Educación y política
En los ‘60, Mao Tse Tung, “El gran timonel”, inició la llamada “revolución cultural”. Los jóvenes salieron a la calle a atacar todos los vicios del sistema. “Bombardeen el cuartel general”, arengó el “maestro”, y en la movida fueron depuestos funcionarios, docentes y dirigentes partidarios. De hecho, la “revolución cultural” no fue ni revolución ni cultural, sino un ajuste de cuentas con opositores internos, ajuste que representó una verdadera regresión política y social para el país.
Las palabras de Cristina Fernández de Kirchner apoyando a los adolescentes porteños que toman colegios no son asimilables a las de Mao, pero algunos de sus presupuestos se parecen. La máxima autoridad política de la Argentina declaró que los jóvenes con sus luchas nos estaban enseñando a los mayores. Sus palabras desautorizaron a su propio ministro de Educación quien unos días antes había llamado a los adolescentes a retornar a las aulas.
Pero no concluyeron allí los inconvenientes. La movilización estudiantil se extendió a las universidades, y algunos de los cabecillas de la lucha prometieron hacer lo mismo en establecimientos educativos de otras provincias. Es decir, los jóvenes han tomado en serio las palabras de la presidenta y proceden en consecuencia ¿Qué decirles para convencerlos de que están equivocados? ¿qué argumentos usar si la máxima autoridad y su esposo los alientan? Si las goteras en algunos techos o la falta de calefacción son motivos para tomar colegios por tiempo indeterminado en Buenos Aires, ¿qué hacer en colegios del interior, incluso algunos de Río Gallegos, donde el estado de los edificios es mucho peor?
A estas encerronas políticas suele conducir el oportunismo. La presidenta no es Mao Tse Tung ni cree que los adolescentes tengan que enseñarle a ella, pero en lugar de proceder como una jefa de Estado responsable, prefirió privilegiar su antagonismo con Macri y para ello no vaciló en expresar opiniones peligrosas.
De más está decir que lo que se requiere en las actuales condiciones históricas es una política educativa inversa a la que se practica ahora. Si se acepta el principio de que las sociedades del conocimiento serán el dato distintivo del siglo XXI, a nadie se le debería escapar que lo que se reclama no son planes de lucha sino programas de estudios más exigentes, acordes con los desafíos que se abren hacia el futuro y que nos permitan competir con los otros países.
Asimismo, se reclama de profesores capacitados no para la agitación callejera y el sindicalismo confrontativo, sino para una enseñanza moderna, dinámica y habilitante. Parecidas exigencias alcanzan a los padres, quienes deben asumir la responsabilidad que les compete en la formación de sus hijos. Finalmente, hacen falta dirigentes políticos que en lugar de avalar actos de indisciplina para obtener ventajas oportunistas, se preocupen de verdad por mejorar la calidad de la educación pública predicando, en primer lugar, con el ejemplo.