encuentro

Esta semana se presentó en Rosario el nuevo libro de la escritora santafesina Liliana Heer, la novela “El sol después” (Paradiso Ediciones), que días antes fuera puesta a consideración de los lectores en la Biblioteca Nacional. La autora compartió el momento con los prestigiosos Angélica Gorodischer, Roberto Retamoso y Reynaldo Sietecase. Aquí, la crítica literaria Nelly Pretel nos interna en el universo de esta obra.

TEXTOS. NELLY PRETEL. FOTOS. GENTILEZA DE LA AUTORA.

El género novela suele ser definido como una mediación factible entre totalidad y sentido. Al no tener pertenencia exclusiva, cada novela plantea sus propios códigos en la lectura de referentes y estilos. En lo formal, “El sol después” responde a esta lógica, aún cuando conviva con lo poético. El hilo de la historia crece, las secuencias están articuladas con firmeza, lo anterior y ulterior culminan en confluencia; sin embargo, sería equívoco asimilar a otras esta novela. No sólo hay un quiebre en la disposición de las frases sino deslizamientos a nivel formal y temporal que involucran acción y lenguaje.

La ruptura de lo irreversible entre Nicole y Jota, la soledad que parecía cristalizada e inmóvil, muta transformando la versión oscura del acontecer en una versión nueva. La novela de Liliana Heer vuelve sensible el encuentro amoroso, dota a los impulsos de un estatuto original, poniendo en juego una lucidez más vasta que la consciente y potenciando de ese modo cuerpo y espíritu. No hay voluntad ni falta de voluntad, los protagonistas alternan oposiciones: silencio/ enunciación, movilidad/ quietud, entrega/ huida. Ambos personajes revelan una memoria intermitente, impresiones cambiantes encadenadas por encubrimientos parciales. Lo sensible fluye hasta absorber lo cotidiano mientras el devenir de la interacción dispara alertas, produce shocks, destroza lo previsible.

“Estamos en la frontera serbia,

lo que ocurra tendrá demarcación, incertidumbre.

La actualidad zarandeada por chisporroteos,

igual a sí misma no, síncopas: palpar y reconocer,

advertir el preludio de visitantes en tierra extraña”.

La fijeza del lenguaje puede ser engañosa, opera bajo reglas que dan ilusión de continuidad, perturbar ese continuo es una apuesta mayor. Los personajes en esta novela son ajenos al estereotipo que condena a repetir o degradar.

Nicole reitera “inventar no es mentir”, parece decirnos: La verdad es un error necesario solamente para subsistir, estar vivo supone algo más.

En “El sol después” no existe lo verdadero ni lo falso, los hechos están sujetos a perspectivas, la historia narrada incita a emprender una lectura de los pliegues del alma. A lo largo de los capítulos, algunos gestos, mínimas actitudes, propician sentimientos, desatan emociones, afectos ignorados, montañas sin valle. Hay numerosos circuitos, espirales, vocación de elegir.

“El ingeniero de esta historia

dejó de ser ingeniero

Hereje es quien elige, balbuceó Jota.

Cuando la internaron en aquel hospital

creí que usted moriría

¿Hizo una promesa?

Y la renuevo de continuo

¿Entonces?

Asesiné mi rutina”.

Cierto saber de Jota se traduce en rechazar el acuerdo que convierte lo admitido en norma. Abandonó la música, abandonó la profesión de ingeniero. No necesita decir lo que hace o deja de hacer, está despojado de artificios como el loft que habitaba antes de ver “la mancha violeta en la arena”. Inclusive, los rasgos que exaltan la quimera de superioridad masculina son lúcidamente atravesados por él.

La pareja ha estado en Valjevo visitando la casa donde se encuentra la tumba de Desanka Macsimovic. Siguen viaje hacia Belgrado.

Ante una confidencia de Nicole sobre el clima mutante de su crianza, Jota afirma:

“El espolón vuelve a crecer en el desorden”.

Palabras que llevan a Nicole a preguntar:

“¿Cómo se hace para ser inteligente?

