“La pivellina”
Un relato sencillo para un tema profundo
Laura Osti
Es la primera película de ficción de los documentalistas Tizza Covi y Rainer Frimmel, quienes sin renunciar al efecto de “verdad” que ofrece la realidad misma capturada por la cámara, intentan “dirigir” una serie de acontecimientos contados a la manera del neorrealismo italiano, versión siglo XXI.
El resultado es una historia conmovedora, “La pivellina”, donde se borran las fronteras entre ficción y documental, centrada en una pareja de artistas de circo, que ronda los 60 años de edad, quienes de pronto ven alterada su vida cotidiana por la llegada imprevista de una niña.
Patti, la mujer, busca con ansiedad a su pequeño perro Hércules, por un parque infantil en los suburbios de Roma. Pero en vez de encontrar a su mascota, encuentra a una nena de apenas dos años de edad, abandonada en una hamaca. Nadie alrededor, nadie cerca. Patti vacila pero no puede dejar sola a la niña y después de esperar un rato a ver si aparece la madre, se la lleva a su casa rodante.
El matrimonio de Patti y Walter vive en un terreno baldío que comparten con otros personajes nómades, cada uno en su camión o carromato. Entre ellos, Tairo, un adolescente de 14 años abandonado por sus padres y criado por su abuela. Todos tienen vinculación con la actividad circense y con cierta forma de existencia sin raíces.
La pequeña, que dice llamarse “Aia” (Asia), es recibida por esa comunidad de trashumantes con un afecto espontáneo y sin cálculo, como se adopta a un integrante más de la familia. En un bolsillo de su campera, Asia tiene una nota de su madre, quien dice que volverá a buscarla, y una foto donde se ve a la niña con una mujer, supuestamente la mamá. Mientras alimentan, entretienen y cuidan a Asia, tarea en la que colabora con mucho entusiasmo Tairo, Patti y Walter deliberan acerca de qué es lo que deben hacer: si denunciar el caso en la policía o confiar en que la madre regrese a buscar a su hija.
Afecto y ternura
La precariedad de las condiciones en que vive este grupo humano, integrado también por otros artistas de circo, comunidad acostumbrada al trabajo temporario y al desarraigo, pero con fuertes códigos y lazos solidarios entre ellos, los obliga a ser cautelosos y a evitar los prejuicios de la sociedad.
Piensan primero en qué sería lo mejor para la criatura y no vacilan en darle crédito a la madre, mientras rodean de afecto y ternura a la niña, cuya presencia en ese grupo de marginales parece funcionar como factor de cohesión y disparador de sentimientos y valores profundos. Una pequeña gran transformación que hace que todos se encariñen de inmediato con la nena y manifiesten un sentimiento de pertenencia. Es la solidaridad de los desposeídos, de los abandonados, de los carecientes.
El relato de Tizza y Frimmel es casi pura espontaneidad. Cámara en mano y ausencia de banda sonora, los directores van captando cada movimiento de los personajes. Con presupuesto reducido, equipo limitado, improvisación y actores no profesionales que hacen un poco de ellos mismos, consiguen una historia chiquita, mínima en acontecimientos, pero grande en humanidad, en la que se resaltan los valores de la generosidad y la solidaridad.
Es una historia con final abierto y que llega al corazón del espectador eludiendo los golpes bajos, con altura y calidez.