Crónica política
¿Y si los Kirchner tuvieran razón?
Crónica política
¿Y si los Kirchner tuvieran razón?
Rogelio Alaniz
Conviene hacerse esa pregunta. Sobre todo en este país. ¿No es posible suponer que después de todo ellos encarnan la gobernabilidad posible? ¿Que a estas tierras se las gobierna con un poco de corrupción, un poco de justicia social, un poco de cinismo y una buena dosis de teatro? ¿Acaso es posible otra alternativa? ¿Acaso los gobiernos no peronistas no sólo han fracasado sino que ni siquiera han llegado a concluir sus mandatos?
¿Acaso no está bien hacerle creer a los pobres y a ciertos intelectuales que el mundo marcha hacia la izquierda, mientras a los poderes consistentes de la Argentina profunda se le dan todas las garantías para que se sigan enriqueciendo?, ¿acaso no está bien gobernar inventando enemigos todos los días, sabiendo de antemano que muchos de esos enemigos no existen o si existen no disponen del poder de sus buenos tiempos? ¿no es una maniobra sensacional emprenderla contra Anchorena, Alzaga Unzué, Pereyra Iraola o los socios del Jockey Club, sabiendo que el poder real -económico y financiero- pasa por otro lado?
¿No es una movida brillante tomar como enemigo a algún empresario que es, al mismo tiempo, el titular de un poderoso grupo de medios de comunicación para transformarlo en la bestia negra de la dominación, en el sustituto del mítico Braden de los años cuarenta? ¿Acaso no es notable la sinuosa calidad de la maniobra que en nombre de la libertad de prensa -en la que nunca han creído- movilizan a incautos e inexpertos detrás de consignas libertarias que se proponen como objetivo hacer exactamente lo opuesto a lo que se proclama? ¿No es una hazaña política imponer en el orden nacional el mismo estilo, los mismos valores y objetivos logrados en Santa Cruz en materia de libertad de prensa y negocios empresarios? ¿No es una excelente movida política transformarse en el adalid de los derechos humanos corrompiendo a sus instituciones y a sus titulares, hoy devenidos en inofensivos íconos que adornan con su presencia los actos oficiales?
¿No es aleccionador reivindicar un modelo que nunca se termina de conocer y un relato que jamás alcanza a traducirse? ¿No resulta conmovedor observar cómo los supuestos representantes de una burguesía industrial en ascenso se enriquecen con las operaciones inmobiliarias, el turismo y la timba? ¿Acaso no es una confirmación de los aciertos que intelectuales refinados y personajes del mundo del espectáculo se tomen de la mano para celebrar el mito transformando a un político rapaz, maniobrero, codicioso y multimillonario en un héroe del Tercer Mundo?
Aceptemos de una buena vez que la única verdad es la realidad. El pejotismo, el peronismo o como lo quieran llamar, gobierna a la Argentina desde hace veinte años y encarna el rostro de esa realidad que a algunos nos cuesta asimilar ¿No nos gusta esa cara? Terminemos con esos arrumacos de pequeños burgueses melancólicos, con esos escrúpulos de clase media europeizada y asumamos de una buena vez el rostro que nos merecemos. La Argentina no es lo que creíamos, lo que suponíamos que nos merecíamos, lo que leímos en algunos libros olvidables, lo que nos dijeron nuestros abuelos y nuestros padres.
La Argentina real es esto que está delante de nuestros ojos. Es D’Elía, Moyano, Eskenazi, Uberti, Moreno, Jaime, Julio de Vido, Ulloa, Báez, López, Spolski, Hadad y por supuesto, los Kirchner. Es también Hebe de Bonafini y sus negocios con el poder; los pañuelos blancos convertidos en ornamento oficial; el matonaje de los sindicatos; la prepotencia corrompida de los piqueteros; los fraudes electorales en la CTA; “Página 12” y “6, 7, 8”; los intelectuales de Carta Abierta esforzándose en maquillar al monstruo; los confidentes de la embajada norteamericana; los personajes de la farándula al estilo Andrea del Boca, Florencia Peña y, por qué no, Tinelli y Maradona.
Tambien es el rostro sórdido de los mercenarios, de los recaudadores de fondos para las campañas electorales, los traficantes de valijas desde Venezuela, los vendedores de medicamentos truchos, los exponentes de esa burguesía lumpen y subsidiada por el Estado cuyo escenario preferido se expresa en el Riachuelo y La Matanza, la verdadera y efectiva Argentina del futuro.