Inteligencia es una mala palabra

tenue placer calculado”.

“El sol después” presenta un modelo de familia con identidades múltiples. Por un lado, el Ingeniero omite todo tipo de lazo sanguíneo; los amigos de juventud representan su pasado, un pasado que repite en las primeras citas:

“Éramos muy jóvenes

ensayábamos en el sótano del colegio

dimos varias funciones

música del azar

uno de los tres iba a morir

lo sabía

por televisión mostraron

el cerco de tiza sobre el pavimento

ninguna indulgencia

Hubiera deseado

nada

odié el sonido

un efecto instantáneo

olvidar las notas las claves los movimientos

ser una estatua

estudiar ingeniería construir puentes”.

Por otro lado, Nicole dice haber pertenecido a una pequeña comunidad de extraños rousseauneanos, crédulos y agnósticos a la vez.

“Soy hija de varios padres, una buena escuela,

sin fórmulas a imitar, ninguno se detenía en la crianza.

Lo que hagas no alcanzará”.

El encuentro de los amantes está cifrado. Nicole es una mancha para el ingeniero. Ella relata en la página 36 el momento en que Jota se presentó:

“Había empezado a leer una novela se refiere a Proleterka de Fleur Jaeggy-.

Han pasado muchos años

y esta mañana

siento un deseo repentino

quisiera tener las cenizas de mi padre”.

El tiempo del decir reducido al instante. Filoso, sin cáscara, sin cubrir ni descubrir, haciendo resonar la distancia en un titubeo de sonido y sentido. La muerte, zona escrita por Liliana Heer en todos sus libros, tiene aquí el aliento de un florecer. Jota se regocija por sentirla respirar, las palabras de ella, “Sí, se puede escribir la muerte”, marcan la intensidad de esa singular relación nutrida de varios presentes.

“Lo gris de la guerra se puede palpar, dirá más tarde

Theodora Hapn mostrando una estancia

vecina al salón principal absolutamente ennegrecida;

las paredes quemadas por radiación, cascotes

para golpear a nadie, polvo, vidrios rotos, muebles.

Mundo igual y contrario, de un momento a otro

somos y no somos los mismos”.

Se podría pensar en la evocación de Nicole del tableaux vivant -réplica de un cuadro de De Chirico creado por los invitados de Theodora Hapn: The Archeologist. Notoriamente, en el hapenning, los bombardeos sobre la Ciudad Blanca están presentes, los rostros vendados de las actrices sentadas sobre un sofá de dos cuerpos sostienen ruinas no atenienses- exteriores a la fábrica del tiempo.

El cuarto capítulo de la novela contiene una obra de teatro que Nicole dibujará sobre un mantel después y romperá como rompe siempre todo lo que dibuja. Delinea la escena del mundo: los actores, los templos, Cristo, las Magdalenas, el muecín, los espejos, la Meca, los lobos, su madre argentina guerrillera perseguida exiliada o la madre que pensó suya: “Trazos invisibles, absurdos al ojo que ignora la secuencia” insinúa el narrador.

Romper, diluir, descoronar los tópicos religiosos “sagrados” es otra de las características recurrentes en las novelas de Heer. El cura de Pretexto Mozart pronunciaba un sermón equivalente al de Cristo en Teatro Vuk.

“El hombre sabe que está solo en la inmensidad

indiferente del Universo de donde ha emergido

por albur. Igual que su destino, su deber

no está escrito en ninguna parte.

No hay redención, no hay felix culpa

en los nuevos ángeles rebeldes...”.

En su último libro, la ironía que envuelve el episodio de Cristo en la cruz va más allá: “Cuando sube vuelve a vivir, cuando baja vuelve a morir”. La voz del actor invierte intempestivamente el mito de la causa y el efecto, desnaturaliza, desmiente el estado de sujeción esgrimido por las argucias de la fe.

“Mal aventurado

quien sacrifique su alma

en busca de bálsamos

sin degeneración

paulatinamente

entristece el espíritu

voluntad de salud es cobardía...

