Por JC Ramírez y Enrique Butti

Entre el tigre y el cordero

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“El cordero”, ilustrado por el propio William Blake

 

 

La vida del poeta y grabador William Blake (Londres, 1757-1827), como corresponde a su aura de visionario, está llena de milagros: a los cuatro años habría visto asomarse a Dios Padre por la ventana de su dormitorio; escandalizaba a su familia con la descripción de los coros de ángeles que veía en el jardín o contando episodios como el de haber asistido al funeral de un hada que yacía sobre un pétalo de rosa. Como su maestro (de quien después renegaría), el místico sueco Emanuel Swedenborg, Blake conversaba con ángeles y espíritus. Creía firmemente en las visiones que trabajaba en sus pinturas y poemas. “El Sr. Blake no me brinda mucha compañía; pasa casi todo su tiempo en el Paraíso”, confesaba su mujer. Borges, refiriéndose a Blake, recordaba que “murió cantando”; en efecto, quienes asistieron a la agonía del poeta testimonian que se despidió entonando cánticos que aseguró les eran dictados por potencias divinas. Su biógrafo Alexander Gilchrist cuenta que una mujer hospedada en la casa de Blake, aquel 12 de agosto de 1827, declaró haber asistido a la muerte no de un hombre sino de un ángel.

Los grandes visionarios, profetas y místicos suelen sostener la confluencia de los opuestos que se juzgan inconciliables (cuerpo y espíritu, mal y bien, inocencia y conocimiento), y sus voces mismas, clamando en el desierto, también modulan una rara mezcla de estilo primitivo -de exaltado y airado profeta- y anticipatorio -de osadas figuras retóricas, diríamos, vanguardistas-. William Blake insistió sobre el carácter divino que conforma nuestra humanidad y, a la vez, en lo contrario: “El vuelo de los leones, el aullido de los lobos, la ira del tempestuoso mar y la espada destructora son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo humano”.

Los opuestos que Blake trató de conciliar se resumen en el título de una de sus principales obras: “Cantos de Inocencia y Experiencia, que muestran los dos estados contrarios del alma humana”, de 1794. Allí figuran los poemas “El cordero” (en “Cantos de Inocencia”) y “El tigre” (en “Cantos de Experiencia”).

En el primer tomo de “La compañía visionaria”, que Harold Bloom dedica a Blake, advierte contra la aparente insipidez de “El cordero” y la aparente fragosidad de “El tigre”. ¿El mismo Dios hizo al tigre y al cordero, o preferimos la imagen gnóstica de dos dioses enfrentados y a los dos animales como símbolos de sus sendas creaciones? “En el mundo de la experiencia en donde mora el tigre, el cordero sería objeto de piedad. Leído adecuadamente, “El tigre’ revelará un estado del ser que está más allá de Inocencia y Experiencia, un estado en el que el cordero puede acostarse junto al tigre”. Como Leopardi, que en sus diarios secretos llegaría a la conclusión de que sólo quien carga con nuevas y renovadas ilusiones puede ahondar en el reino de la desdicha, que es la verdad; o como Pessoa, que retrataría al diablo “cansado de todos los abismos”, como una suerte de “Dios de la imaginación, perdido porque no llegó a crear”, y que sabe que sólo los sueños son nuestra natural existencia y propiedad, Blake, anticipándose también a Baudelaire y a Nietzsche, subvirtió todo orden en busca de un acuerdo con el valor supremo que diviniza al hombre, la imaginación. Escribió en uno de sus proverbios: “Lo que hoy es evidente, alguna vez fue sólo imaginado”.

Construyó un sistema metafísico complejo sobre el que resulta difícil dar fe, pero que con una deslumbrante teogonía de genios, dioses y semidioses, celebra o glorifica los instintos y pulsiones que construyen al hombre.

“La verdad nunca puede ser dicha de modo que sea comprendida sin ser creída”, asevera Blake en uno de los “Proverbios del Infierno”. En verdad, los grandes poetas no crean metafísicas, sino mitos. Lo dirá Pessoa en su “Livro do Desasosegó”, pero podrían haberlo suscrito casi todos los autores que citamos en esta nota: “El tedio es una falta de mitología. A quien no tiene creencias, hasta la duda le es imposible; ni siquiera el escepticismo tiene fuerzas para desconfiar. Sí, el tedio es eso; la pérdida, por parte del alma, de su capacidad de engañarse, la falta, en el pensamiento, de la escalera inexistente por donde él sube, sólido, a la verdad ”. Como el diablo de Pessoa, el poeta afirma: “Soy la verdad hablando por error”.

Aunque Blake esté inmerso en el mundo del romanticismo inglés, fue un solitario y un rebelde de su tiempo, y su estilo es imposible de comparar. Sus grabados y pinturas están más cerca del manierismo, de lo gótico y de las formas que explorará el expresionismo que de los estilos apreciados en su época. Chesterton, que también supo alzar su vozarrón en las tinieblas, aunque siempre arrebatado en última instancia por la virtud máxima de la compasión, alcanzó a comprender a Blake hasta el fondo: “Por entre las tinieblas y el caos de su obcecado simbolismo y sus perversas teorías, por entre la tormenta del delirio y la noche cerrada de su locura, reitera, con precisión apasionada, que sólo puede ser adorable aquello que es digno de ser amado, que la divinidad está en una persona o en una brisa, que tanto más conozcamos las cosas altas, más habremos de hallarlas palpables y encarnadas, y que la forma entera de los cielos es toda semejanza de la apariencia de un hombre”.

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Acuarela de William Blake.

El cordero

Por William Blake

Corderito, ¿quién te hizo?

¿Sabes quién te hizo, corderito?

¿Quién te dio la vida y te alimentó

en el prado junto al arroyo?

¿Quién te dio ese hermoso manto

de lana tersa y reluciente?

¿Quién te dio esa voz tan tierna

que llena de júbilo los valles?

Corderito, ¿quién te hizo?

¿Sabes quién te hizo, corderito?

Yo te lo diré.

Yo te lo diré, corderito.

Le han llamado con tu nombre

pues a sí mismo se nombró Cordero,

Él, que es humilde y manso.

Se hizo niño.

Yo soy un niño; tú, un cordero.

Nos llamamos con el mismo nombre.

¡Corderito, que Dios te bendiga!

¡Que Dios te bendiga, corderito!

(Versiones de JC. R. y E. B.)

El tigre

¡Tigre! ¡Tigre! ardor brillante

de los bosques de la noche,

¿qué mano o qué ojo inmortal

osó idear tu tremenda simetría?

¿En qué cielos o abismos distantes

se encendió el fuego de tus ojos?

¿qué alas lo avivaron?

¿qué mano pudo asir tal fuego?

¿Qué fuerza y qué arte

torcieron las fibras de tu pecho?

Y para que latiera tu corazón,

¿qué mano terrible? ¿y qué pies terribles?

¿Con qué martillo? ¿con qué tenazas?

¿en qué horno se forjó tu mente?

¿En qué yunque? ¿qué puño terrible

pudo templar tu terror letal?

Cuando las estrellas lanzaron sus flechas

y como lágrimas regaron el cielo

¿sonrió Él al ver su obra?

¿El mismo que te creó a ti, creó al cordero?

¡Tigre! ¡Tigre! ardor brillante

de los bosques de la noche,

¿qué mano o qué ojo inmortal

osó idear tu tremenda simetría?

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“El tigre”, ilustrado por su autor.

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Ilustración de William Blake para su “Songs of Experience”.