¿Quiénes fueron los principales autores de esta hazaña? Los Kirchner hoy, como los Menem ayer. ¿No es que son diferentes? Sólo en las apariencias, porque en el fondo, en lo que particularmente a ellos les importa, es decir, el poder, son muy parecidos. No en vano el 85 por ciento de los funcionarios menemistas hoy se desempeñan como funcionarios kirchneristas y mañana, cuando el peronismo provoque su inevitable mutación, serán exaltados militantes de la buena nueva. ¿O acaso nunca se han preguntado los muchachos de Carta Abierta cómo es posible que una causa trascendente como la que ellos dicen defender tenga como herederos efectivos y reales a políticos como Scioli o Reutemann que están ubicados en las antípodas del modelo de liberación nacional y social promovido por el kirchnerismo?
¿Cómo pudieron los Kirchner llegar adónde llegaron? La misma pregunta se la podemos hacer a los Menem. Estos pudieron hacerlo en clave neoliberal como ahora los Kirchner lo están haciendo en nombre del “modelo” nacional y popular. Se puede compartir o no sus emprendimientos, pero lo que está fuera de discusión es que lo hacen bien y los resultados son irrefutables.
En un mundo desencantado de las ideologías y representaciones imaginarias en crisis, hay que aceptar los rigores del poder. Nuestros héroes no son virtuosos pero son eficaces; no son inteligentes pero son prácticos; no son espiritualmente generosos pero recompensan bien a los leales; nunca van a cambiar nada pero a muchos les hacen creer que están cambiando algo; sus ideas atrasan varias décadas, pero se presentan como los anunciadores de una nueva era.
¿Cómo lo hicieron? En principio se trata de acumular poder y la base material del poder es el dinero. “No se puede hacer política sin plata”, dicen que dijo la señora Cristina para justificar la modesta fortuna adquirida en los años de la dictadura y multiplicada desde la presidencia. El aprendizaje siguiente es el que proviene del ejercicio efectivo del poder. Una provincia pequeña, con una población que no supera a una modesta ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, es el territorio ideal para dar los primeros pasos.
En efecto, todo lo que se debe aprender para manejar situaciones, cosas y hombres se lo puede hacer en un espacio acotado. Menem lo hizo en La Rioja, ¿por qué no hacerlo en Santa Cruz? Para ello la pertenencia al peronismo es indispensable. Indispensable para hacer política para maniobrar desde el poder del Estado y las corporaciones y para disponer de una proyección nacional. Lo demás depende de la suerte, tal vez por eso el aporte de Cristóbal López resulte indispensable.
De todos modos, nada se puede hacer sin un esfuerzo intelectual por entender el tiempo que se está viviendo. Menem lo hizo. El intuyó u olfateó que el fin de la Guerra Fría creaba condiciones favorables para promover un orden económico en clave neoliberal. Manos a la obra. A los efectos, poco importaba si realmente se creía en esa propuesta, porque para un político de esta raza lo que importa en primer lugar es creer en uno mismo. Si alguna vez se defendió a los Montoneros o se reivindicó las supuestas proezas de un caudillo riojano al que Sarmiento inmortalizó con su pluma, ahora ha llegado el momento de hacer todo lo contrario pues, como bien lo sabe cualquier lector de “Las veinte verdades”, el peronismo es un movimiento y autoriza a hacer en cada circunstancia lo que más convenga.
Si Menem entendió la década del noventa, los Kirchner entendieron la del siglo XXI. Menem nunca fue liberal como Kirchner nunca fue de izquierda, pero a los efectos de nuestro tema eso no tiene ninguna importancia. ¿Cómo ser de izquierda y seguir siendo el de siempre? Muy sencillo. Apropiándose de consignas reivindicadas por otros. Lo dijo Perón en 1944 en su célebre discurso en la Bolsa de Comercio: “Yo les digo lo que los obreros quieren escuchar y después los llevo donde yo quiero”.
A esa habilidad en el lenguaje del movimiento nacional y popular se la llama “conducción”, “liderazgo”. Desde ya adelanto mi opinión: da muy buenos resultados. En la Argentina, al menos, es una fórmula ganadora. No transforma nada, pero hace creer que si lo hace. Algunas minorías pueden objetar este estilo, pero es la historia la que ha demostrado que más allá de los escrúpulos de algunos recalcitrantes, la fórmula es exitosa. Y si, como nos enseñara Menem, el éxito es la clave para interpretar los procesos sociales, queda claro que efectivamente los Kirchner tienen razón, con lo que la pregunta que inicia esta nota queda respondida de la única manera posible.