Cinco estrellas, obras de Ana Fabry
Cinco estrellas, obras de Ana Fabry
Son pinturas de mediano y gran formato que colman el lugar, así como algunas cajas compartimentadas a modo de objetos instalados que dan cabida a la manipulación del público. También pequeñas esculturas y altares paganos que componen la escena.
Fragmento de otra casita. Foto: GENTILEZA MAC
Lic. Stella Arber
Casi como en un laboratorio con una asepsia extrema, las obras de la artista siempre muestran embaldosados ambientes íntimos, baños o cocinas azulejadas con venecitas, delimitados espacios donde se determina y desata la vida cotidiana y donde el interior del personaje en escena se desnuda y sale a la luz. Como en una sesión de psicoanálisis, todo está allí, el temor ambiental, el autoboicot permanente, la contradicción, el encierro y las fobias, el círculo vicioso, el conflicto interno, los acontecimientos que parece que suman, pero, en esa realidad, restan.
En estas obras hay, además, un dejo de melancolía y desolación, transmitido por algunos objetos como la heladera Siam verde, la bañera enlozada con patas; todo remite, todo hace a la atmósfera sombría y penumbrosa de la personalidad de los implicados en cada imagen, retratados en el recuerdo doméstico y familiar de otra época. Fabry poluciona con detalles sus obras, dándole un cariz Neobarroco a todo el conjunto visual. Colorista por excelencia, su paleta se instala en verdes y rojos únicos, asombrando por las mezclas para conseguir los tonos finales. Los climas a los que alude los logra a través de ellos, y así deja claro que ésos son sus colores y de nadie más.
Las obras “La mala educación” y “Siempre estuve ahí”, así como “Hubo amor”, nos muestran que Fabry vuelve una y otra vez sobre sus temas, los toma y los trae nuevamente. De esta manera recrea lo simbólico por duplicado; un ejemplo de ello es la conocida obra de la artista “Sobreprotección”, que tiene a una pecera protegiendo a ese pez y, además, una bolsa de nylon dentro de la pecera por si fuera poco, cuidados sobre cuidados, símbolos dentro del símbolo.
Un lugar en el mundo
El título de la muestra VIP dispara un juego cruel que se vale de la desmesura grotesca del infortunio para mostrar la desdicha, y las cuentas pendientes que la sociedad tiene con los desposeídos. Las condiciones en que se construyen las sociedades estratificadas dan un poder ficticio al dominio político y económico, pero es lo hegemónico e inquebrantable lo que sostiene dicho poder y al que acceder puede llevar la vida.
Los protagonistas son hijos de la desgraciada pobreza, son parte de ese sistema que los excluye (muy evidente en la obra “Otra casita feliz”) y sólo un detalle los aproxima a ese “primer mundo” tan anhelado, el deseo de ser VIP, de vivir de manera “5 estrellas”, es una añoranza profunda de pertenecer, de no estar fuera de escena. Aunque sea por un momento desean subirse al podio y sostener de ese modo un lugar en el mundo, aunque ello les lleve toda su reserva de energías. Así los encontramos en las imágenes, poseídos, con el corazón latiendo, casi bramando de dicha por el logro, como en la obra “Princesa da fronteira”.
Las exigencias comienzan desde la primera infancia y develan cómo se comporta el sistema y cómo va incorporándose a la vida cotidiana sin que lo notemos. Sus personajes procuran ser y alinearse, atravesando todos los escollos y a veces en el medio de alguno de ellos, atascados pero allí, como parte integrante de un nivel inusitado para su realidad, pero al que se aproximan aunque sea por un detalle superfluo.
La expectativa de cambiar de vida, latente siempre, no pasa por una preocupación política; pasa por tener aquello que, aunque ajeno a su mundo, se parece mucho (en su copia falsa) al original al que alude.
La artista
Ana Fabry toma partido por el asombro del mundo complejo y ambivalente que le toca vivir; ella acude permanentemente a situaciones manifiestas de lo actual y de lo pasado. Hombres, mujeres y niños inmersos en un imaginario sustraído de su memoria y de sus vivencias, anclados, acorralados por el sistema.
Fabry muestra sorpresa, tristeza, una gran ironía y hasta un oscuro humor en sus imágenes, sustentadas en seres descalzos, metidos en charcos barrosos de donde no pueden salir, pero llenos de añoranzas y tratando de distraer la pobreza.
Ella es una profesional de la metáfora pictórica, puede con eso y lo logra siempre; uno cae en su red de datos y apropiaciones, utiliza el lenguaje visual como pocos, dice lo que quiere, y más aún, con las imágenes. Sostiene un andamiaje sin eliminar intenciones expresivas, captura las acciones sin extraviarse en los intersticios de su subjetividad. Articula una y otra cosa al definir sus imágenes, se desdobla entre expresión pictórica y relato visual en un júbilo poético único.
Cuestionadora por excelencia, mira la vida desde sus obras, hace declaraciones a través de ellas y refleja su posición en el mundo desde allí. Proyecta sus ideas, despliega sus fantasmas, configurando un territorio que siempre nos conmueve, nos inquieta y nos provoca sensaciones.
