Hilda Milone y su experiencia tardía en los estudios superiores

Con 82 años estudia una carrera

“para mantener el cerebro vivo”

Sus canas no son un pretexto para dejar de intentar. Este año empezó la Tecnicatura en Obras Viales, una carrera terciaria. Dice que retomó los libros porque quiere mantener en funcionamiento las neuronas. Opina sobre los docentes y alumnos de hoy.

Con 82 años estudia una carrera “para mantener el cerebro vivo”

Hilda aceptó ser fotografiada por el reportero gráfico que admira.

Foto: Amancio Alem

 

 

Mariela Goy

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Una mesita estrecha debajo de la ventana es su rincón de estudio. Allí la encontró El Litoral, concentrada en un libro de álgebra de Repetto-Linskens-Fesquet, cuyas hojas amarronadas y ajadas delatan el transcurrir de las décadas. “Estoy tratando de resolver una ecuación difícil”, dice Hilda Milone, una mujer de 82 años que para nada cumple el prototipo de anciana que espera pasiva el epílogo de su vida. Ella es más bien dinámica y tiene unas ganas contagiosas de embarcarse en nuevos proyectos.

El más ambicioso que emprendió este 2010 es comenzar una carrera terciaria, impulsada por el deseo de “mantener el cerebro vivo”. “No tengo miedo a la muerte o a caerme redonda ahora mismo, pero sí tengo pánico al Alzheimer; por eso, quise poner a funcionar las neuronas”, sostiene Hilda, al explicar qué la movilizó a iniciar estudios superiores a una edad tan avanzada.

No fue fácil la tarea de llegar hasta ella para que contara su experiencia educativa. “¿Por qué no entrevistás a las amas de casa verdaderas, de las que ya no quedan muchas? Ellas preparan comida casera, cosen y cuidan a su familia. Ellas criaron a los grandes hombres de hoy, que no son políticos, y se merecen una nota más que yo”, aduce la mujer, sin pretender humildad. Porque llega una altura de la vida en que no hace falta guardar las apariencias o recurrir a eufemismos. Es el derecho que se ganan los de la tercera edad de decir abiertamente lo que piensan. Y ella hace uso de esa prerrogativa mejor que nadie.

“Quería estudiar Análisis Matemático o el Profesorado de Matemática -empieza a soltar de a poco- porque en Santa Fe nadie enseña Análisis a secas. Fui a un conocido instituto de la ciudad y no me aceptaron por mi edad”. También pasó por su cabeza inscribirse en Ingeniería Civil, pero descartó de plano esa idea. “Es una carrera de 60 materias, así que se supone que tendría que vivir hasta los 100 años para terminarla, o bien, dedicarme todo el día a los libros. Y una persona sola tiene que ocuparse de las compras, la comida, las cuentas... No iba a poder”, elucubra en voz alta.

Por casualidad cayó en sus manos un folleto de la Dirección Nacional de Vialidad que abrió la Tecnicatura Superior en Obras Viales. Una ingeniera amiga, Sonia Pastorelli, le explicó que esa escuela fue creada porque hacen falta técnicos para la construcción de caminos. Se entusiasmó y no dudó demasiado.

“Y, sí, me cuesta”

El interés por los números y las ecuaciones viene de su familia, compuesta por hermanos, sobrinos, hija y yerno, todos profesionales vinculados a la ingeniería o la astronomía. Su padre fue jefe de planos del Ferrocarril Francés, un empleo prestigioso en aquel tiempo, así que siempre estuvo rodeada de matemática.

De todas formas, reconoce que no va a poder terminar la tecnicatura en 3 años. “Y, sí, el estudio me cuesta. Hay materias como análisis matemático y álgebra que para mí son complicadas porque me recibí de bachiller hace muchísimos años en la escuela Victoriano Montes y no nos exigían demasiado en matemática”, recuerda Hilda.

Otras asignaturas que la tienen a maltraer son topografía, y estabilidad y resistencia de los materiales. “Creo que no las voy a aprobar porque quiero aprender y entender; no quiero copiar trabajos y listo, sino hacerlos yo misma”, sostiene. En cambio, aunque nunca antes había tocado una computadora, a la materia Informática la viene sorteando con bastante dignidad con la ayuda del profesor que se detiene a explicar todas sus dudas.

