GUSTAVO NARDI, COORDINADOR DE SOS MÚSICA:
“Cuando la música aparece,
desaparecen las diferencias”
Violines, violoncellos, contrabajos, arpas y violas son herramientas en las manos de muchos chicos a quienes la realidad se les presenta cada día como un desafío. El lunes, dieron un concierto a sus familiares junto a los alumnos de la Escuela de Música Nº 9901.
“A veces se dice que la música clásica es sólo para determinados ámbitos. En realidad, sólo se trata de difundirla. Los chicos se engancharon con la propuesta y hoy vemos que, si se les da la oportunidad, todo es posible”.
Foto: GENTILEZA CULTURA MUNICIPAL
NATALIA PANDOLFO
“Necesito afinar violines, silencio”, dice el profe. Las espaldas se enderezan, los pies que llegan al suelo se apoyan, los perfiles se alinean.
Es lunes por la tarde y es la primera vez que se ven las caras: el proyecto SOS Música se desarrolla en cuatro escuelas de la ciudad -Gálvez, de Cabaña Leiva; Falucho, de Barranquitas; Malvinas Argentinas, de Las Flores II y Juan Manuel de Rosas, de El Pozo (ésta última se incorporó recientemente, por eso sus alumnos no participaron de la actividad). La Escuela de Música, que funciona en Gobernador Candioti 1900, es sede de las orquestas Sinfónicas de Niños y Juvenil de la provincia. Son más de cien los pibes que intentan lograr armonía, en el auditorio del barrio Candioti.
Los nervios se perciben en el revoloteo de notas sueltas. Un petiso se sube el violín al hombro: las manos transpiran. El celular de Gustavo Nardi no quiere ser menos: no deja de sonar. “Hubo un problema con un colectivo, tengo a un grupo esperando todavía”, dice el coordinador de SOS Música, un programa que depende de la Municipalidad. Finalmente, la desinteligencia se resuelve y los pibes llegan. Dejan los estuches en una sala y hacen el ingreso triunfal con sus instrumentos a cuestas. Ahora sí, Manuel Marina levanta la batuta, y entonces el sol aparece.
ENSAYO Y ERROR
Enzo Arber tiene 12 años y el flequillo robándole terreno a los ojos. Va a la escuela Falucho. Vino su mamá a verlo; su papá está enfermo. “Hay mucho público, estoy un poco nervioso”, admite. Asegura que los amigos le tiran buena onda con esto de la música, a pesar de que ha rechazado alguna invitación porque coincidía con el horario de ensayo. De jean e impecable camisa blanca, pide disculpas y se evade de la entrevista: el ensayo general espera.
“Eso es genial”, dice Marina. El coordinador de las agrupaciones iniciales de la Escuela de Música no es la excepción al mito del director nervioso. Hay ruido en la sala. Sigue habiendo ruido. Sigue habiendo ruido. Hasta que logra el silencio absoluto, con un centenar de pibes atentos sólo al movimiento de sus manos.
Quedan tres minutos para el ingreso de los padres, que a esa altura colman el hall del auditorio. Los nervios se respiran. Último ensayo, cuerda por cuerda. Finalmente, ensamble de todos los grupos. La armonía está lograda, el director marca un círculo en el aire pero un violín queda tocando solo, como el Chavo del 8. Va de nuevo, dos veces más, hasta que sale.
“Es la primera vez que hacemos una experiencia así, y la vivimos con mucha alegría”, afirma Norberto Juez, codirector de la Escuela de Música-. Son chicos afines a los nuestros, que están haciendo lo mismo en un contexto diferente. Ellos han hecho un trabajo que mostrarán en diez minutos, pero que les llevó meses. En muchos casos la música cumple un fin social; en otros, es un fin en sí mismo. Hoy todo queda fuera del salón: cuando empiece a sonar la música, cualquier tipo de diferencia desaparece”. Una abuela no se aguanta las ganas y espía por la puerta entreabierta. Ya es la hora, pueden pasar.
REVELACIONES
Carina Palavecino es la mamá de Jazmín Gómez, de 12 años, alumna de la escuela Falucho. Fue una de las primeras en sumarse al proyecto, allá por 2008. Con el paso del tiempo descubrió que le gustaba el violín y se anotó para tomar clases también en el Liceo Municipal. “Nadie en la familia entiende de música, pero a ella le fascina - dice la mujer, madre de cuatro hijos-. Es una experiencia que no hubiera podido hacer si no le hubieran dado la oportunidad. Hasta tiene su violín en casa”, explica. De fondo suenan las arpas.
Alberto es el director de la Escuela de Música. Su apellido, oportuno, es Canto. “La música demuestra que hay códigos comunes que se pueden compartir. Este es un primer contacto, esperamos que no sea el último” dice, a modo de bienvenida.
El concierto empieza con los alumnos de la Gálvez y la Falucho, bajo la dirección de Lautaro Díaz, coordinador de las orquestas que funcionan en las escuelas. El Himno de la Alegría es un resorte que dispara directo a los sentidos. La pieza de Beethoven interpretada por esas manos estremece, las lágrimas ruedan en más de una mejilla. La melodía termina y los ojos de Jazmín van directo a los de su mamá. Hay alegría y timidez de un lado; orgullo y aprobación, del otro.
Desde los márgenes del salón, un puñado de profes asiente. Fueron los encargados del trabajo de hormiga de cada ensayo, con cada grupo, en cada escuela.
Luego llega el momento de la interacción. Manuel Marina toma la batuta para dirigir una melodía relativamente sencilla, pero que demandó meses de práctica. “Se seleccionaron obras de una dificultad asumible para todos”, explica Nardi. Músico al fin, no puede con su genio y se agacha para marcar el ritmo, con un chasquido de dedos, a un pibe al que el violín se le resiste.
“A veces se dice que la música clásica es sólo para determinados ámbitos. En realidad, sólo se trata de difundirla. Los chicos se engancharon con la propuesta y hoy vemos que, si se les da la oportunidad, todo es posible”, asegura Lautaro Díaz.
Llega el aplauso y los nervios se descomprimen. Elena Valdez no puede reprimir el llanto. Guillermo Gómez, su hijo, va a la escuela Malvinas Argentinas, de Las Flores. “Estoy orgullosa de verlo en una orquesta, tocando el violín... No es fácil criar a los hijos, uno trabaja mucho y a veces no ve el esfuerzo que ellos hacen. Guille es el mayor de cuatro hermanos: va a la escuela, hace la tarea, va a gimnasia, ayuda con las cosas de la casa... es muy responsable. Uno no se da cuenta de cómo son los chicos, hasta que los ve en una situación como ésta”, dice emocionada, como quien acaba de tener una revelación.
La función terminó. En una sala contigua los aguarda una chocolatada caliente, con tortas y palmeritas. Los pequeños artistas se abalanzan, ya distendidos. Compartirán la merienda y luego volverán, cada uno a su rutina. En la puerta los espera un colectivo amarillo, sin número, para regresar a casa.