La educación en el banquillo
El informe de Pisa, la institución que periódicamente evalúa los niveles de aprendizaje de las naciones tomando como referencia el saber en materia de comprensión de textos, ciencias y matemáticas de adolescentes de quince años, fue decepcionante para los argentinos. Según esta medición, nuestro país ha retrocedido veinte puntos en la década y en América Latina está por debajo de países que en otros tiempos consideraban a la Argentina la vanguardia en materia educativa.
Como el célebre tango cantado por Gardel, a los argentinos nos queda el desconsuelo de saber que, en materia educativa, experimentamos “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Hoy, Chile y Brasil, por mencionar ejemplos cercanos, nos superan con holgura, cuando hace unas décadas estas naciones nos tenían como modelo a imitar o seguir. Los textos de historia recuerdan que en el censo nacional de 1914 el índice de analfabetismo de la Argentina no superaba el quince por ciento de la población, cuando en Brasil la ecuación se invertía porque más del ochenta por ciento de la población era analfabeta.
Retornando a la actualidad, si bien el informe de este año señala un leve crecimiento respecto del anterior, la tendencia negativa sigue siendo marcada. Lo curioso es que esto ocurre en un país que se distingue por una alta inversión en materia de educación, una discreta capacitación de sus recursos humanos profesionales y una retórica sostenida por todo el arco intelectual y político a favor de la educación.
Sin embargo, estos esfuerzos -reales y discursivos- no alcanzan para revertir una penosa declinación. Basta prestar atención al crecimiento de la marginalidad social, los grados de deserción escolar, la desactualización de los planes de estudio en las escuela públicas, y los porcentajes de “bochazos” en los exámenes de ingreso a la universidad para admitir que lo que sucede es una consecuencia previsible y que el informe de Pisa está más cerca de la verdad que del error.
Funcionarios del Ministerio de Educación, más preocupados por mantener sus puestos de trabajo que por hacerse cargo de la realidad, han objetado los sistemas de medición de Pisa. Sin desmedro de las objeciones técnicas que puedan hacerse, sería deseable que en vez de enojarse con el mensajero se interrogasen sobre lo que no se hace o se hace mal.
Para desestimar críticas tendenciosas o promovidas desde la mala fe o el cálculo electoral, hay que decir que el retroceso de la Argentina en materia educativa no es reciente; por el contrario, es un rasgo marcado de nuestra decadencia cultural. Por otro lado, si bien hay algunas señales para ser optimistas, sobre todo porque el país sigue disponiendo de excelentes recursos humanos e incluso, en los últimos años, de inversiones orientadas a ampliar la base material y humana del sistema educativo, hay que admitir que lo hecho no alcanza o no está a la altura de los desafíos que se le plantean a nuestra nación en el siglo XXI.