¿Es la Argentina un país viable para un desarrollo equilibrado? (V)
¿Es la Argentina un país viable para un desarrollo equilibrado? (V)
Concepciones de la pobreza y realidades de los pobres
por Alberto E. Cassano
En la contribución anterior se había definido la pobreza como la ausencia de satisfacción del total de un conjunto de necesidades mínimas tales como el empleo, ingresos indispensables, salud desde la gestación, nutrición, educación, vivienda (aunque sea alquilada), servicios mínimos, protección social, acceso a la tecnología, persistencia de una alta mortalidad infantil y la existencia de un escaso desarrollo físico e intelectual.
Según datos del Indec, y es posible que los que se citarán a continuación no estén tan artificialmente retocados, en junio de 2010 el 40 % de los trabajadores ganaba menos de $ 1.500 mensuales, muy posiblemente como producto de la informalidad y la subocupación. La misma fuente de información evidenciaba que el 10 % de los hogares más ricos concentraba el 29,6 % de los ingresos totales, mientras que el 10 % de los más pobres apenas lograba el 1,7 %. Prácticamente en la misma fecha, el diario Clarín daba a conocer datos de la Encuesta de la Deuda Social que elabora la Universidad Católica Argentina, que señalaban que un poco más del 60 % de la población activa está desocupada, trabaja sin estabilidad o cobra un salario de indigencia y, además, carece de cobertura social. De cualquier forma, en el apogeo de la recuperación económica alcanzado en 2008, el porcentaje de empleados con la plenitud de sus derechos laborales alcanzaba tan sólo al 41,8 %. El Instituto Provincial de Estadísticas y Censos de la Provincia de Santa Fe reveló, en este mes de septiembre, que el 37,9 % de los asalariados de su jurisdicción no tiene descuentos jubilatorios, lo que corrobora parte de los datos anteriores.
No hay ninguna duda de que la pobreza es el resultado de un modelo económico y social, adoptado y practicado en una región determinada y durante un tiempo que puede ser más o menos prolongado. El examen que corresponde realizar, aunque sea muy somero -y tal vez muy simplista-, es conocer cuáles son las respuestas que se dan en las diferentes doctrinas a la existencia de la pobreza, desde aquéllas más obvias y reconocidas a otras no menos originales y, a veces, sorprendentes.
Comenzando por las primeras, hay que hablar del capitalismo. Originado en el pensamiento filosófico de Adam Smith (basado en la combinación del interés personal, la posesión de la propiedad y la competencia), fue perfeccionado posteriormente por el liberalismo, que apuntaló esta propuesta hasta lograr alcanzar un gran impulso a fines del siglo XVIII en Gran Bretaña. Bajo este concepto, se entiende que, de alguna forma, la economía está regida por leyes naturales que el hombre no puede cambiar y sólo debe tratar de descubrirlas y aplicarlas. Para el capitalismo, las personas son pobres fruto de su trabajo y otras personas son pudientes, también fruto de su trabajo, sólo que estas últimas han sabido interpretar y aplicar con mayor destreza las leyes naturales del comportamiento humano. Aquellas que con mucha claridad ya había definido en su obra cumbre el precitado creador de “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”. Surge, de manera contemporánea al pensamiento anterior, el sistema socialista-comunista basado en el materialismo histórico y la dialéctica hegeliana, concepción que es impulsada por los filósofos Marx y Engels y plasmada en la principal obra del primero: “El capital. Crítica de la economía política”, adoptada con posterioridad por los países comunistas. En forma muy resumida, denomina pobres a aquellos que no poseen los medios de producción (siendo éstos la tierra y el capital, así como sus principales resultantes: las fábricas, los procesos y los materiales para la fabricación) y sólo son dueños de su trabajo. De esta forma, su aporte termina en el proceso de la explotación (la plusvalía) del hombre por el hombre. Y retomando conceptos propuestos varios siglos antes sobre la existencia de clases, el comunismo propugna la teoría de la “lucha de clases” como motor de la historia. Los resultados, hasta el presente, son conocidos.
Pero no es necesario plantear los extremos de dos teorías económicas antagónicas para encontrar otras explicaciones a la existencia de los pobres. El sociólogo canadiense Phil Bartle menciona como factores primarios de la pobreza a los siguientes: (1) la ignorancia, (2) la enfermedad, (3) la corrupción (cambio del destino de los fondos destinados al bien público, para pasar a algún bolsillo privado en situación de poder), (4) la apatía (pérdida de interés y la resignación enfermiza ante la impotencia de cambiar las cosas) y (5) la dependencia (específicamente, de las obras de caridad, que sólo tienen mérito en el corto plazo y que luego únicamente prolongan la miseria). Y sostiene que como el problema social de la pobreza existe, para atenuarlo, el único remedio es modificar sustancialmente los factores primarios y, además, los factores secundarios que la condicionan, entre los que lista la falta de mercados, de capitales, de infraestructura, de conocimientos, de empleo y, por sobre todo, la carencia de liderazgos y la persistencia de desgobiernos.
Frente a esta concepción al menos muy humana de la pobreza, aparecen otras como las del español Oscar Zamorano R., quien sostiene que la pobreza se origina por la falta de cumplimiento de diez reglas fundamentales: (1) la moral, como principio básico; (2) el orden y la limpieza; (3) la honradez; (4) la puntualidad; (5) la responsabilidad; (6) el deseo de superación; (7) el respeto de la ley; (8) el respeto de los derechos de los demás; (9) el amor al trabajo y (10) la existencia de un afán por el ahorro y la inversión. En resumen, la falta de actitud personal. No da la sensación de que entendiera lo que es un pobre.
Frente a propuestas como éstas, uno se pregunta, al igual que el sacerdote español José Pagola ante la vista del abismo que separa a ricos de pobres: ¿queremos continuar alimentando el autoengaño o abrir los ojos a la realidad de los pobres? ¿Tomaremos alguna vez en serio a esa inmensa mayoría de los que viven desnutridos y sin dignidad, de los que no tienen voz ni poder, de los que no cuentan para nuestra marcha hacia el bienestar?
(Continuará)
La Encuesta de la Deuda Social que elabora la UCA señala que un poco más del 60 por ciento de la población activa está desocupada, trabaja sin estabilidad o cobra un salario de indigencia.
¿Tomaremos alguna vez en serio a esa inmensa mayoría de los que viven desnutridos y sin dignidad, de los que no tienen voz ni poder, de los que no cuentan para nuestra marcha hacia el bienestar?