Por lo más delgado

La muerte de tres camioneros intoxicados con veneno desnuda una práctica de informalidad, largamente arraigada en el transporte.

Federico Aguer

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Víctor Hugo Gaite tenía 59 años. Iván Podevils, de 28, era oriundo de Clucellas. Raúl Tentella, de 57 años, llegó hasta Puerto Alvear con su tonada cordobesa. Todos murieron intoxicados dentro de la cabina de su camión.

Los tres, son la punta de un iceberg que esconde prácticas evasivas de las normas, las que provocaron sus muertes y el deterioro de la salud de miles de transportistas a lo largo de los años.

“Todavía hoy se me hincha la boca cuando siento el perfume de algún desodorante”, confiesa Hugo Bauza, camionero por más de cuarenta años, y hoy titular de AAUCAR, la filial santafesina de la Federación de transportistas de carga. Para el transportista, la lista de muertes e intoxicaciones es inmensamente más larga, aunque esto es difícil de comprobar.

Según la normativa, ante la aparición de ácaros o gorgojos en la carga, la misma debe ser tratada bajo ciertas normas de seguridad, ya que el producto tiene una residualidad de más de 72 horas.

El problema es que se está fumigando la mercadería minutos antes de cargar, y el camionero, apremiado por el tiempo, prefiere embarcarse cuanto antes, dándole prioridad a la carga antes que a su salud.

Al llegar al puerto, si en el calado de la carga se detectan insectos, se fumiga el camión y el chofer debe dormir en la cabina. “El olor a veneno se respira en los playones de descarga”, agrega Bauza, quien aclara que esta semana, en un congreso de transportistas realizado en Tucumán, se resolvió poner un freno a la situación, obligando a que los transportistas respeten los plazos fijados.

El phostoxin es un fumigante sólido, generador de gas fosfina, presentado en pastillas, pastillones y comprimidos, compuesto por un 60% de fosfuro de aluminio, más una mezcla de carbamato de amonio y parafina, que permite la liberación del gas. Una vez expuesto a la influencia de la temperatura y humedad ambiental, se libera inicialmente un gas protector de olor irritante y luego fosfina. La fosfina actúa sobre los insectos por asfixia, afectando procesos metabólicos y enzimáticos del sistema respiratorio. “Los bichos llegan muertos, y el chofer casi muerto”, completa Hugo de manera tajante.

Argentina, país feroz, donde nadie tiene la culpa. A la hora de rebuscar el recurso, se hace la vista gorda a las normativas que intentan -en vano- hacer cumplir la ley. Y el hilo siempre se corta por lo más delgado, y la pagan con sus vidas los más débiles de la cadena.