Para llegar hasta la sede de Vialidad, Hilda camina ocho cuadras y se toma el colectivo para regresar. Si bien está cursando solamente 7 materias de las 11 que hay en primer año, la carga horaria es intensa. “El lunes llegué destruida a casa porque tuve clases de 15 a 22. Igual, no sólo estoy estudiando por lo que pueda aprender, porque mi mente no es la de Einstein (se ríe), sino porque en la medida en que yo haga funcionar mis neuronas, ellas van a andar bien”, repite la mujer, como una especie de mantra.

Docentes y compañeros

“Con los libros me llevo bien -contesta-; lo que me molesta a veces es que hay cosas que no están bien explicadas y no justamente en los libros, porque así como hay profesores muy buenos, hay otros que no lo son”.

Quizá porque ella misma fue un poco docente (dio clases particulares de piano, inglés, castellano, a veces de historia y geografía) opina que “los profesores del instituto en general se rompen el alma por enseñar, no hacen huelga, y se quedan después de hora explicando lo que no entendimos. Eso es algo excepcional, porque hoy día el maestro está viendo cuánto le pagan y cuánto tiene de licencia”, considera.

Como toda persona que vivió otra época, Hilda opina que la de hoy es una sociedad muy grosera. “Estuve mirando una película francesa llamada Entre Muros que justamente muestra que en todo el mundo los alumnos son así de maleducados, y eso no me gusta”. De todas formas, rescata que sus jóvenes compañeros de clase la respetan y le demuestran cariño. “No participo tanto en clase porque les doy prioridad de preguntar a ellos, que sí van a tener que vivir de su título”, dice.

Para cerrar la nota, quiso agregar un pensamiento que le quedó en el tintero. “Si triunfo o no en la carrera, no es una preocupación. Yo estudio para mejorar mi espíritu, nada más”, suelta, mientras nos acompaña a la salida y vuelve al libro de álgebra, ansiosa por resolver ese complicado problema que dejó inconcluso.


Retrato

Hilda Milone enviudó cuando tenía 70 años y sus tres hijastros y su hija hace rato que formaron sus propias familias. Sin embargo, ella no vive la soledad con pesadumbre. Por el contrario, espera no necesitar una persona de compañía porque no le gusta dar indicaciones ni compartir el baño. Tampoco quiere regalar su apreciada colección del diario La Prensa o las partituras polvorientas traídas de Europa que duermen su música, apiladas sobre un estante. Ni quiere malvender el piano que ocupa más espacio del que debiera.

Los adornos y muebles de su casa están como detenidos en el tiempo. La mente de Hilda, en cambio, se mueve a la velocidad de la luz. “Hace poco pensé en irme a vivir a San Cristóbal e instalar un criadero de caballos para dejárselo a una de mis nietas. Pero eso es algo que ya no va a ocurrir”, dice la mujer, mientras muestra cómo está consiguiendo dar el color justo al retrato de su madre, que ella misma está pintando con acuarelas.

Hilda dixit

Fan. “El mérito que tiene esta entrevista es que lo conocí a Amancio Alem, un fotógrafo que admiro mucho. En El Litoral hay muy buenos periodistas, fotógrafos y dibujantes”.

Antes. “En mi época, la gente no salía a pedir limosnas ni se quedaba en su casa esperando que le den 180 pesos por hijo. Algunos vendían carbón o el agua de Jane, que era la lavandina -les llamábamos janeros-. Hoy, hay muchos vagos y ladrones”.

Fémina. “Para mí la mujer está dejando de ser mujer. Hoy en día va al supermercado y compra hasta la lechuga cortadita en pedazos. No sabe lo que es hervir una papa. He tenido amigas que no amamantaron a sus hijos para que no se les arruine el pecho; deberían llevarlas presas o a que les hagan ligamento de trompas”.

Delito. “Vivimos en un mundo completamente hostil. Aquel país lindo que yo conocí, donde a los 6 años iba a la escuela Paso caminando solita e iba a la plaza Constituyentes a jugar con mis amigas, hoy no existe. Mis nietas viven bajo llave, las llevan y van a buscar a todos lados. No es forma de vivir”.

Pensionada. “Tengo la pensión de mi marido que me alcanza para no morirme de hambre. Pero como soy re amarrete, para comprar un kilo de arroz recorro dos o tres supermercados hasta saber dónde cuesta 10 centavos menos. De paso, camino”.