“El mural”
Pasiones sumergidas en el tiempo
La redacción del mítico diario Crítica aparece reconstruida en la última película de Héctor Olivera, sobre las circunstancias que rodearon a la pintura del único mural de Siqueiros en la Argentina. En la imagen, la actriz Ana Celentano como Salvadora Medina Onrubia, la esposa de Natalio Botana.
Foto: Agencia DPA
Rosa Gronda
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En el año 1933 el muralista mexicano David Siqueiros, representante de una vanguardia artística muy comprometida con las causas sociales, viaja a la Argentina para dictar tres conferencias sobre la pintura en tiempos de la revolución mexicana. Siqueiros había llegado invitado por la escritora argentina Victoria Ocampo y la Sociedad de Amigos del Arte de Buenos Aires. Se proponía realizar un gran mural en una zona popular como los silos de la Boca, pero la vanguardia intelectual vernácula no soportó el extremismo agitador del pintor, militante enfervecido del PC y solamente pudo concretar la primera de las conferencias programadas.
En esa situación comprometida, tildado de enemigo público por los sectores más conservadores, Siqueiros conoció al polémico Natalio Botana, el excéntrico millonario dueño de Crítica, el diario más influyente de la época y terminó aceptando su inesperada propuesta de pintar un mural en el sótano de una residencia de su propiedad, una lujosa casona de 1.300 metros cuadrados.
El poder de la prensa
El exquisito documental “Los próximos pasados” (2006), de la realizadora Lorena Muñoz, investigaba el destino que había corrido este mural de Siqueiros, posteriormente fraccionado y encerrado en un contenedor durante años de litigios judiciales. Aquel trabajo sacaba a la luz la ominosa situación en que había devenido aquella gloriosa pintura luego trozada y empaquetada en contenedores.
Este film de Olivera completa magníficamente desde la ficción todo lo que no podía ser dicho desde el registro documental. El relato parte de las complejas relaciones entre los personajes protagónicos de la historia (el famoso pintor mexicano Alvaro Siqueiros, su mujer Blanca Luz Brum, Natalio Botana –director del periódico más poderoso de su época– y su entorno familiar-laboral) y desde allí se proyecta hacia la reconstrucción crítica de una época muy polémica y contradictoria, donde coexistían marchas fascistas y manifestaciones obreras con banderas anarquistas.
En este friso de la década infame aparecen algunas conscientes licencias cronológicas, que no alteran el análisis de esa época: dos años de diferencia entre 1933, cuando el mural se ejecuta y un par de hechos decisivos: el escandaloso atentado contra Lisandro de la Torre en el Senado de la Nación y la muerte de Gardel. Es muy interesante cómo la película muestra la manipulación periodística en torno de ambos hechos ocurridos en 1935, apenas con un mes de diferencia, exaltando la segunda noticia para atenuar las repercusiones de la otra.
En el debe y el haber
Son admirables la recreación de la redacción del diario Crítica y la ambientación de la quinta Los Granados, actualmente demolida. El otro logro es el de las actuaciones, con protagónicos excelentes: Luis Machín como Botana está memorable; el actor mexicano Bruno Bichir logra transmitir el porte y el discurso fervorosamente idealista del pintor militante; Ana Celentano se luce con el personaje tan dramático de Salvadora Medina Onrubia, la esposa del magnate. Carla Peterson aporta una sensualidad avasallante, lo que no es poco para el personaje de Blanca Luz Brum, que oscila entre la banalidad, el arte, la independencia femenina y la militancia política.
El film se debilita con algunas construcciones actorales secundarias, bien documentadas pero al borde de la caricatura, como sucede con el personaje de Pablo Neruda. Los diálogos –aunque suenan como en los noticieros y el cine de esa época– resultan un poco declamatorios, con frases impostadas.
Las muy bien rodadas escenas de sexo se justifican plenamente en el argumento que devela un territorio de pasiones que subyacen debajo de las ideologías. Como la frase que Botana había elegido para epígrafe de su diario, Olivera también ve al cine como un tábano sobre el noble caballo social, al que sacude para mantenerlo despierto.