Lo contrario de la ilusión

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Por Raúl Fedele

“Los enamorados”, de Alfred Hayes. Traducción de Martín Schifino. La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2010.

“Los enamorados” es una novela excepcional por muchas razones: porque hay que descubrirla, siendo casi desconocida (nadie habla de ella en Internet) y fuera de toda clasificación; porque su autor fue un personaje singular de quien se insiste sobre todo en recordar su carrera cinematográfica y su poema “Joe Hill”, que se hizo famoso cantado por Joan Baez; porque llega a nosotros en una destacable edición y fluida traducción (hasta la ilustración de la tapa suma extrañeza, más afín a una novela de género policial que a una novela profundamente intimista como ésta). Finalmente, se trata de un libro peculiar porque sobre una base narrativa lábil se erige una obra maestra seductora y atrapante.

Un hombre (40 años, escritor, respetable, “bastante real si uno no se fija demasiado”) habla a una muchacha en el bar de un hotel, a las tres de la tarde. Le cuenta su vida, su vida amorosa para ser más exactos, o una aventura amorosa que se descubrirá crucial en su vida, y que lo llevará a decir en su confesión: “Estoy, no desilusionado sino sólo lo contrario de ilusionado, lo cual ya es algo, o quizá no; y convivo con la sensación, muy difícil de describir, de pérdida permanente, de en algún momento haber cometido un error de ésos que no pueden rectificarse, de haber hecho un gesto de ésos que no pueden retractarse”. Y un poco después: “¿Qué se me perdió que parece imposible recuperar? ¿Qué hice, dijo, para ser tan infeliz y al mismo tiempo no estar convencido de que esta infelicidad, que me define como una atmósfera, sea real o justificada?”.

Y comienza a contarle a la muchacha del hotel de una mujer con la que estaba relacionado. La describe en su pequeño departamento de Nueva York, cuenta de su matrimonio fracasado a los 18 años y de una hijita que está con la abuela. “Dios mío, decía, soy un desastre, ¿no? Porque quería todo y me parecía que no tenía nada”. Él la amaba aunque, como declara “no me veía amándola para siempre”. Cuenta del primer encuentro amoroso: “Supongo que ninguna noche vuelve a ser como la primera noche, la desnudez nunca es como la primera desnudez y los primeros gestos, titubeantes e inseguros y demasiado intensos, nunca vuelven a ser lo que fueron, porque nada de lo que deseamos ocurre exactamente como lo deseamos, amor o metas o hijos, y de desilusión en desilusión vamos de la esperanza a la negociación, de la expectativa a la renuncia, y al envejecer pensamos o llegamos a pensar que el error estuvo en desear con una intensidad que nos hirió, y creemos o llegamos a creer que tener esperanza fue un error y que nuestras expectativas fueron equivocadas y que cuanto mayor es el deseo de algo más difícil es obtenerlo”.

Se aman sin estar seguros de su amor. Él declara: “La verdad, yo también era difícil, cambiante, evasivo, propenso a deprimirme y tal vez no demasiado honesto”. Entonces aparece un millonario para ofrecerle a ella una suma enorme por su amor. Sobre esta trama inicial se erige una novela inolvidable.