El edén es un cinematógrafo

la vida está aquí.

Olvidad la salvación”.

Las imágenes proliferan, la puesta en movimiento es continua, los mitos religiosos son arrancados de raíz tal como fue arrancado de cuajo el inconsciente, un núcleo vedado a la ciencia. “El sol después” propone temporalidades en fuga, tensa anclajes perforando las matrices del arte y del tiempo. Pasado, presente y futuro conviven fuera de lápidas cronométricas, los “rufianes del cerebro” seguirán disparando, pero el lector mientras lea, olvide y se permita recordar lo leído, experimentará la impresión de escapar de su blanco.

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Perfil

Liliana Heer nació en Esperanza, provincia de Santa Fe. Es escritora y psicoanalista, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Varios de sus textos fueron traducidos al inglés, italiano, francés, y serbio. Su estilo de narrar no se limita a la circunstancia de contar historias, recorre un trabajo cuyo foco es la propia materia literaria, la decisión que implica el lenguaje tomado como experiencia.

Publicaciones

Publicó “Dejarse llevar”, relatos (Corregidor, 1980); “Bloyd”, novela (premio Boris Vian 1984, Legasa); “La tercera mitad”, novela (Legasa, 1988); “Giacomo- El texto secreto de Joyce”, ficción crítica (en coautoría con J.C. Martini Real, Bajo la luna nueva, 1992); “Frescos de amor”, novela (Seix Barral, 1995); “Verano Rojo”, poesía en prosa (Taller del Copista La Letra Muerta, 1997); “Ángeles de vidrio”, novela (Norma, 1998); “Repetir la cacería”, nouvelle (Grupo Editor Latinoamericano, 2003); “Pretexto Mozart”, novela (Alción Editora, 2004); “Ex-crituras profanas”, antología personal (Editorial Fundación Ross, 2007) y “Neón”, novela (Paradiso Ediciones, 2007).

En la web

Más información en www.lilianaheer.com.ar.

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más datos

Para que lo perdido regrese

“Nicole y Jota viajan a Serbia, viven en una barcaza, son testigos de los efectos de la guerra en el pueblo, en la gente. Serbia se transforma en el fondo móvil donde se despliega la sucesión amorosa, o acaso desde ella los amantes ejercen el “sondeo de un abismo”: visitan la casa de la poeta Desanka Maksimovic’, conocen a los actores de Teatro Vuk, hacen el amor en el automóvil camino a Belgrado, ven una pieza teatral en la que se alteran los lugares comunes de la religión.

Nicole es el paradigma de la narradora de los textos de Heer: “deriva, fabrica versiones, inventa, observa, desconfía, canta, se deja desear, amar, regalar”.

O bien: “algunas veces ella contaba y otro desmentía”. Ese íncipit de lo amoroso como si fuesen las primeras palabras de un manuscrito escrito a dos manos es también el causante de la ficción. Heer halla en la temporalidad del amor otro vehículo para realizar su poética, que una y otra vez mina la causalidad narrativa del relato clásico. Si en “Ángeles de vidrio” se leía “el futuro de una historia está siempre presente, de ahí la inutilidad de narrarla”, en “El sol después” se lee: “¿Usted propone una excursión al porvenir? / Es demasiado temprano para tomar el tren hacia otro país / ¿Qué voy a contarle hoy? / ¿Nuevamente lo mismo? / Mienta”.

Como en el teatro, los cuerpos representan otra cosa y en un instante absoluto son la encarnación de su propia imagen desnuda, mitológica y carnal. “Un hombre y una mujer se lee. La extrañeza. Algo perdido siempre”. Para que lo perdido regrese, para que los cuerpos dejen de ser espejismos, para que la desnudez cubra lo desnudo, máscara cara real, el amor trama sus signos una y otra vez, en la ilusión o el hábito de una carne atemporal. A veces relato que no cesa; a veces sol, sol diferido y deseado, sol: después.”

Jorge Monteleone (prólogo de “Sol sol después”)