La artista pertenece a una generación de pintores que muestran el derrumbe humano, la desfiguración de la identidad, el ingreso a esa dimensión híbrida del ser contemporáneo que ha perdido el sentido y se deja llevar por la necesidad de importar “maneras ajenas” para poder lograr validar su propia vida. La preocupación permanente por el hombre y su destino constituye un verdadero fresco de la realidad. Las obras así lo demuestran. Los que las observamos nos sentimos conmovidos, maniatados por un rato a sus crueles imágenes y movilizados para siempre al ingresar al mundo de Ana Fabry.
Su universo
Hay un proceso retórico de desplazamiento que permite anudar conexiones y establecer contacto con la realidad pasada y actual. Se da una unión por asociación entre el deseo de mostrar la miseria, reemplazado por la visualidad poética que nos presenta; así recorta, para sustraer a sus personajes de las contingencias. Nos dice lo mismo que sabemos, pero a su manera, con una condensación de términos visuales con ese poder que tiene para figurar en imágenes, para dar referencias sin caer en el lugar común. Fabry puede transferir ideas, contar experiencias, analizar situaciones; todo, materializado en imágenes, en la prueba irrefutable de su propia alusión. Ella crea desde hace años con una continuidad asociada al placer de la metáfora, como goce estético. Cargada de efectos sorprendentes, genera un espesor semántico peculiar único y sacude de este modo el ánimo de quien la observa. Avanza en consecuencia con su potencial connotativo, encarnando lo esencial y acentuando lo importante; de alguna manera, altera el sistema establecido, y crea su propia retórica. Esto le permite verse a sí misma, atender sus dolores y evocar en imágenes sus pulsiones internas.
Ana Fabry confronta consigo misma de esta manera y se manifiesta, a veces, ocultando datos; otras, mostrando todo y enfrentando lo inefable, arrojándose al sufrimiento del otro que se retroalimenta con el propio en una tortura bucólica imposible de describir y de percibir en su totalidad. Debemos contentarnos con lo que podamos captar, debemos comprender que, en este universo, sólo somos espectadores.
El sacrificio. Foto: GENTILEZA MAC
+ información
VIP / La inauguración de la muestra “VIP”, de Ana Fabry, es hoy a las 20.30 en el Museo de Arte Contemporáneo (Bv. Gálvez 1578) y se podrá visitar hasta el 28 de noviembre.
V.I.P. EN EL MAC
Yo siempre estuve aquí. Foto: GENTILEZA MAC
Yo te protejo. Foto: GENTILEZA MAC
Crónicas barriales. Foto: GENTILEZA MAC
/// análisis
Pintar, instalar, reposar
Miguel Anselmo Bitar
La obra de Any Fabry se hace cargo de la relación entre mundo y tierra, espacio de combate en el que se abren los entes para después cerrarse. El mundo del hombre es básicamente intención de abrir, de descubrir, pero no es sólo eso, así como la tierra no es sólo ese espacio cerrado que corresponde al encubrimiento: es también abrirse. Pero, la decisión frente al “claro” en el que se muestra la verdad tiene que ver con la decisión del artista.
No es un combate sociológico, no es político, ni ideológico, ni ambiental o psicoanalítico. Es un combate por lograr que su obra repose, que sea vista desde sus señales.
¿Alguien duda que verdad y belleza van juntas? Any Fabry, no. Ha tenido que saltar a un abismo del que no regresará o, al menos, no lo hará como partió. Ahí, donde en algún pedazo de la “tierra” un “claro” se descubre. La tierra se abisma para que el artista salte.
Dar el salto es desafiar al terror. Tras la entrada el verdugo corta la cuerda de la guillotina. En su recorrido, la superficie está escarpada por montes fantásticos de amenazas y ejecuciones. La violencia áspera no cede, se torna espectáculo entre las llamas de los pozos de petróleo que encendidos queman el desierto.
La obra de Any Fabry reposa en la intimidad de su taller; libra sus batallas en la fragilidad, cuando ella se abisma en el riesgo. Pero llega, con la exposición, otra vez el día de “instalar” su obra y no es un hecho menor: es traerla a la contemplación de la ciudad, al riesgo de otra batalla sórdida. Es exponerla a la cháchara y al se dice, a la mera curiosidad y la mera avidez de novedades.
La obra de Any Fabry es abismo y riesgo, es cuidar desde el reposo, es la cura que ve. Obra que obra la liberación del detritus del Lapachito de Busqued.
En cuadros como “Yo te protejo”, “Otra casita feliz”, “Yo siempre estuve aquí”, “Flor de educación”, “C”, “Princesa da fronteira”, Any Fabry nos ofrece ese aludido reposo, reiteradamente citado aquí. Descubrimiento que parte de la confianza, de la protección, de la fiabilidad en su obra para el ser humano. Del retraerse sobre sí, no de la búsqueda de mercado o de “estar en boca de todos”, sino del cuerpo a cuerpo secreto. Hundiéndose en lo extraño del dirán, cubriéndose de vacío, para salir triunfante y lastimada. Otra vez el cuerpo del artista como amparo de la obra, más allá de las palabras.