Espectáculo de luz y sonido
“Volver a florecer”, una puesta en escena con impronta jesuita
Un naranjo, el lapacho, la bandera del Colegio y un mural de la Inmaculada Concepción, símbolos en un relato sobre 400 años de presencia en Santa Fe
Foto: Flavio Raina
Teresa Pandolfo
El espectáculo de luz y sonido “Volver a florecer” tuvo lugar en el Patio de los Naranjos del Colegio de la Inmaculada Concepción.
Fue preparado con motivo de los 400 años de la llegada de los padres jesuitas a Santa Fe y se lo volvió a presentar a raíz de la realización de un encuentro de autoridades de todos los colegios de la Compañía de Jesús ubicados en Uruguay y Argentina.
Consistió en un coloquio entre dos jóvenes alumnos que se comentan sus incertidumbres, al que luego se suman - no sin sorpresa de los primeros- el lapacho, un naranjo y el propio Santuario de Nuestra Señora de los Milagros, que dio cobijo “al fuego del Amor”, como se dijo el lunes, y al cuadro de la Inmaculada del cual brotó agua, el 9 de mayo de 1636, en Santa Fe la Vieja.
El guión -preparado por el padre Javier Albisu S.J.- pone de relieve la destacadísima actividad evangelizadora y de promoción integral que han llevado adelante los jesuitas en nuestras tierras. En orden a este propósito, aparece en el intercambio coloquial la figura emblemática del padre Florian Paucke (SJ), evangelizador de los mocovíes y un emprendedor polifacético en el plano cultural.
Florian Paucke llegó el 9 de junio de 1752 a Santa Fe, para trasladarse a la reducción de San Francisco Javier (actual San Javier) y luego a la reducción de San Pedro (Calchaquí) donde desarrolló gran parte de su actividad. Después, también fue alcanzado por la expulsión en los años 1767/1768.
La representación de un indio mocoví rezando ante la imagen de San Francisco Javier (SJ) y extrañando a Paucke fue uno de los momentos más fuertes del espectáculo, en razón de que en él quedaron virtualmente representados los miles de alumnos que pasaron por el Colegio de la Inmaculada y de amigos de la Compañía, en cuyas almas ha perdurado imborrable, la impronta jesuita y su lema de formar “hombres para y con los demás”.
La intervención del Santuario -como testigo principalísimo de tiempos de gloria y expulsión; de regreso y de los cambios introducidos en el colegio-, resaltó la presencia viva del mensaje ignaciano, que al igual que en otras épocas, se siembra y renueva en cada uno de los alumnos del histórico colegio. El final, como siempre dedicado a Nuestra Señora de los Milagros, como Madre y mediadora ante su Hijo Jesús.
El espectáculo colmó de emoción y de recuerdos a los presentes y fue saludado con un aplauso para quienes lo compusieron y de él participaron.